lunes, 4 de mayo de 2009

39º. BALAZO.

Que me arda el alma. Disparo esta bala y dejo otra en el cargador, por si alguien, alguna vez, me vuela la cabeza con palabras. Quien quiera que sea que coja el revólver, que dispare a matar, que me lleve para siempre. O consigo o al infierno, pero que no me deje indiferente. No permita que me lleve la apatía. Que me queme el desencanto.



Mi última bala es para ti. Y para el que vea como disparo. No diré lo que no me atreví a decir. Las calles de Sevilla son como alambres sobre los que uno ha de hacer equilibrio sino quiere caer y quedar atrapado para siempre. Cada esquina está llena de nostalgia y las casas y ventanas miran sabiendo que ya nunca más podré escribir una canción del mismo modo. Las he recorrido herido y ya nunca cantaré igual. Lo sé porque una vez me ocurrió. Y aún no he aprendido como cerrar esas heridas. Con esta segunda cicatriz se parte el alma. Esa que quiero que arda.
Mis viajes y vueltas siempre han sido cosa de arena y asfalto, de mar y aceras llenas. De olas cargadas de lluvia.
Hace ya bastante un mal viaje acabó en un buen destino, en una historia ya completa y en un corte en los labios que cicatriza despacio, como he dicho alguna vez. Hace no tanto otro me ha dejado sin voz y entre mi guitarra y yo no acabamos de entendernos. A mí me gusta el sur, a ella no tanto. Le está perdiendo el gusto cada vez más, al mismo ritmo que me voy dejando trocitos por los puentes y las avenidas. Al mismo ritmo que cambio la risa por los suspiros. Y no tengo yo tan claro que mis suspiros sean solo aire, que vayan solo al aire.
Como no tenía con quien hacerlo, le he estado un rato hablando al silencio de ti. Ya tiene ganas de conocerte. Sabe que cuando te ríes toses. Que sabes bailar. Que eres dueña de una playa, que vives tras una dirección prohibida. Sabe que no te digo ciertas cosas porque cuando toca serlo nunca soy un tipo valiente. Sabe que me harás volver, aunque no lo sepas tú.



Camino con cuidado. No es por miedo a tropezar, es por saber cuando tropiezo.



Te imagino como en aquel poema de García Montero, en tu ciudad, vestida con vaqueros. Andarás colgada del teléfono, tal vez retrocediendo por la plaza de Cuba. Creo que la vida, igual que los poemas, cambian como nosotros. Son presente, como el hombre que sufre de amor cuando está solo. Cuando a solas te piensa recorriendo en vaqueros el puente de Triana.



Está saliendo de nuevo sol. Y esta vez calienta. Recuerdo que no hace mucho nevaba con cierta dulzura. Entonces me escribieron la mejor dedicatoria que nadie me ha escrito nunca. Sigue siendo verdad.
El amor y la guerra. Alguien los comparó, los unió, los hizo casi uno. Y sólo se parecen en que, al cerrar los ojos, imaginas que mueres mañana en el asalto.
Así acabo con mi llamada de rutina. Aún en lucha por un país que no está segura de poder conquistar, ella desangra su corazón sin tener una bandera. Ojalá te ame pronto. Ella siempre entre el amor y la guerra.
Ojalá.



Se acercan días fugaces cargados de luz. Se les ve venir. Me lo ha dicho el silencio. Y vienen repletos de historias. Habrá nuevos cuentos, nuevos finales. Pero aún habrá que esperar un poco. Y perderme para siempre en el País de Peter Pan.
El Dios de las Azaleas cogerá de nuevo vacaciones o cerrará por derribo. No he hablado con él, aunque me consta que tras mis disquisiciones y vueltas sobre su ser está sumamente interesado en contarme sus viajes. Quizás no me consta, pero aún espero que aparezca. Que traiga algo de vida nueva. Algún cruce de miradas perdidas en la Ciudad. Intentaré ver sus funciones como titiritero ambulante. Seguro que este año las representaciones pasan por la costa.
En fin. Un trago. Salud. Otro trago.
¡BANG!