domingo, 31 de agosto de 2008

27º. BALAZO.

Todas las mañanas bajaba a la playa provisto de aquel paraguas negro. Cuando llegaba junto a la orilla del mar, abría el paraguas y lo echaba al agua, con el mango apuntando al cielo. Luego agarraba el mango y se tiraba de cabeza sobre el paraguas. Estaba convencido de que algún día el mar llovería para él. Teorías.



La vida no está hecha igual para todos. Eso es algo obvio. Pero es una frase que reconforta decir en alto. Uno lo dice y ya le parece que lo ocurrido es menos injusto. No entraré en detalles sobre lo ocurrido, pero quería decirlo en alto. O escribirlo.



Como siempre que me siento a escribir estos pequeños retazos de mi vida, se me ha echado la hora encima. Copa de vino, algo de Pablo Ager y algunas fotografías antiguas. No hacía esto desde hace ya mucho tiempo. Tanto, que muchas de las caras que veo casi no me son conocidas. Parece que haya pasado una vida entera.
Guarda uno muy pocos recuerdos de cuando era niño, y sin embargo a partir de los diez o doce años uno comienza a atesorar muchos más momentos en la memoria, de manera que parece que se ha aprovechado mucho más la vida. Es por eso que cuando me invade la rutina acabo con la botella de vino y la luz tenue del ordenador. Mi puerta de escape, mi barco a Ítaca, mi forma de tener las cosas claras.
El caso es que he encontrado una fotografía que tiene encima la mitad de mis años de memoria. Es verdad, como dice Diego Vasallo, que la vida te lleva por caminos raros. Miro la instantánea con nostalgia. No soy el que era; ni yo, ni el resto de los que aparecen en esa fotografía. Pero seguro que yo no. Me he dado demasiadas veces contra los molinos y con eso se le quitan a uno las ganas de gestas amorosas y Dulcineas que no tienen ganas de verle.
Dice Ramón, mi amigo el cartero, que con los años el amor pierde pasión y se vuelve más práctico. Tiene la teoría de que cuantos más desengaños amorosos tengas, más sencillas verás las cosas y, aunque te cueste confiar en alguien de nuevo, más exigirás de primeras a la personalidad del otro. Terminó aclarando que eso del exigir se debe a que uno se queda sin ganas de limar diferencias con la pareja, de pulir detalles en la convivencia. Uno busca que en la personalidad de la otra persona ya encajen las cosas. Y punto.
Particularmente la teoría me parece excesivamente radical, pero me ha convencido para que la escriba. -Tú anótalo, verás como en un tiempo me das la razón.- Y yo lo anoto, por si acaso. Teorías.



Un amigo me ha enviado las señas de otro concurso de cuentos. Dice que escriba, que conoce a la chica que lo ganó el año pasado y que seguro que pueden hacer algo por mi cuento. A mí esto me da algo de lástima, la verdad. Solía pensar hace años que lo ganaba el mejor, pero que no se presentaba alguien realmente bueno, y por eso el cuento ganador no terminaba nunca de convencerme. Pero que va. Dice también mi amigo que deje de maldecir los concursos literarios en los balazos, que no me hace ningún bien. A mí me da un poco lo mismo. Me gusta creer que hay ciertos concursos que los gana alguien ajeno por completo a la organización de los mismos. De hecho sé de buena tinta que algún que otro concurso es completamente honesto en el veredicto.
Lo peor de todo es que al final enviaré algún cuento al concurso y me amañarán el premio, y luego iré a buscar mi rectitud moral y mis argumentos a favor de la honestidad del jurado al trastero, que es donde se dejan las cosas que no quieres tirar pero no sabes donde poner. Qué asco me doy a veces.

jueves, 28 de agosto de 2008

26º. BALAZO.

Madrid es un buen sitio al que regresar. Volvimos hace varios días de los mares del sur, y lo cierto es que aunque inesperado, este ha sido uno de los mejores viajes del verano. No era mi intención ir, no estaba en el plan. Quizás por eso ha sido el mejor. Puede que tenga que ver con las expectativas. La vida tiene estas cosas.
Estoy tratando de asimilar que en dos días volveré al ritmo de oficina que tiene esta ciudad. Asumiendo que vendrán las mañanas cansadas y las carreras contra el tiempo.



Me convencieron para que me presentase a un concurso de relatos cortos. Al principio me negué en rotundo, pero poco a poco, víctima en parte de mi propio ego, acabaron por engañarme y mandé el relato. El premio no es gran cosa, pero lo cierto es que es suficiente como para animarse a escribir. Lo que ocurre es que también es un premio lo suficientemente deseable para cualquiera, así que supongo que ganará el hijo del que ha convocado el concurso. O su sobrino. Pero lo ganará algún familiar de la ralea del convocante, que seguro es un mal pájaro. El caso es que lo he enviado, y guardo para mí una secreta esperanza de victoria. Quién sabe. No conozco al pájaro, y todo son suposiciones.



Ayer mismo quedé con un buen amigo, uno de esos que llevan ahí desde siempre, de los que escasean. Citados para maldecir la vida terminamos por dedicarle a este asunto menos tiempo del esperado, y luego hablamos de nada, de la risa, del tren de las ocho, del silencio de la luna. Sentí que aún éramos reyes. Luego blasfemamos contra las mujeres y sus desaires, y seguimos rumbo al bar, donde, como dice la canción, "ocho vinos duelen al soñarte equivocada en brazos de otro".



Entró una amiga a trabajar en una tienda de bolsos y zapatos, y está encantada. Debe ser la única persona en este país que madruga feliz para ir a trabajar. Es como una niña que se levantara deseando ir a ver a sus amigos del colegio. Además disfruta de lo lindo con el asunto de la moda, así que el hecho de que eso sea un trabajo remunerado le parece un chollo.
Me contó que el otro día entró en la tienda una pareja de abuelitos extranjeros. Eran griegos, y se deslizaban Gran Vía abajo cogidos del brazo, maravillados con el ajetreo madrileño de la zona. Entraron, como decía, en la tienda, y por lo visto no tenían muy claro si comprar por hacer algo de gasto o dedicarse simplemente a mirar. Les atendió, obviamente, mi amiga, y les vendió un par de cosillas. Estuvieron una hora larga eligiendo unas cosas y descartando otras, dejándose llevar por mi amiga que, todo hay que decirlo, les aconsejaba con honestidad y no solo con la mentalidad de un comercial avaricioso. Una vez hubieron pagado, cuando ya iban a marcharse, se despidieron de mi amiga muy efusivamente con besos y abrazos, como si de una nieta perdida se tratase, y luego se fueron. Fue entonces que ella me llamó para decirme que acababan de venir unos griegos simpatiquísimos que habían comprado mucho y que le habían dicho que era muy buena niña y que tenía muy buen gusto y cien mil cosas más. Y con eso ella tiene para tirar otra semana con una sonrisa pintada en la cara.
Después me dediqué a darle vueltas a los trabajos que he tenido, a los que tendré. Ojalá me baste un detallito para sonreír una semana.



Las mariposas de azúcar se deshacen cuando llueve. Por suerte no llueve siempre.



Es inútil. Se irá el sol, dejaré de ser socio del aire. Los tártaros se perderán entre los libros y ella seguirá con su vida de acento andaluz. Hélène no llamará, y ya no sé si quiero que lo haga. Sara maldecirá su suerte y la luna se pondrá el abrigo de nubes. Incluso Leon mirará con desconfianza el futuro. Espero que nos perdone el amor.

domingo, 17 de agosto de 2008

25º. BALAZO.

Lunes noche. Martes de madrugada. Cortázar diría que a estas horas aún hay farolas encendidas en la ciudad. Luces que se encienden y se apagan a conveniencia de un momento mágico que pareciera nunca va a llegar. Huele la mañana a corazones nerviosos, a respiraciones agitadas. La luna baila entre nubes una canción de Cat Stevens. Dos ángeles acaban de descubrir que tienen sexo. Y ahora, mirándose a los ojos, se consideran inmortales por primera vez en su historia.



Llevo un par de días sopesando mis propias decisiones, contraponiéndolas con las de los demás, explicándome a mí mismo los motivos. Alguien me dijo una vez que no exigiera menos de lo que merezco. Ese es el barómetro que uso. Puede parecer altivo, pero cada uno sabe exactamente lo que merece.



Le dije a Ramón, el cartero, que esperaba una carta, y todos los días que hay correo en mi bloque llama a la puerta por ver si me ha llegado la carta. Yo le he preguntado que cómo puede ser posible que me llegue la carta si no la trae él, pero insiste en que cosas más raras se habrán visto y que le pica mucho la curiosidad. Ya le he dicho que no la abra, que me gustaría leerla a mí primero, que luego si quiere la comentamos. Aunque la verdad es que no sé si me apetecerá comentar nada.



Me he pasado la tarde leyendo, recorriendo cada cierto número de páginas los pasillos de esta casa que en verano se me hace inmensa y mezclando los sucesos del libro con los de la vida real. De manera semiinconsciente he dotado a cada personaje del libro de su propio alter-ego en la realidad, y me ha tocado acabar solo, mirando un jardín de hojas secas desde el balcón principal de la Casa de las Constelaciones. Y esperar a que ella volviera.
En vista de que la espera podría resultar ciertamente interminable he cogido otro libro y he redistribuido las personalidades entre mis amigos y conocidos. Este segundo libro es una antología de cuentos breves, así que el baile de personajes ha sido bastante entretenido. He pensado en llamar a los damnificados y explicarles los motivos de ciertos sucesos, en lo divertido que tenía que ser dar todas las noticias yo, y que todas fueran ciertas en mi pequeño universo. Pero he decidido no molestar. Puede que haya gente ocupada. Además, seguro que a más de uno le molesta que le haya asignado tal o cual personaje.
Luego he echado una cabezadita y, al despertar, el dinosaurio todavía estaba aquí. Augusto Monterroso estaría encantado con mi descubrimiento.



Un amigo dice que lo que a mí me gusta es escribir en imágenes. Que me gusta soltar frases como si fuesen fotogramas. Y que a todo le pongo banda sonora. Lo más curioso es que después me ha dicho que no tengo nada que hacer en el cine, pero que siga con el asunto de la palabra escrita, que lo mismo hago una buena película algún día. Le tengo cierto aprecio, nos perdonamos la confianza.



La playa se ha quedado pequeña, no es suficiente ya para salvarte de los recuerdos. Las máquinas que alisan la arena durante la noche aún me obligan a esquivarlas, pero no es lo mismo. Será que no es el mismo mar.
Como breve crónica nocturna: Ha vuelto la familia, y toca remar. Sara espera que el amor le devuelva el favor. La ciudad se me antoja demasiado cercana y Hélène no llama, me estoy volviendo loco. Me ocurre como a Pía Barros, que no me gustan las culturas donde los jóvenes no se besan desesperados en las plazas públicas.

domingo, 10 de agosto de 2008

24º. BALAZO.

Una vez de niño, en el segundo colegio al que fui, escribí en un cuaderno lo que decidí llamar "página por lo que falta". Lo he recordado mientras le buscaba una explicación a mi estado de ánimo en el día de hoy. Tras dar trescientas vueltas a mi vida he llegado a alguna que otra conclusión. La primera, que cuando estoy solo en casa esta ciudad se me hace inmensa; la segunda, que faltan un par de detalles que completen mi vida y, desgraciadamente, poco puedo hacer por ellos. Valga este párrafo.


Por circunstancias que no vienen al caso, el cartero acaba pasando más veces de las que uno quisiera con el acuse de recibo y un bolígrafo que ofrece de forma noble, como un samurai que prestase a otro su mejor katana para que el otro se hiciera el harakiri. El cartero es un hombre de bien. Recién casado con una mujer que, según cuenta, es heredera de la belleza de Helena. Y además es abogada,-"como tú chaval"- me dice. A menudo me pregunta porqué nos envía el ministerio tantas cartas, bueno, y porqué los de tráfico le están cogiendo también el truco a poner mi dirección. Yo ya le explicado que no es mi culpa, que las cartas no deberían desde hace algún tiempo enviarlas a esta dirección porque mi padre ya no vive aquí. Él dice que lo agradece, que las mañanas de cartero son un coñazo, y más en verano, que además de estar solo tienes que aguantar un calor del carajo. Cuando empieza con las frases sobre lo que aguanta en su trabajo yo sonrío y le sigo el juego, me entretiene de buena mañana saber las historias de las diferentes comunidades de vecinos.
El viernes decidí interrumpir su desahogo matutino y le pregunté si nunca en su vida como cartero había abierto una carta ajena. Él frenó en seco su discurso y miró con la cabeza gacha hacia todos lados, como un niño que va a robar un caramelo y teme ser descubierto. -Sí,- dijo con voz queda.- Una vez.- Y luego se puso rojo. Como insistí en conocer la historia me dijo que una vez alguien envió un sobre rojo a una dirección de por aquí, pero que no era del todo correcta y se le devolvió. Al parecer el remite tampoco estaba bien, así es que la carta se quedó en Correos. Una semana después llegó otro sobre con las mismas señas y como había ocurrido con el anterior se quedó en Correos. -Cuando llegó el tercero.- dijo susurrando. -María, que ahora es mi mujer, y yo, decidimos quedárnoslo, y lo abrimos al llegar a casa.- Luego me explicó que María trabajaba en Correos antes de acabar la carrera.
Mi expectación en este punto debía ser tremenda, porque Ramón aprovechó el momento para decirme que si le invitaba a un café, que la historia tenía miga. Como a esas alturas no podía dejar la trama así sin más, le invité a pasar, y él siguió con su relato mientras yo preparaba un par de cafés.
Resulta que al abrir el sobre encontraron que además de la carta, el tipo había mandado también un par de fotos de unas playas preciosas. Al parecer retrataban unas calas de Menorca, no sabemos exactamente de qué zona. El tipo había estado allí de viaje y le enviaba a lo que por aquella tercera carta Ramón y María habían deducido que era su amor prohibido unas fotos del lugar, para que ella supiera lo que se había perdido.
No me enteré muy bien de como lo logró, pero se ve que María consiguió que alguien le pasase las dos cartas anteriores y se las llevó a casa. Es así que construyeron la historia.
Romeo (mi tendencia a la literatura hizo que Ramón aceptase tal nombre para el enamorado del sobre rojo) había conocido a Julieta (a ella el nombre le vino por eliminación) en una fiesta que un tercero había dado en un chalet. No la había vuelto a ver, pero estaba convencido de que merecía una oportunidad. Se conoce que en la fiesta él ya le había hablado a ella del viaje que iba a hacer a Menorca, y de ahí las fotos en la tercera carta.
En la primera carta, (por exponer los hechos de manera cronológica) Romeo le decía a Julieta lo maravilloso que había sido conocerla, estar con ella, pasar aquella noche en su compañía. Según Ramón, de haber escrito para ganar el premio Hiperión en vez de para conquistar a Julieta, habría ganado. Un poeta, vaya. (Porque no creo que Ramón se refiriese al tema de los premios de literatura que se amañan)
En la segunda carta, Romeo le pedía a Julieta que le contestase. Que no podía dejar de mirar el buzón, y que no entendía porque no respondía, porque no correspondía sus palabras después de aquella magnífica noche. Llegados a este punto Ramón me explicó los chascarrillos que se les ocurrieron a él y a María cuando estaban leyendo. -No me digas que no es una putada,-decía.- Te enamoras y no escribes bien ni su dirección ni la tuya.- Aquí paró para reírse.
A mí a estas alturas Romeo se me parecía más a don Quijote y Julieta se me antojaba una condesa rusa tras la revolución, dando nombres y direcciones falsas. Pero Ramón vive convencido de que esa historia fue real, que lo único que ocurre es que él apuntó mal la dirección y la mandaba siempre mal. Yo le dije que era estúpido que también apuntase mal el remite entonces, y Ramón me confesó que en la segunda y tercera carta el remite estaba bien puesto, pero que ellos se quedaron la tercera y evitaron que la segunda fuese de vuelta. Toda una aventura postal, vaya.
El caso es que en la tercera carta Romeo adjuntaba las fotos y le imploraba a Julieta que contestase aunque fuera para explicarle porqué no quería verle más ni enviarle cartas. En este punto Ramón volvió a detenerse para reír. -¿Sabes que se le ocurrió a María?.- me preguntó. Yo negué con la cabeza.-Contestar ella.- añadió.
Como tras las tres largas cartas y las fotografías la pareja de carteros conocía bien a Romeo, y sabían que Julieta era un amor prohibido porque había sido novia de un muy buen amigo del enamorado, decidieron contestar con la solemnidad de una esposa cautiva. Le dijeron que dejara de escribir, que por favor cesase de enviarle palabras de cariño, que él ya sabía que su historia era algo imposible, y le agradecieron las fotos y el tiempo y hasta la caligrafía. Muy correctos ellos.
Y Romeo dejó de escribir. Hasta pasados tres meses. Entonces volvió a enviar una carta (que Ramón decidió agenciarse en cuanto vio el sobre y el remite) en la que le explicaba que ella lo era todo, que necesitaba estar junto a ella, que desde que la conoció comparaba a todas las mujeres del mundo con lo que ella era y había significado, y que el amor no tenía sentido de aquel modo. También dijo que si no obtenía respuesta entendería que ella mantenía su postura.
Y los carteros dejaron aquí la historia. María tuvo intención de seguir el juego, pero a Ramón le pareció una crueldad y no escribieron.
Cuando el cartero se fue a mi me quedó la impresión de que Romeo era un pobre hombre. Que había conocido a una mujer fantástica una noche y que no la vería ya más. Ella nunca le daría una oportunidad. Y luego me pregunté por la mujer. Y por las cartas que yo he enviado en mi vida. Pobre de mí. Pobre Romeo. Y pobre Julieta, que en el fondo también se perdió a un magnífico poeta.

miércoles, 6 de agosto de 2008

23º. BALAZO.

Anoche, ya en Madrid, me reencontré con los tártaros. La casa sigue patas arriba. Por lo visto el parquet tiene que estar un par de días a solas. Debe tratarse de un parquet bastante filosófico para necesitar ese tiempo libre de cargas, muebles y pisadas sobre él; o uno con principios.
He vuelto de Castejón con una sensación extraña en el pecho. No me ocurría esto desde hace algún tiempo, pero por suerte, y como dice la canción, se pasa en unos días ese dolor que ahoga cuando intentas coger demasiado aire.
De allí quedan las fotos, los recuerdos y algún que otro souvenir sobre vinos del somontano, que mi buena amiga me regaló en un gesto entre simpático y cómplice. Gracias. Lo que no sé con claridad es que quedará cuando se me pase el dolor, cuando los recuerdos pierdan fuerza y dejen de oprimirme el pecho. Ya veremos. Creo que me quedará mi amiga y un lugar donde quizás pueda volver.



El verano está siendo movidito. Tras un par de expediciones al sur y el gran viaje a Castejón de Sos, parece ser que voy a volver a movilizarme. Unos días para desconectar es lo que se me viene encima y no sé si es lo que quiero. O lo que necesito. Llevo unas horas pensando que lo que necesito es conectar más. Pero de esto, como de casi todo, tampoco estoy seguro. Lo que si parece un hecho es que en un par de días estaré de nuevo mojando los pies en el mar del sur. Y la mitad de Agosto se habrá ido dejando una factura cara, como el Orient Express.



Uno desconoce por completo a la mayoría de los que le leen, pero espera que ciertas personas si le lean, y se sonrían con lo que ven, o sientan algo, o esperen (malditas expectativas) algo de uno en algún balazo.
Así que, un poco como Neruda, escribo para todos pero te hablo solo a ti, y te recuerdo como eras en el último verano, siendo la boina gris y el corazón en calma. Apegada a mis brazos como una enredadera, los bancos recogiendo tu voz. Algo así. Esperaré al cartero. Aunque lo haré sentado.



"Te prometo que lo intento pero hay cosas que no se me dan bien", dice Pablo Ager en una canción. He decidido sacarla de mi cabeza, porque en estos tiempos no la necesito dentro y resume demasiado bien el miedo a todo lo que no sabes como afrontar, como encarar. Particularmente, no se me da bien estar parado, ni esperar que las cosas vayan sucediendo. De cualquier modo y aunque se me ocurre como remedio anticipar las cosas, hay veces que es mejor así, que tiene que llover en el canal, y que la corriente enseñe el camino hacia el mar.
No se me da bien llorar, ni elegir la fruta. Estoy aprendiendo a dar abrazos y a no ser tan expresivo. A callar cuando me toca. Soy muy torpe arreglando enchufes y compro comida precocinada. Tiendo a recordar con cariño, a olvidarme de lo malo. Suelo recordar lo malo después, aunque estoy trabajando en la memoria. Procuro recordarlo todo. Tiendo a divagar, a hacer teorías que cambian de bando a partir de la quinta copa. Si quisiera podría, y aunque tú me lo pidas, prometo no cambiar.

domingo, 3 de agosto de 2008

22º. BALAZO.

Vinimos a Castejón de Sos. Es un pueblo perdido junto al valle de Benasque. El pueblo tiene una calle larga, principal, que lo cruza de un lado a otro, lo atraviesa, lo corta. Pero quedan a ambos lados edificios y casas de piedra y van de un lado a otro sus habitantes saludándose. Suele pensar uno que en estos pueblos ya no queda mucha gente. Que los años se llevan a casi todos a la ciudad y dejan la tierra casi desierta, descuidando lo que durante tanto tiempo cuidaron. Castejón no es así. Es cierto que la mitad del pueblo no vive durante todo el año aquí, pero se dejan algo por lo que volver siempre, olvidos premeditados. Quizás solo sea el hecho de que se sienten del lugar, de que lo son, y vuelven para sentirse en casa. Igual que aquel poeta que se fue dejando el corazón entre los olivos. Para volver. Para quedarse. Vine con un amigo hace un par de días, y lo cierto es que aunque aún no me he ido, ya tengo ganas de volver. Me viene a la memoria con esto aquel verso de Sabina, "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Uno siempre quiere volver. Llama la atención el trato que tienen unos con otros. Se conoce que llevan demasiados años juntos, recorriendo las mismas calles y encontrándose siempre detrás de las mismas esquinas, al girar cada avenida de su vida. Se tratan con respeto y muchos se miran después con recelo, guardando la conversación que acaban de tener en el archivo de la memoria, esperando que les sea útil a la hora de contar algún cotilleo. Se habla mucho de la vida de los demás, de lo que era, es y parece que será tal o cual tipo, de lo gordo que está mengano, de lo mal que lo pasó fulano cuando fulanita se fue, o del amor que se tienen, de manera casi incompresible, zutanito y zutanita. Pero aún con todo, resulta entrañable porque, por lo general, cuando vienen mal dadas todos arriman el hombro un poco. Y si no todos, sí la mayoría. Estamos alojados en casa de una buena amiga, y lo cierto es que nos están tratando de maravilla. Se desviven por cada detalle, atentos a lo que nos falta o pudiéramos necesitar. Se siente uno profundamente agradecido y no sabe realmente cómo agradecerlo. Ayer vinieron a cenar, a casa de mi amiga, unos allegados de sus padres. Gente con el carácter ya hecho y la edad en la frente. Una bonita pareja, hecha cada uno a las maneras del otro. Él trabaja, no sé en qué a pesar de que le dimos vueltas y vueltas al trabajo que tiene, y ella lleva las cuentas y ve por dónde van los gastos. Entre ella y el padre de mi amiga le hacen al marido todas las gestiones, y él se fía por entero de ellos. Se tienen el marido y el padre de mi amiga una mutua admiración, silenciosa, y se ríen con lo que sucedió mientras le buscan las vueltas a la vida para seguir tirando. No sé por qué la gente se iría a las ciudades. Debe de haber una edad de mucha necesidad.



Como soy socio del aire me entero de muchas cosas, pero me ocurre que pienso demasiado en lo que pasa alrededor, en lo que no pasa. Hace demasiado frío para quedarnos a solas, demasiada gente para pensarte solo a ti. Dije que faltaba un beso; ya no me lo deben. Aunque sigo diciendo que tu nariz acentúa tu sonrisa. A ella no le falta ilusión, y le sobran ganas. Creo que es más una cuestión de valentía, de decidirse rápido y hacer lo que se quiera. Que para eso están las noches cortas de verano. Y los silencios largos. Ayer, un tipo sabio de la zona se acercó, encendió la luz y dijo; "para que os veáis las palabras". Eso quisiera yo, ver las palabras que a veces no se dicen, adivinar porqué a veces te quedas en silencio. O mejor, olvidarme de que quiero adivinar nada, y que lo digas.



En Madrid, los dos tártaros han terminado ya su particular guerra. Ahora se ocupan en remodelar la casa, y les imagino desde aquí debatiendo los pormenores de la delicada operación consistente en desplazar de una habitación a otra los muebles. Están acuchillando y barnizando el parquet. Andan entretenidos. Al final el viejo se quedó sin clientes y los tártaros han logrado encontrar por el mismo precio que pedía el abuelo dos plazas de garaje, con lo que viven tranquilamente sabiendo que entran y salen holgadamente y que ya no tienen que complicarse aparcando para que entre el otro. Cuando vuelva imagino que la casa estará limpia como la patena. Quedamos antes de que viniese a Castejón que ellos se encargaban de lo de los muebles y que yo limpiaba al volver los estropicios del parquetista, pero conociéndoles, cuando yo llegue no quedará nada. Y me lo echarán sutilmente en cara, bromeando.