martes, 23 de diciembre de 2008

35º. BALAZO.

Ha pasado mucho tiempo. Hace unos días tuve una de esas llamadas telefónicas inesperadas. La vida, como dice la canción, te lleva por caminos raros, y ahora que estamos en Navidad, tengo ganas de verano. Nunca he tenido las cosas del todo claras.Me escribió una buena amiga para que escribiese algo acerca de estos días navideños. Hacía mucho que no sabía nada de ella. Recuerdo que hace años volar era una palabra anclada a su nombre. No sabía separar el verbo de ella. Ni quería hacerlo. Después cambié para peor y ella siguió hacia el cielo.Un momento siempre es poco tiempo. Si es para bien lamentamos que solo sea un instante, si es para mal agradecemos que sea solo un momento. Siempre es poco tiempo. Pero quiero eso, un momento.Mientras llega, tengo que decir que esta noche empiezan oficialmente las navidades y que espero que ellas me traigan ese momento.Ha pasado mucho tiempo desde que aprendí a enredar mis dedos entre los tuyos, desde que chuté con todas mis fuerzas aquel penalti en Donosti, desde que Málaga se convirtió en un refugio. Ha pasado mucho tiempo desde Añora hasta Cáceres, desde que dejé mi primer beso en tus labios de papel, desde que descuidé aquel arbolito que juré que nunca me olvidaría de regar. Ha pasado mucho tiempo pero aún me quedan las gotas de lluvia en el cristal, las miradas furtivas a la luz de una farola, los viajes sin salir de la habitación. Me quedan todavía ganas de celebrar las navidades y tantos cumpleaños como pueda. Me queda fe en algún Dios particular, ése que juega con títeres y recorre los pueblos de banda en banda; ése que anda cansado de tantas estupideces.

Hablando un poco de todo en un café de Madrid, a ella se le escaparon dos sonrisas de los ojos, y él las retuvo en sus labios. Luego hablaron sin escucharse, sabiendo ella todo lo que él tenía que decir, conociendo él todas las frases que ella decía. Se bebieron. A tragos, casi ahogándose. Se bebieron a un ritmo desenfrenado y acabaron la noche en un hotel. Se desnudaron, se quitaron las dudas y la ropa y huyeron con el amor cuerpo adentro.Lo peor fue descubrir, a la mañana siguiente, que no eran quienes creyeron. Quizás fuese mejor escuchar que imaginar al otro. De aquella noche queda la cicatriz de la suerte y el recuerdo de algo que nunca sucedió. La vida tiene estas cosas.

Nos han invitado a una fiesta esta mañana, y escribo esto con la duda de qué clase de fiesta será, de como nos irá al bueno de mi hermano y a mí, que no acostumbramos a ir a este tipo de eventos. Me refiero a ese tipo de celebraciones donde todo el mundo hace como que se conoce. A mí esto siempre me ha parecido ridículo. Si no nos conocemos, podemos tener conversaciones mejores o peores, congeniar mejor o peor; pero si fingimos conocernos es un desastre, porque las conversaciones acabarán por ser monótonas y aburridas, y trataremos los dos de quedar bien.

Verás como al final, pese al frío, acabo por salir de casa para comprar algo de vino. Verás como al final cruzaré la calle, pasará el invierno, me volveré más callado y tú más desconfiada. Verás como al final subirá la marea, el sol reventará tu espejo y la lluvia mi guitarra. Verás como al final no nos sirven de nada los años, ni las prisas, ni las pausas. No nos valdrán las canciones sin la luna de Santiago y sin salitre. Verás como al final...

jueves, 27 de noviembre de 2008

34º. BALAZO.

Pasaba por aquí, que dice la canción, y he decidido recargar de nuevo este revólver de palabras para poder volarme luego la tapa de los besos. El fin de semana que viene celebraremos la Navidad con la familia de mi madre, y la verdad es que tengo ganas de agarrar la guitarra y viajar. Y de ver a la familia también. Cada vez que hacemos estas reuniones navideñas anticipadas solemos acabar recorriendo pueblos perdidos en el mapa y caminos que terminan en un sueño dulce. Y luego comemos, o cenamos, depende de la hora. Porque tratamos de emular las navidades y son fechas donde se come mucho.



Esta mañana me he levantado algo asustado. He tenido un sueño raro. Sucedía en una playa.
Yo estaba sentado en la arena, vestido de calle y no con bañador, como se supone va uno a la playa. Estaba descalzo, y miraba el horizonte con firmeza, como si al no apartar los ojos del final del paisaje fuese a divisar claramente una línea separando el cielo y el mar. Me tiraba así un buen rato, aunque no sabría decir con precisión cuanto tiempo pasaba en el mundo real. Yo pertenecía claramente al mundo de Morfeo.
A continuación iban apareciendo, como de la nada, cientos de personas hasta llenar casi la playa. Como Valencia en verano. Y luego un tipo que venía a pedirme los zapatos. Aquí ha venido lo realmente extraño, aunque para ser sinceros a mí ya me tenía mosqueado el hecho de que, siendo un sueño, la playa tuviese que estar hasta arriba de gente, pero eso ha quedado a un lado al aparecer el tipo que me pedía los zapatos. Yo le indicaba amablemente que era imposible que le diese mis zapatos puesto que no tenía (y juro que los busqué por si me los hubiera quitado, pero nada), pero él insistió en que tenía que darle mis zapatos.
Por algún motivo que no acierto a comprender, el hombre se ponía sumamente pesado y yo echaba a correr. Y él me perseguía, claro, como no podía ser de otro modo. Y así uno detrás de otro hasta que yo llegaba a una especie de chamizo en el que entraba para refugiarme. Él se quedó fuera golpeando la puerta y exigiéndome los zapatos. Desconozco si el chamizo era mío, pero lo cierto es que allí estaban mis zapatos. Por no discutir más, y porque en los sueños estas situaciones agobian bastante, abría la puerta y le entregaba al tipo mis zapatos. Aquí llegó lo más extraordinario del sueño. El tipo pasó dentro, se calzó, se quitó la chaqueta y la dejó en el perchero. Y dijo: "Te dejo aquí las alas, ya me toca caminar."
Me he despertado con la sensación de que se me había comunicado algo importante y no me había enterado de nada. Luego me he limpiado los pies de arena. Necesito vacaciones.



Dice en una genialidad Adolfo Bioy Casares; "El mismo lobo tiene momentos de debilidad, en que se pone del lado del cordero, y piensa: Ojalá que huya."
Esta mañana lo he visto venir. Y él me ha visto a mí. Venía él cargado con un carrito lleno de libros y una carpeta cargada de formularios. Una mañana al mes mantenemos una singular conversación acerca de los motivos por los cuales no me hago socio de su revista de lectura. Yo creo que él está más cansado de escucharme que yo de explicarle porque no tengo pensado hacerme miembro de su selecto club. Pero hoy nos hemos saltado el trámite en el que él toca el timbre de mi casa. Casi nos damos de bruces uno contra otro en el portal. Él hace de lobo, y yo de cordero, salvando las distancias morales que la frase de Bioy Casares conlleva, y se ha apiadado de mí. Hace mucho frío como para que andemos los dos tonteando como colegiales en el portal mientras trato de explicarle que lo nuestro es imposible.
Así que nos hemos cruzado. Él me ha mirado, y yo a él; y nos hemos reconocido. Y es entonces cuando él ha debido pensar: "Ojalá que huya". Y yo he mirado para otro lado. Y cuando la puerta del portal casi se cerraba hemos dicho al unísono: "Buenos días". Y lo cierto es que así el día ha empezado bastante bien. Gracias.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

33º. BALAZO.

Debo tener el alma llena de arena, la piel cubierta de sal. Mis calles son tus huellas. Mi casa tiene vistas al mar.

Llamó la mujer de las plazas de garaje otra vez, para decir de nuevo que quería que una de las plazas se desocupara. -Verá señora,-decía mi hermano-tenemos un contrato por el cual esas plazas están alquiladas por un año, y no voy a desocupar nada.-No debió sentarle bien esta respuesta a la señora, que soltó una amenaza velada argumentando que su hijo era abogado.-Mi madre también.- respondió mi hermano.Y aquí paz y después gloria. Y la señora tendrá que buscar otro sitio. Y los tártaros a lo suyo.

Empezó de niño. Mike le descubrió en uno de aquellos combates callejeros. Golpeaba con las manos cubiertas por unas vendas, para no hacerse daño. Destrozaba a sus rivales lanzando una multitud de golpes seguidos. Era imposible esquivarle.Mike se lo llevó al gimnasio Big Bang, junto a la Quinta Avenida. Allí le enseñó a golpear, a defenderse. Y un par de meses después organizaron el primer combate profesional de Billy el rápido. El chico Billy. Tras dos victorias por K.O. le lanzaron directo al campeonato del mundo. Mike pagó su cuota y se convirtió en su padrino.

He pensado en construir una pequeña cajita de madera para guardar los recuerdos. Escribir en pedazos de papel lo que no debo y no quiero olvidar y esconderlo hasta siempre en la caja. Y así escribir: Cóbreces, San Juan, Barcelona; vino rosso y un montadito de salchicha del país. Y Agosto, soledad y mi guitarra. Y te quiero; desde el costado hasta el alma. Y dos de copas, Abril entre las manos, Vélez, mi voz en el tejado, tus labios, mi sed y una pensión derruida a deshoras. Y Cádiz, Huelva y Cáceres. Monedas rodando por el paseo de Cánovas. Y la magia de los cuentos. Y una canción. Y echar de menos el mar.

He pasado esta mañana por la peluquería. Lo tienen todo lleno de botes de laca y productos para el cabello que jamás les he visto usar, y han cambiado las sillas viejas por unos preciosos butacones de cuero negro plagados de palancas cuyo uso aún desconocen. Están felices pese a que, según dicen, la crisis les ha robado a la mitad de la clientela. La mujer del dueño está embarazada, y han contratado a una chica rumana para suplirla mientras esta está de baja. La chica es muy salada. En cuanto te sienta en la silla y te pone el mantel blanco empieza a contarte sus bondades y virtudes, a saber; que si manos suaves, que si ella ya era peluquera en su país, que da mucha conversación y sabe bien el idioma porque lleva aquí cinco años. Ha comenzado a darme un cursillo avanzado de rumano mientras me cortaba el pelo. Hemos quedado en seguir con las clases la próxima vez que vaya. Incluso me ha enseñado fragmentos de un poema que adora y que yo, ahora que no está para corregirme, no sabría repetir. Ha sido una mañana curiosa. Y no ha quedado mal el pelo.

He hablado con mi hermano, por saber como quedo el tema del garaje. Victoria clara de los tártaros. Así que aguantarán al menos un año con las plazas de garaje en su poder. Y que salga el sol por Antequera.

lunes, 27 de octubre de 2008

32º. BALAZO.

Tengo solo uno de sus dibujos, de los muchos que ha hecho. Sale en él un espantapájaros y un pequeño gorrión apoyado en su brazo de madera. Hace unos días pude observar de nuevo varios de sus cuadros. Dibuja a trazos, sin contornos, llenando de sombras el dibujo para acabar dándole vida. Lo malo es que la edad no le está tratando bien.
Hace unos días coincidí con él durante una comida en casa de su hijo. Su mujer contaba que ella ya no puede hacer casi nada. Le mantiene ocupado hablándole de esto y lo otro, pero el alzheimer se está llevando poco a poco al genio. Han tenido que contratar a una persona, una muchacha joven, que se encarga de llevarle de acá para allá y de lavarle y medicarle.
Recuerdo que no hace mucho hablaba con cariño de lo que para él fue un tiempo mejor, del cine de Buñuel, de la poesía de Cernuda (del que siempre dijo que era su poeta preferido). Recuerdo cuando dibujó aquel espantapájaros, como su mano, temblorosa, seguía definiendo aún trazos perfectos.
Sé que el otro día, en la comida, no me reconoció. Al principio me trató con desconfianza, hasta que su mujer contó la anécdota de como me conocieron, hace ya mucho tiempo. Entonces se acordó. Asintió con la cabeza y procuró que no se le notara. Yo me sonreí con la anécdota. Su mujer la cuenta siempre.
Luego hablamos de Talavante y de Morante de la Puebla. Recuerda sin problema esos dos nombres y sabe que son toreros que le gustan. Estuvimos viendo algunos dibujos que tiene con motivos taurinos. A mí nunca me ha llamado la atención el toreo, pero lo cierto es que no pude sino sentir una profunda empatía con su afición por el ruedo y las tardes de toros.
Estuvimos hablando un rato. Es un hombre que siempre ha tenido mucho que decir y la mayor parte de las veces ha preferido callar, dejar que hablen otros. Habla su mujer por los codos, y tras una vida juntos es posible que él haya aprendido a elegir con cuidado lo que va a decir, porque tiene poco tiempo para decirlo. Se expresa con elegancia. Nunca levanta la voz.
Después estuve un tiempo charlando con su mujer y su hijo. Él miraba la televisión con aire ausente. Cuando ya me marchaba me despedí con cariño, y noté en él de nuevo el recelo de quien desconoce a quien saluda.
Ha ido regalando cuadros y dibujos a quienes se lo han pedido. Y ha vendido muchos más de los que ha regalado, y esto es decir mucho. Su hijo lo trata con cuidado, como si temiera romperle, y guarda todos los cuadros que le regaló con el mismo celo.
Conozco a muchas personas que tienen algún cuadro o un dibujo de este excepcional pintor, y algunos de ellos deberían ir a casa de su hijo a devolver el regalo, por no haberse hecho merecedores de tanta generosidad. Aunque probablemente el hijo no los aceptaría y les largaría diciendo que su padre nunca habría aceptado que un regalo le fuera devuelto, pasara lo que pasase.



El domingo llamó una amiga de Santander. Hace unos meses le envié algunos poemas que he ido escribiendo este año y llamó para agradecer el envío y alabarme el estilo. Lo hace porque sabe que me sienta bien. Que de cuando en cuando uno necesita saber que quien le lee se conmueve aunque sea solo un poco. Ella dice que no lo hace por eso, que en verdad le han gustado mucho. Al final la he creído.
De cualquier modo, hace ya bastante que no escribo poesía, que no me lanzo al verso para encontrarme. Cuando lo hago suele ser por necesidad. Es curioso que justo se produzca ahora la llamada de mi amiga, porque me pidieron hace unos días que escribiese un poema. Es para una persona en concreto. Cuando le piden a uno que haga eso tiende a quedarse sin palabras. Debe ser parte de mi tendencia a la negativa.



Los tártaros, es decir, mi hermano y mi buena madre, han vuelto a la guerra de las plazas de garaje. Por lo visto la señora que les tiene alquiladas las dos plazas a precio de saldo ha llamado para anular no sé aún muy bien qué, y mi hermano le ha dicho que lamenta muchísimo tener que contrariarla, pero que aquí no se anula nada. Que es por eso que existe un contrato. Discutirán y a ver en que queda. Empieza esto a parecerse a la guerra fría. No se sabe quién atacará ni cuando, pero hay dos grandes bloques dispuestos a todo. Y los tártaros tienen pinta de ser el bloque fuerte.



Hace ya algún tiempo de todo, pero recuerdo las calles, los gestos, la arena y las brasas que nunca vi encenderse. Por eso este réquiem por la estrella de San Juan: "Que la niña de sal te guarde siempre, mientras saltan gaviotas nuestra nocturna hoguera."

lunes, 20 de octubre de 2008

31º. BALAZO.

Desearía uno que el morbo no sustituyera la noticia real. Que las televisiones no enseñasen la sangre, que expusieran los hechos. Por lo visto vende más la sangre. No entiendo como es posible. Después de hablar sobre esto con más de veinte personas ninguna está de acuerdo con que se emitan las noticias de manera tan sensacionalista. A mi me parece que o no conozco a ningún morboso (cosa que dudo abiertamente), o sencillamente la gente miente. Como en la intención de voto en Estados Unidos. Se hace un sondeo y nadie es racista, nadie quiere que se mate a nadie, nadie quiere que gane el de la guerra. Pero a ver que sale, porque a la hora de la verdad en América son como son, y no sería la primera vez que un candidato se pega el batacazo solo por el hecho de ser negro. Pena de honestidad.



"Nos ganan las banderas", dice Montoto en una canción preciosa. Eso nos pasa. Nos ganan las banderas. Y nos ganan a todos. Resulta evidente que hay quien presume de tolerante, y con ello recuerda uno un poco la religión (sea cual sea la fe a profesar), que difunde paz y hermandad y tilda de falsas a las demás religiones. Curioso. Como esos claros izquierdistas que tildan de racistas a los de derecha. Y de intolerantes. Y no les dejan pasar a sus eventos, y no les tienen en cuenta en sus palabras, y no les engloban cuando dicen democracia. Muy tolerante y socialista todo. Y muy abanderado, por cierto.
Hace unos días dije algo como esto en público y recuerdo que me costó más de un insulto por fascista y no sé qué más. Yo no voto. Lo dejo claro aquí, en este improvisado cuaderno de bitácora. Y no lo haré hasta que monten bien el sistema y haya una verdadera separación de poderes en este país, y no el cachondeo que tienen formado. A ver si un día se ahorran un montón de dinero público en vez de hacer estúpidas campañas en busca de la Moncloa y desmontan todo el paripé. A ver si un día votamos con conciencia y habiendo mirado los programas electorales. Y nos dejamos las banderas en casa, que hacen mucho mal.
Dice un verso de Luís García Montero; vivir es ir doblando las banderas. Habrá que aplicarse.



Ordenando algunos papeles de mi escritorio he encontrado un poema precioso de Vicente Martín Martín. Luego me ha entrado algo de pena. Un autor con tan buena poesía y tan poco conocido. No quiero explicarme porqué sucede esto, porque si me lo explico terminaré por enfadarme y habré de abrir otra botella de vino y quejarme, que es lo que dicen que se me da bien. Dice en un verso, "entonces yo creía en los poemas". Yo también. Yo también creía en los poemas, en besos que ya solo recuerda el subconsciente, en playas con olor a ti, en mares con el color de tus ojos. He querido dejar aquí constancia de que alguna vez creí en la poesía, de que creo aún en los versos. Y alargar un poco la sombra del autor: "entonces yo creía en los poemas/ y en ti y en las palomas/ y en inmensos océanos de agua dulce/ y en un cuerpo de niña, recién lluvia,/ recién rosa estallada,/ deshojando -también a media voz-/ la suerte de sus pétalos de sangre."

martes, 14 de octubre de 2008

30º. BALAZO.

Es curioso lo fácil que es crear polémica. Sentados en una habitación, Carlos Marcos, periodista, entrevista a Enrique Bunbury, cantante y músico, aunque esto último no se lo llame mucha gente. Durante un tiempo la entrevista funciona, uno pregunta y otro responde, pero llegan al punto crítico, a un momento al que Bunbury, imagino, sabía que llegarían.
Hace unos días el que fuera cantante de Héroes del Silencio sacó nuevo disco, y en él figura una canción que lleva por título un verso de Pedro Casariego; "soy el hombre delgado que no flaqueará jamás". No es solo ésto, porque a lo largo de la letra de la mencionada canción, Bunbury incluye aún un par de versos más del poeta madrileño. Como era de esperar, la familia de Pedro Casariego ha decidido que quiere una parte del pastel, (lo cual a mi entender es cuestión baladí)y además se ha creado alrededor de Bunbury un rumor que le acusa de plagio y resta valor a su trabajo.
En la entrevista, Carlos Marcos se maneja con soltura hasta llevar al cantante a la pregunta deseada: ¿por qué no adjudicó la frase a Pedro Casariego?
Bunbury esquiva el golpe, dice que tras el disco emitió un comunicado y se remite a él para explicar todo lo relacionado con el poeta. Luego se enfada, y amenaza con marcharse de la entrevista.
No se me ocurre qué, pero apostaría fuerte por el hecho de que de aquella entrevista Carlos Marcos se marchó con las cosas claras y la idea de que había hecho bien su trabajo, y a Bunbury le quedaría para sí la certeza de que le han cogido. A mí, la verdad, no se me ocurre un motivo claro por el cual Bunbury pudiera haber decidido plagiar a Pedro Casariego y no decirlo, más allá de un homenaje. Pero cosas más raras se han visto. Lo que no me imagino es a Bunbury pensando.-Esto solo lo leo yo, y seguro que la familia de Casariego no tiene ni idea de quién soy, así que lo pongo. Y nadie se entera, ya verás.-
No creo. Habrá que esperar que se aclaren las cosas.



Esta tarde llamaron para decirme que van a hacer una fiesta conmemorativa del cuarenta centenario de un colegio al que fui de niño. Al principio me ha hecho bastante ilusión la llamada, y que quien llamaba se acordase de decírmelo. Me agradaba la idea de que se hubiera acordado de mí. Casi diría que hasta me conmovió saber que tenía interés en que fuese al festejo. Hemos charlado un rato sobre los viejos tiempos, sobre los días de carreras en el patio y amores de niño entre clase y clase. Hemos reído.
Y luego, una vez he colgado, me he parado a pensar que no me termina de apetecer eso de la reunión, que tampoco tengo tantas ganas de ver a nadie. Aunque supongo que tampoco tendrá nadie ganas de verme a mí. Si hubiéramos querido habríamos mantenido el contacto. Nos reconoceríamos pese a los años y los cambios y nos llevaríamos bien. Por lo que me consta, algunos lo han hecho. Mantener el contacto, digo. Pero cada río tiene sus afluentes y, para ser sinceros, ahora mismo no recuerdo que me dejé en aquella escuela.



Imagino que la compañía de títeres en la que se enroló Dios debe haber cerrado. Es tiempo de crisis. Supongo que habrá vuelto a su puesto original de trabajo y estará liado. Yo estoy esperando que decida traspasar el negocio. Estando las cosas como están, seguro que lo compro a buen precio y luego, ya instalado en mi nuevo hogar, me sentiré mucho más tranquilo desde mi egoísta posición de gobernante. Un poco como Nerón en Roma. La miraré arder un rato para lamentarme después y convertirme en el mayor mecenas de su historia.

lunes, 6 de octubre de 2008

29º. BALAZO.

Que nos quiten lo bailado. Me ha venido la frase a la memoria sin querer, recordando tiempos fáciles. He recordado a una buena mujer que quiere que escriban esta frase en su lápida. No entiendo porque la gente piensa en sus epitafios. Y tampoco entiendo que la gente no lo haga nunca. Me encuentro últimamente demasiado contradictorio.



"He soñado el sol y tú estabas en él", dice en una de sus canciones Esfumato, el proyecto musical de Enrique Amigó. Hoy disparo de manera confusa, con la metáfora de tus ojos detrás de cada una de mis palabras. Yo he soñado el sol y estábamos en él. Me duelen las plantas de los ojos de tanto caminar con ellos sobre nadie. Quiero clavar la mirada, acostar los párpados, dormir el sueño maldito de encontrarte. He soñado el sol y estábamos en él. Y quedaba en el aire solo el sonido de tus pendientes de cascabel, y un beso a ojos cerrados, y amor a quemarropa, y tardes de domingo sobre trenes que conquistan raíles. He soñado el sol y estábamos en él.



Me dijo una mujer de gusto impecable que mis mejores historias serían sobre una mujer fatal que conocería en un hotel una noche de lluvia. Le dije que eso se antojaba demasiado preciso como para llegar a suceder. Respondió entonces que es por eso que sobre ella haría mis mejores historias, por lo imposible de que sucedan.
A mi tras este tipo de diálogos me queda siempre la impresión de que quienes me conocen piensan siempre que busco imposibles para todo. Y digo siempre y todo. Y a la vez digo que no creo que sea cierto, aunque quizás a veces sí pueda parecerlo.



Acabé perdido en un pub de mala muerte a las siete de la mañana. Quedaban dentro borrachos que no encontraban la salida y desafortunados que no querían encontrarla. Pedí tabaco, fuego y una copa. Después cruzamos las miradas, los dedos, los brazos, los cuerpos, las almas. Tenía tanta prisa por olvidar tu olor que dejé la copa llena y el cigarro humeando en el cenicero.
Ella aguantó hasta las once y luego se borró. Luego olvidé apuntar su número antes de tirar a la basura el paquete de tabaco donde lo había escrito. Da lo mismo. Mañana toca sol y nubes... y volverá a llover. Como siempre que me asaltan tus recuerdos.



El fin de semana pasado quedamos para cenar cuatro amigos de la universidad. Quedamos en casa de una amiga y fuimos los otros tres. Fue una cena larga, una noche corta. En realidad fue una de esas veces en las que el propósito de quedar es lo de menos, lo importante es que todos vayan a la cita. Y allí nos vimos. Cenamos con vino y sonrisas, y luego le dimos a una amiga un par de regalos que le debemos desde hace medio año.
Ojalá recuerde siempre esa noche. Ojalá no olvide a los amigos, ojalá no pierda el norte ni aquellas barras de incienso que me regaló alguien alguna vez.
Espero que cumplir años sea siempre algo agradable. Creo que eso depende de si el año ha valido la pena o no. Podría decir que estaré conforme con envejecer si puedo afirmar; no cambio este año por otro más, quiero todo tal y como está. Algo así.



He hecho el propósito de volver a sentarme de manera relativamente regular ante mi pequeño cuaderno de bitácora, ante este pequeño diario cargado de balas.
Dentro de poco será el Festival del Cuento del Buen Humor en el teatro Fernán Gómez, y lo cierto es que tengo ganas de cuentos. Al hilo, una brevedad de Rafael Pérez Estrada: "La sombra es el reverso del alma."

lunes, 22 de septiembre de 2008

28º. BALAZO.

-Si quieres puedo llevarte. -¿Vas a casa?



Por suerte no tengo que cumplir ningún tipo de plazo para disparar estos balazos. De tener algún plazo lo habría incumplido este mes con toda seguridad.
Creo que he reordenado mi vida. Vuelven los perros y las anécdotas. Vuelve el frío, la mala suerte, los partidos de domingo y las canciones de Neil Young cuando cojo la A-2 dirección Madrid a las tantas de la mañana. Vuelve la lluvia y desde hace unos días imagino, de nuevo, historias que podrían suceder.



-No. -Llévame entonces.



De los concursos no sé nada, aunque tampoco espero gran cosa. Además sé qué esperar, lo cual facilita bastante las cosas. He pensado en grabarme narrando algunas historias, por aquello de ni tan siquiera escribirlas. Es posible que se me entumezcan los huesos a causa del tiempo y por eso hasta mover los dedos da pereza. Con las historias narradas quizás luego se pueda hacer algo. Así puedo escribirlas con calma más tarde.



Nunca antes.
Reconoció su orografía palmo a palmo, recorriendo su cuerpo de mujer, desgranando el vuelo de gaviotas que habitaban su vientre. -Eres la raíz que me ata a este mundo, la que me da la vida.- le decía. Rozaba su piel de arena con la fuerza de un amante adolescente, deseando cada palmo de su cuerpo, cada mancha de su piel. En la blancura de su rostro veía la luz del mundo, en sus ojos escuchaba el mar. -Están las mareas hechas de tu saliva, el aire del aliento de tu boca.- le decía. -Echo de menos el sur cuando anochece.-



Sigue habiendo cosas que no se me dan bien. Y habrá cientos de ellas que ni siquiera llegaré a descubrir. No se me da bien mirarte después de todo lo ocurrido, no se me da bien ahorrar, ni recortar fotografías ni jugar a ese estúpido juego en el que no nos conocemos. Pienso que hemos hecho un trato absurdo, que quisiera cambiar las condiciones que acepté. Tardarán en venir los días de vino y rosas, pero vendrán, y volveré a ser socio del aire. Me cuesta seguir tus pasos cuando te vuelves gigante y el mundo se te queda pequeño. Te deseo mar, playa, guitarra y cerveza. Y buen viaje. No se me da bien dar las gracias, pero es lo único que me queda por darte.
Gracias.

domingo, 31 de agosto de 2008

27º. BALAZO.

Todas las mañanas bajaba a la playa provisto de aquel paraguas negro. Cuando llegaba junto a la orilla del mar, abría el paraguas y lo echaba al agua, con el mango apuntando al cielo. Luego agarraba el mango y se tiraba de cabeza sobre el paraguas. Estaba convencido de que algún día el mar llovería para él. Teorías.



La vida no está hecha igual para todos. Eso es algo obvio. Pero es una frase que reconforta decir en alto. Uno lo dice y ya le parece que lo ocurrido es menos injusto. No entraré en detalles sobre lo ocurrido, pero quería decirlo en alto. O escribirlo.



Como siempre que me siento a escribir estos pequeños retazos de mi vida, se me ha echado la hora encima. Copa de vino, algo de Pablo Ager y algunas fotografías antiguas. No hacía esto desde hace ya mucho tiempo. Tanto, que muchas de las caras que veo casi no me son conocidas. Parece que haya pasado una vida entera.
Guarda uno muy pocos recuerdos de cuando era niño, y sin embargo a partir de los diez o doce años uno comienza a atesorar muchos más momentos en la memoria, de manera que parece que se ha aprovechado mucho más la vida. Es por eso que cuando me invade la rutina acabo con la botella de vino y la luz tenue del ordenador. Mi puerta de escape, mi barco a Ítaca, mi forma de tener las cosas claras.
El caso es que he encontrado una fotografía que tiene encima la mitad de mis años de memoria. Es verdad, como dice Diego Vasallo, que la vida te lleva por caminos raros. Miro la instantánea con nostalgia. No soy el que era; ni yo, ni el resto de los que aparecen en esa fotografía. Pero seguro que yo no. Me he dado demasiadas veces contra los molinos y con eso se le quitan a uno las ganas de gestas amorosas y Dulcineas que no tienen ganas de verle.
Dice Ramón, mi amigo el cartero, que con los años el amor pierde pasión y se vuelve más práctico. Tiene la teoría de que cuantos más desengaños amorosos tengas, más sencillas verás las cosas y, aunque te cueste confiar en alguien de nuevo, más exigirás de primeras a la personalidad del otro. Terminó aclarando que eso del exigir se debe a que uno se queda sin ganas de limar diferencias con la pareja, de pulir detalles en la convivencia. Uno busca que en la personalidad de la otra persona ya encajen las cosas. Y punto.
Particularmente la teoría me parece excesivamente radical, pero me ha convencido para que la escriba. -Tú anótalo, verás como en un tiempo me das la razón.- Y yo lo anoto, por si acaso. Teorías.



Un amigo me ha enviado las señas de otro concurso de cuentos. Dice que escriba, que conoce a la chica que lo ganó el año pasado y que seguro que pueden hacer algo por mi cuento. A mí esto me da algo de lástima, la verdad. Solía pensar hace años que lo ganaba el mejor, pero que no se presentaba alguien realmente bueno, y por eso el cuento ganador no terminaba nunca de convencerme. Pero que va. Dice también mi amigo que deje de maldecir los concursos literarios en los balazos, que no me hace ningún bien. A mí me da un poco lo mismo. Me gusta creer que hay ciertos concursos que los gana alguien ajeno por completo a la organización de los mismos. De hecho sé de buena tinta que algún que otro concurso es completamente honesto en el veredicto.
Lo peor de todo es que al final enviaré algún cuento al concurso y me amañarán el premio, y luego iré a buscar mi rectitud moral y mis argumentos a favor de la honestidad del jurado al trastero, que es donde se dejan las cosas que no quieres tirar pero no sabes donde poner. Qué asco me doy a veces.

jueves, 28 de agosto de 2008

26º. BALAZO.

Madrid es un buen sitio al que regresar. Volvimos hace varios días de los mares del sur, y lo cierto es que aunque inesperado, este ha sido uno de los mejores viajes del verano. No era mi intención ir, no estaba en el plan. Quizás por eso ha sido el mejor. Puede que tenga que ver con las expectativas. La vida tiene estas cosas.
Estoy tratando de asimilar que en dos días volveré al ritmo de oficina que tiene esta ciudad. Asumiendo que vendrán las mañanas cansadas y las carreras contra el tiempo.



Me convencieron para que me presentase a un concurso de relatos cortos. Al principio me negué en rotundo, pero poco a poco, víctima en parte de mi propio ego, acabaron por engañarme y mandé el relato. El premio no es gran cosa, pero lo cierto es que es suficiente como para animarse a escribir. Lo que ocurre es que también es un premio lo suficientemente deseable para cualquiera, así que supongo que ganará el hijo del que ha convocado el concurso. O su sobrino. Pero lo ganará algún familiar de la ralea del convocante, que seguro es un mal pájaro. El caso es que lo he enviado, y guardo para mí una secreta esperanza de victoria. Quién sabe. No conozco al pájaro, y todo son suposiciones.



Ayer mismo quedé con un buen amigo, uno de esos que llevan ahí desde siempre, de los que escasean. Citados para maldecir la vida terminamos por dedicarle a este asunto menos tiempo del esperado, y luego hablamos de nada, de la risa, del tren de las ocho, del silencio de la luna. Sentí que aún éramos reyes. Luego blasfemamos contra las mujeres y sus desaires, y seguimos rumbo al bar, donde, como dice la canción, "ocho vinos duelen al soñarte equivocada en brazos de otro".



Entró una amiga a trabajar en una tienda de bolsos y zapatos, y está encantada. Debe ser la única persona en este país que madruga feliz para ir a trabajar. Es como una niña que se levantara deseando ir a ver a sus amigos del colegio. Además disfruta de lo lindo con el asunto de la moda, así que el hecho de que eso sea un trabajo remunerado le parece un chollo.
Me contó que el otro día entró en la tienda una pareja de abuelitos extranjeros. Eran griegos, y se deslizaban Gran Vía abajo cogidos del brazo, maravillados con el ajetreo madrileño de la zona. Entraron, como decía, en la tienda, y por lo visto no tenían muy claro si comprar por hacer algo de gasto o dedicarse simplemente a mirar. Les atendió, obviamente, mi amiga, y les vendió un par de cosillas. Estuvieron una hora larga eligiendo unas cosas y descartando otras, dejándose llevar por mi amiga que, todo hay que decirlo, les aconsejaba con honestidad y no solo con la mentalidad de un comercial avaricioso. Una vez hubieron pagado, cuando ya iban a marcharse, se despidieron de mi amiga muy efusivamente con besos y abrazos, como si de una nieta perdida se tratase, y luego se fueron. Fue entonces que ella me llamó para decirme que acababan de venir unos griegos simpatiquísimos que habían comprado mucho y que le habían dicho que era muy buena niña y que tenía muy buen gusto y cien mil cosas más. Y con eso ella tiene para tirar otra semana con una sonrisa pintada en la cara.
Después me dediqué a darle vueltas a los trabajos que he tenido, a los que tendré. Ojalá me baste un detallito para sonreír una semana.



Las mariposas de azúcar se deshacen cuando llueve. Por suerte no llueve siempre.



Es inútil. Se irá el sol, dejaré de ser socio del aire. Los tártaros se perderán entre los libros y ella seguirá con su vida de acento andaluz. Hélène no llamará, y ya no sé si quiero que lo haga. Sara maldecirá su suerte y la luna se pondrá el abrigo de nubes. Incluso Leon mirará con desconfianza el futuro. Espero que nos perdone el amor.

domingo, 17 de agosto de 2008

25º. BALAZO.

Lunes noche. Martes de madrugada. Cortázar diría que a estas horas aún hay farolas encendidas en la ciudad. Luces que se encienden y se apagan a conveniencia de un momento mágico que pareciera nunca va a llegar. Huele la mañana a corazones nerviosos, a respiraciones agitadas. La luna baila entre nubes una canción de Cat Stevens. Dos ángeles acaban de descubrir que tienen sexo. Y ahora, mirándose a los ojos, se consideran inmortales por primera vez en su historia.



Llevo un par de días sopesando mis propias decisiones, contraponiéndolas con las de los demás, explicándome a mí mismo los motivos. Alguien me dijo una vez que no exigiera menos de lo que merezco. Ese es el barómetro que uso. Puede parecer altivo, pero cada uno sabe exactamente lo que merece.



Le dije a Ramón, el cartero, que esperaba una carta, y todos los días que hay correo en mi bloque llama a la puerta por ver si me ha llegado la carta. Yo le he preguntado que cómo puede ser posible que me llegue la carta si no la trae él, pero insiste en que cosas más raras se habrán visto y que le pica mucho la curiosidad. Ya le he dicho que no la abra, que me gustaría leerla a mí primero, que luego si quiere la comentamos. Aunque la verdad es que no sé si me apetecerá comentar nada.



Me he pasado la tarde leyendo, recorriendo cada cierto número de páginas los pasillos de esta casa que en verano se me hace inmensa y mezclando los sucesos del libro con los de la vida real. De manera semiinconsciente he dotado a cada personaje del libro de su propio alter-ego en la realidad, y me ha tocado acabar solo, mirando un jardín de hojas secas desde el balcón principal de la Casa de las Constelaciones. Y esperar a que ella volviera.
En vista de que la espera podría resultar ciertamente interminable he cogido otro libro y he redistribuido las personalidades entre mis amigos y conocidos. Este segundo libro es una antología de cuentos breves, así que el baile de personajes ha sido bastante entretenido. He pensado en llamar a los damnificados y explicarles los motivos de ciertos sucesos, en lo divertido que tenía que ser dar todas las noticias yo, y que todas fueran ciertas en mi pequeño universo. Pero he decidido no molestar. Puede que haya gente ocupada. Además, seguro que a más de uno le molesta que le haya asignado tal o cual personaje.
Luego he echado una cabezadita y, al despertar, el dinosaurio todavía estaba aquí. Augusto Monterroso estaría encantado con mi descubrimiento.



Un amigo dice que lo que a mí me gusta es escribir en imágenes. Que me gusta soltar frases como si fuesen fotogramas. Y que a todo le pongo banda sonora. Lo más curioso es que después me ha dicho que no tengo nada que hacer en el cine, pero que siga con el asunto de la palabra escrita, que lo mismo hago una buena película algún día. Le tengo cierto aprecio, nos perdonamos la confianza.



La playa se ha quedado pequeña, no es suficiente ya para salvarte de los recuerdos. Las máquinas que alisan la arena durante la noche aún me obligan a esquivarlas, pero no es lo mismo. Será que no es el mismo mar.
Como breve crónica nocturna: Ha vuelto la familia, y toca remar. Sara espera que el amor le devuelva el favor. La ciudad se me antoja demasiado cercana y Hélène no llama, me estoy volviendo loco. Me ocurre como a Pía Barros, que no me gustan las culturas donde los jóvenes no se besan desesperados en las plazas públicas.

domingo, 10 de agosto de 2008

24º. BALAZO.

Una vez de niño, en el segundo colegio al que fui, escribí en un cuaderno lo que decidí llamar "página por lo que falta". Lo he recordado mientras le buscaba una explicación a mi estado de ánimo en el día de hoy. Tras dar trescientas vueltas a mi vida he llegado a alguna que otra conclusión. La primera, que cuando estoy solo en casa esta ciudad se me hace inmensa; la segunda, que faltan un par de detalles que completen mi vida y, desgraciadamente, poco puedo hacer por ellos. Valga este párrafo.


Por circunstancias que no vienen al caso, el cartero acaba pasando más veces de las que uno quisiera con el acuse de recibo y un bolígrafo que ofrece de forma noble, como un samurai que prestase a otro su mejor katana para que el otro se hiciera el harakiri. El cartero es un hombre de bien. Recién casado con una mujer que, según cuenta, es heredera de la belleza de Helena. Y además es abogada,-"como tú chaval"- me dice. A menudo me pregunta porqué nos envía el ministerio tantas cartas, bueno, y porqué los de tráfico le están cogiendo también el truco a poner mi dirección. Yo ya le explicado que no es mi culpa, que las cartas no deberían desde hace algún tiempo enviarlas a esta dirección porque mi padre ya no vive aquí. Él dice que lo agradece, que las mañanas de cartero son un coñazo, y más en verano, que además de estar solo tienes que aguantar un calor del carajo. Cuando empieza con las frases sobre lo que aguanta en su trabajo yo sonrío y le sigo el juego, me entretiene de buena mañana saber las historias de las diferentes comunidades de vecinos.
El viernes decidí interrumpir su desahogo matutino y le pregunté si nunca en su vida como cartero había abierto una carta ajena. Él frenó en seco su discurso y miró con la cabeza gacha hacia todos lados, como un niño que va a robar un caramelo y teme ser descubierto. -Sí,- dijo con voz queda.- Una vez.- Y luego se puso rojo. Como insistí en conocer la historia me dijo que una vez alguien envió un sobre rojo a una dirección de por aquí, pero que no era del todo correcta y se le devolvió. Al parecer el remite tampoco estaba bien, así es que la carta se quedó en Correos. Una semana después llegó otro sobre con las mismas señas y como había ocurrido con el anterior se quedó en Correos. -Cuando llegó el tercero.- dijo susurrando. -María, que ahora es mi mujer, y yo, decidimos quedárnoslo, y lo abrimos al llegar a casa.- Luego me explicó que María trabajaba en Correos antes de acabar la carrera.
Mi expectación en este punto debía ser tremenda, porque Ramón aprovechó el momento para decirme que si le invitaba a un café, que la historia tenía miga. Como a esas alturas no podía dejar la trama así sin más, le invité a pasar, y él siguió con su relato mientras yo preparaba un par de cafés.
Resulta que al abrir el sobre encontraron que además de la carta, el tipo había mandado también un par de fotos de unas playas preciosas. Al parecer retrataban unas calas de Menorca, no sabemos exactamente de qué zona. El tipo había estado allí de viaje y le enviaba a lo que por aquella tercera carta Ramón y María habían deducido que era su amor prohibido unas fotos del lugar, para que ella supiera lo que se había perdido.
No me enteré muy bien de como lo logró, pero se ve que María consiguió que alguien le pasase las dos cartas anteriores y se las llevó a casa. Es así que construyeron la historia.
Romeo (mi tendencia a la literatura hizo que Ramón aceptase tal nombre para el enamorado del sobre rojo) había conocido a Julieta (a ella el nombre le vino por eliminación) en una fiesta que un tercero había dado en un chalet. No la había vuelto a ver, pero estaba convencido de que merecía una oportunidad. Se conoce que en la fiesta él ya le había hablado a ella del viaje que iba a hacer a Menorca, y de ahí las fotos en la tercera carta.
En la primera carta, (por exponer los hechos de manera cronológica) Romeo le decía a Julieta lo maravilloso que había sido conocerla, estar con ella, pasar aquella noche en su compañía. Según Ramón, de haber escrito para ganar el premio Hiperión en vez de para conquistar a Julieta, habría ganado. Un poeta, vaya. (Porque no creo que Ramón se refiriese al tema de los premios de literatura que se amañan)
En la segunda carta, Romeo le pedía a Julieta que le contestase. Que no podía dejar de mirar el buzón, y que no entendía porque no respondía, porque no correspondía sus palabras después de aquella magnífica noche. Llegados a este punto Ramón me explicó los chascarrillos que se les ocurrieron a él y a María cuando estaban leyendo. -No me digas que no es una putada,-decía.- Te enamoras y no escribes bien ni su dirección ni la tuya.- Aquí paró para reírse.
A mí a estas alturas Romeo se me parecía más a don Quijote y Julieta se me antojaba una condesa rusa tras la revolución, dando nombres y direcciones falsas. Pero Ramón vive convencido de que esa historia fue real, que lo único que ocurre es que él apuntó mal la dirección y la mandaba siempre mal. Yo le dije que era estúpido que también apuntase mal el remite entonces, y Ramón me confesó que en la segunda y tercera carta el remite estaba bien puesto, pero que ellos se quedaron la tercera y evitaron que la segunda fuese de vuelta. Toda una aventura postal, vaya.
El caso es que en la tercera carta Romeo adjuntaba las fotos y le imploraba a Julieta que contestase aunque fuera para explicarle porqué no quería verle más ni enviarle cartas. En este punto Ramón volvió a detenerse para reír. -¿Sabes que se le ocurrió a María?.- me preguntó. Yo negué con la cabeza.-Contestar ella.- añadió.
Como tras las tres largas cartas y las fotografías la pareja de carteros conocía bien a Romeo, y sabían que Julieta era un amor prohibido porque había sido novia de un muy buen amigo del enamorado, decidieron contestar con la solemnidad de una esposa cautiva. Le dijeron que dejara de escribir, que por favor cesase de enviarle palabras de cariño, que él ya sabía que su historia era algo imposible, y le agradecieron las fotos y el tiempo y hasta la caligrafía. Muy correctos ellos.
Y Romeo dejó de escribir. Hasta pasados tres meses. Entonces volvió a enviar una carta (que Ramón decidió agenciarse en cuanto vio el sobre y el remite) en la que le explicaba que ella lo era todo, que necesitaba estar junto a ella, que desde que la conoció comparaba a todas las mujeres del mundo con lo que ella era y había significado, y que el amor no tenía sentido de aquel modo. También dijo que si no obtenía respuesta entendería que ella mantenía su postura.
Y los carteros dejaron aquí la historia. María tuvo intención de seguir el juego, pero a Ramón le pareció una crueldad y no escribieron.
Cuando el cartero se fue a mi me quedó la impresión de que Romeo era un pobre hombre. Que había conocido a una mujer fantástica una noche y que no la vería ya más. Ella nunca le daría una oportunidad. Y luego me pregunté por la mujer. Y por las cartas que yo he enviado en mi vida. Pobre de mí. Pobre Romeo. Y pobre Julieta, que en el fondo también se perdió a un magnífico poeta.

miércoles, 6 de agosto de 2008

23º. BALAZO.

Anoche, ya en Madrid, me reencontré con los tártaros. La casa sigue patas arriba. Por lo visto el parquet tiene que estar un par de días a solas. Debe tratarse de un parquet bastante filosófico para necesitar ese tiempo libre de cargas, muebles y pisadas sobre él; o uno con principios.
He vuelto de Castejón con una sensación extraña en el pecho. No me ocurría esto desde hace algún tiempo, pero por suerte, y como dice la canción, se pasa en unos días ese dolor que ahoga cuando intentas coger demasiado aire.
De allí quedan las fotos, los recuerdos y algún que otro souvenir sobre vinos del somontano, que mi buena amiga me regaló en un gesto entre simpático y cómplice. Gracias. Lo que no sé con claridad es que quedará cuando se me pase el dolor, cuando los recuerdos pierdan fuerza y dejen de oprimirme el pecho. Ya veremos. Creo que me quedará mi amiga y un lugar donde quizás pueda volver.



El verano está siendo movidito. Tras un par de expediciones al sur y el gran viaje a Castejón de Sos, parece ser que voy a volver a movilizarme. Unos días para desconectar es lo que se me viene encima y no sé si es lo que quiero. O lo que necesito. Llevo unas horas pensando que lo que necesito es conectar más. Pero de esto, como de casi todo, tampoco estoy seguro. Lo que si parece un hecho es que en un par de días estaré de nuevo mojando los pies en el mar del sur. Y la mitad de Agosto se habrá ido dejando una factura cara, como el Orient Express.



Uno desconoce por completo a la mayoría de los que le leen, pero espera que ciertas personas si le lean, y se sonrían con lo que ven, o sientan algo, o esperen (malditas expectativas) algo de uno en algún balazo.
Así que, un poco como Neruda, escribo para todos pero te hablo solo a ti, y te recuerdo como eras en el último verano, siendo la boina gris y el corazón en calma. Apegada a mis brazos como una enredadera, los bancos recogiendo tu voz. Algo así. Esperaré al cartero. Aunque lo haré sentado.



"Te prometo que lo intento pero hay cosas que no se me dan bien", dice Pablo Ager en una canción. He decidido sacarla de mi cabeza, porque en estos tiempos no la necesito dentro y resume demasiado bien el miedo a todo lo que no sabes como afrontar, como encarar. Particularmente, no se me da bien estar parado, ni esperar que las cosas vayan sucediendo. De cualquier modo y aunque se me ocurre como remedio anticipar las cosas, hay veces que es mejor así, que tiene que llover en el canal, y que la corriente enseñe el camino hacia el mar.
No se me da bien llorar, ni elegir la fruta. Estoy aprendiendo a dar abrazos y a no ser tan expresivo. A callar cuando me toca. Soy muy torpe arreglando enchufes y compro comida precocinada. Tiendo a recordar con cariño, a olvidarme de lo malo. Suelo recordar lo malo después, aunque estoy trabajando en la memoria. Procuro recordarlo todo. Tiendo a divagar, a hacer teorías que cambian de bando a partir de la quinta copa. Si quisiera podría, y aunque tú me lo pidas, prometo no cambiar.

domingo, 3 de agosto de 2008

22º. BALAZO.

Vinimos a Castejón de Sos. Es un pueblo perdido junto al valle de Benasque. El pueblo tiene una calle larga, principal, que lo cruza de un lado a otro, lo atraviesa, lo corta. Pero quedan a ambos lados edificios y casas de piedra y van de un lado a otro sus habitantes saludándose. Suele pensar uno que en estos pueblos ya no queda mucha gente. Que los años se llevan a casi todos a la ciudad y dejan la tierra casi desierta, descuidando lo que durante tanto tiempo cuidaron. Castejón no es así. Es cierto que la mitad del pueblo no vive durante todo el año aquí, pero se dejan algo por lo que volver siempre, olvidos premeditados. Quizás solo sea el hecho de que se sienten del lugar, de que lo son, y vuelven para sentirse en casa. Igual que aquel poeta que se fue dejando el corazón entre los olivos. Para volver. Para quedarse. Vine con un amigo hace un par de días, y lo cierto es que aunque aún no me he ido, ya tengo ganas de volver. Me viene a la memoria con esto aquel verso de Sabina, "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Uno siempre quiere volver. Llama la atención el trato que tienen unos con otros. Se conoce que llevan demasiados años juntos, recorriendo las mismas calles y encontrándose siempre detrás de las mismas esquinas, al girar cada avenida de su vida. Se tratan con respeto y muchos se miran después con recelo, guardando la conversación que acaban de tener en el archivo de la memoria, esperando que les sea útil a la hora de contar algún cotilleo. Se habla mucho de la vida de los demás, de lo que era, es y parece que será tal o cual tipo, de lo gordo que está mengano, de lo mal que lo pasó fulano cuando fulanita se fue, o del amor que se tienen, de manera casi incompresible, zutanito y zutanita. Pero aún con todo, resulta entrañable porque, por lo general, cuando vienen mal dadas todos arriman el hombro un poco. Y si no todos, sí la mayoría. Estamos alojados en casa de una buena amiga, y lo cierto es que nos están tratando de maravilla. Se desviven por cada detalle, atentos a lo que nos falta o pudiéramos necesitar. Se siente uno profundamente agradecido y no sabe realmente cómo agradecerlo. Ayer vinieron a cenar, a casa de mi amiga, unos allegados de sus padres. Gente con el carácter ya hecho y la edad en la frente. Una bonita pareja, hecha cada uno a las maneras del otro. Él trabaja, no sé en qué a pesar de que le dimos vueltas y vueltas al trabajo que tiene, y ella lleva las cuentas y ve por dónde van los gastos. Entre ella y el padre de mi amiga le hacen al marido todas las gestiones, y él se fía por entero de ellos. Se tienen el marido y el padre de mi amiga una mutua admiración, silenciosa, y se ríen con lo que sucedió mientras le buscan las vueltas a la vida para seguir tirando. No sé por qué la gente se iría a las ciudades. Debe de haber una edad de mucha necesidad.



Como soy socio del aire me entero de muchas cosas, pero me ocurre que pienso demasiado en lo que pasa alrededor, en lo que no pasa. Hace demasiado frío para quedarnos a solas, demasiada gente para pensarte solo a ti. Dije que faltaba un beso; ya no me lo deben. Aunque sigo diciendo que tu nariz acentúa tu sonrisa. A ella no le falta ilusión, y le sobran ganas. Creo que es más una cuestión de valentía, de decidirse rápido y hacer lo que se quiera. Que para eso están las noches cortas de verano. Y los silencios largos. Ayer, un tipo sabio de la zona se acercó, encendió la luz y dijo; "para que os veáis las palabras". Eso quisiera yo, ver las palabras que a veces no se dicen, adivinar porqué a veces te quedas en silencio. O mejor, olvidarme de que quiero adivinar nada, y que lo digas.



En Madrid, los dos tártaros han terminado ya su particular guerra. Ahora se ocupan en remodelar la casa, y les imagino desde aquí debatiendo los pormenores de la delicada operación consistente en desplazar de una habitación a otra los muebles. Están acuchillando y barnizando el parquet. Andan entretenidos. Al final el viejo se quedó sin clientes y los tártaros han logrado encontrar por el mismo precio que pedía el abuelo dos plazas de garaje, con lo que viven tranquilamente sabiendo que entran y salen holgadamente y que ya no tienen que complicarse aparcando para que entre el otro. Cuando vuelva imagino que la casa estará limpia como la patena. Quedamos antes de que viniese a Castejón que ellos se encargaban de lo de los muebles y que yo limpiaba al volver los estropicios del parquetista, pero conociéndoles, cuando yo llegue no quedará nada. Y me lo echarán sutilmente en cara, bromeando.

martes, 29 de julio de 2008

21º. BALAZO.

Suenan acordes de guitarra en Re menor y con ellos la vida duele, o eso dice la canción. Nunca me ha gustado, pero tengo billete de ida y vuelta. Y vuelta a empezar. Lo bueno es que esta vez empezará de otra manera, lo malo es que no sé qué manera es esa.



El sábado estuve en una boda. Llevábamos un tiempo esperando que llegase la boda, y habíamos hablado en la familia tanto de cómo iba a ser que al final ha pasado casi por descuido. Bueno, por descuido a la hora de controlar el número de copas a ingerir.
Nos ha dejado a todos un sabor agridulce. Era una boda con olor a western, a película del oeste con final a lo John Wayne. Era una boda sabor a verano, a calor en la nuca y besos de damas de honor despechadas en la puerta de los baños.
Y tras quemarse, la boda ha dejado un tierno sabor a familia. Particularmente estoy contento de haberme cruzado con mis primos una vez más, y espero que nos veamos más a menudo.
Casi nos cargamos al novio. Decidimos mantearle, por aquello de dejarnos notar. Le recuerdo subiendo hasta tocar la lámpara, girar la cabeza y medio cuerpo para mirar dónde iba a caer, y nosotros casi le perdemos. Se giró tanto que por poco no le agarramos antes de tocar el suelo. Milagro, que diría más de uno aquel día en la boda.
El novio se rehizo pronto, y cuando logró incorporarse nos miró diciendo; "estáis muy pasaos, tíos, muy pasaos".
Hacía mucho que no comía tanto. Tomamos aperitivos, entrantes, primer plato, segundo plato y postre. Cuando llegó el segundo postre decidí claudicar, más o menos como el resto de la mesa, que nos miramos sabiendo que eso era una boda católica y lo que estábamos haciendo era pecado capital.
Curiosidades al margen, la boda estaba bastante bien organizada. Con sus invitados, su cura, sus padrinos. Tuvo incluso su nota graciosa cuando, al pronunciar lo del "yo, fulanito, te acepto a ti, fulanita, como legítima esposa" y patatín patatán; ella, nerviosa, decidió decir el nombre de él en lugar del suyo. Se ve que no le veía muy seguro y prefirió abordar las dos partes solita. “Digo su nombre”- pensaría.- “que me acepto como esposa y ventilando.” Y hubo risas, claro. Y luego ella se aclaró.
Estuvo bastante bien. Sí. Una bonita boda.



Imprudente, como Marwan en una canción adolescente. Llevo tres días medio solo en Madrid, vigilo que las calles sigan en su sitio y no nos roben las farolas. Bastante nos cuesta pagar al erario público cada año como para que ahora nos anden robando las aceras.
Al estar así, medio tirado y con mucho tiempo libre, he cogido un rato la guitarra y creo que hoy me ha salido algo productivo. En parte es gracias a lo que voy apuntando por aquí, así que me he sentido un poco como Andrés Trapiello antes de escribir "Los amigos del crimen perfecto", cuando dejaba detalles en su particular salón de pasos perdidos. Bueno, falta que me premien por el resultado obtenido, pero hoy estoy humilde, que le den el premio a otro. Mañana a lo mejor reclamo el mío.



Hélène recorriendo todas las calles de Viena. Sara a medio camino entre el amor y la guerra. Locos tártaros a sus cosas, haciendo cuentas y regateando enemistades. El verano viene cargado. Soy socio del aire y hoy me siento como los indios, que soy capaz de escuchar los cascos de caballos que se acercan. Habrá que ir preparándose. Y que venga lo que tenga que venir.

jueves, 24 de julio de 2008

20º. BALAZO.

Andarán los músicos esperando que les paguen para dejar la barra. Los chicos de tu barrio currando para ponerle un turbo al coche cuando lleguen navidades, Dios buscando un sitio donde clavar la sombrilla. Andarán las palomas buscando la sombra, las niñas buenas en el chalet de la playa, yo dándote vueltas en el café del desayuno.



Hoy me he sentado a escribir de buena mañana. Hacía tiempo que no madrugaba un jueves. No hace calor todavía, aunque lo cierto es que estos días las calles están haciendo un sobre esfuerzo para no derretirse al sol.
No era mi intención, pero al salir esta mañana a la calle me he encontrado a una pareja discutiendo. Estaban uno frente al otro, pero ambos se miraban más allá de ellos mismos, fijaban sus ojos al final del paraíso. Cuando yo he llegado hablaba él, que ha dicho que lo sentía, pero que ya no podía más. Ella entonces le ha atravesado con la mirada, el gesto serio.- ¿Y por qué ahora? Podías haber hecho esto hace tiempo, ¿por qué esperar?-
En ese punto los dos se han girado para mirarme, parado frente a ellos. A mí no se me ha ocurrido moverme, con los ojos como platos. Se me han pasado por la cabeza unos versos de Luís Ramiro; "estaré bien, aunque olvidarte me cueste la vida. Y el reloj se nos paró justo a la hora de la despedida".
Afortunadamente, antes de que ambos me gritasen a mí he espabilado y seguido andando, con la suficiente lentitud para escucharle a él decir; "eres tú la que debió frenar esto hace tiempo".
Yo me he subido al coche con la sensación de que eran demasiado literarios, demasiado teatreros los dos. Aún con todo, me he ido recordando a una mujer que conocí, una que siempre creyó que cambió para mal la vida del hombre al que amaba. Recuerdo cuando se preguntaba en qué momento le había contagiado la rutina, esa apatía por todo lo que hacían. En qué momento los besos y las caricias se volvieron una costumbre. Se preguntaba porque él ya no la cogía sin más, porque no rompía su blusa, la tomaba sin pedir permiso. Y luego forzó que él se marchara.
Así veía yo a aquellos dos. A él tomando la decisión ajeno al hecho de que ella lo había empujado, por mucho que ahora ella se empeñase en no comprender. ¿Por qué ahora? - Antes no tenía el valor.



Los dos nautas se abrazaron de alegría, felices de tocar por fin tierra. Luego observaron el lugar al que habían ido a parar. Una playa de piedras que se perdía en el horizonte por ambos lados. Y allá en su frente, donde imaginaron que estaría Estambul (lo leyeron una vez no recuerdan ya dónde) había solo cientos de árboles y un manto de hierbas tropicales que luchaban por un rayo de sol.
Se miraron algo decepcionados. No esperaban esto. Habían oído hablar tanto de los grandes marinos y sus descubrimientos. De lo que había en las tierras extraordinarias, de lo increíble que era encontrar una nueva tierra.
"Si no hay nadie aquí,"- pensó uno- "por algo será. Lo habrán visto y se habrán marchado."
Se miraron de nuevo, desubicados, sin saber muy bien cómo encajar este fracaso. Y se subieron de nuevo al barco. Y levaron anclas. Y se fueron de allí.
De aquella tierra virgen llena de puertas a otros mundos.

martes, 22 de julio de 2008

19º. BALAZO.

Son dos tártaros. Se han vuelto locos y tienen ésas malditas costumbres. Así están mi hermano y mi buena madre estos días. Resulta que la plaza de garaje que le alquilé en su día al buen hombre, a aquel anciano huésped de su casa, ha dado algún que otro quebradero de cabeza y han surgido diferentes corrientes de pensamiento entre mis dos tártaros, como si se tratase de la Ilustración.
Al parecer mi hermano tuvo la idea de meter la moto en la misma plaza de garaje que le alquilamos al tipo y donde mi madre guarda el coche. Hasta aquí todo normal porque ya en su momento advertimos al abuelo que meteríamos una moto pasado un tiempo, cuando se la dieran a mi hermano. Error fatal. De todos es sabido que los viejecitos necesitan un pasatiempo, un hobbie, una manera de pasar la mañana, y resulta que nuestro particular abuelo en vez de ir a pasar la mañana frente a una obra cualquiera o fardar de cartilla de la seguridad social gusta de pasar el día metido en el garaje, deambulando de aquí para allá y verificando que las plazas que alquila están bien ocupadas y no hay problemas con sus ocupantes. He aquí el problema.
Se ve que el abuelo, dando uno de ésos paseos, vio por fin la moto de mi hermano ayer (para un día que la guarda en el garaje) y decidió esperar a que mi madre llegara. Dio la casualidad de que mi hermano y mi madre bajaron a la vez al garaje y entonces, como si fuera Nosferátu acechando a su presa, saltó de entre las sombras profiriendo mil blasfemias y despotricando sobre nuestra jugada de meter una moto en la plaza sin pagarle más dinero.
Mi madre, mujer dada a los razonamientos lógicos, le explicó que ya le advirtieron en su momento y que de cualquier manera no entendía porque debía pagar más por el mismo pedazo de suelo. Es decir, si además del coche me cabe la moto, a usted que más le da.
El tipo montó en cólera y los dos tártaros, desubicados, cedieron a la presión y el precio del garaje aumentó. Pero esto no podía quedar así.
Ésta misma mañana mi hermano ha recorrido todos los garajes de la zona buscando nuevas plazas y tanteando precios, y consultaba con asiduidad a mi madre de forma telefónica. Yo mientras disfrutaba del baile. Uno y otro maldecían al viejito, pero cada uno a su manera. Mi hermano de manera farragosa, mi madre agobiada, sin entender aún cómo era posible que el anciano hubiera sido capaz de un asalto así, repentino, perfecto, maquiavélico.
Tras las diez mil consultas los tártaros se han reunido por fin ésta tarde y se han echado unas risas a costa del anciano.
-No me lo explico,-decía mi madre. -¿de dónde salió el señor?-
Y mi hermano, más dado a la acción que a la reflexión contestaba.-Que es un cabrón y tiene mucho tiempo libre.-
Y los dos se reían.
El caso es que le han lanzado el órdago al anciano y éste ha decidido rebajar el precio, pero aún se sacaba una tajada por moto, ya que el último precio quedaba por encima del acordado al principio de los tiempos.
Aún con todo ésto, los tártaros no podían dejarlo ahí, con lo que estaban disfrutando, y han seguido buscando plaza. Al final han llamado a otro tipo, que ha accedido a enseñarles la plaza en cuanto llegase del trabajo.
Ha ido mi hermano solo, ya que los tártaros pensaban que podía el tipo ser hijo del anciano, (que tiene libres un par de plazas más) y si iba solo mi hermano podían decir que no habían llamado ellos.
El caso es que sale mi hermano, se esconde para verificar quién es el hombre que les va a enseñar la plaza, y resulta que el hombre llega por un lugar no previsto y pilla a mi hermano completamente desprotegido. Por suerte no era el hijo del anciano.
Total, que el tipo enseña a mi hermano la plaza de garaje, mi hermano mide con los pies la anchura de la plaza y decreta que es mejor que la otra. Luego vuelve a casa tras acordar llamar al hombre en quince minutos. -Perfecto,-opina mi madre.-¿Y cuánto pide?-
-Menos que el abuelo, y nos deja meter la moto.-
-¿Entonces?-
-¿Entonces qué? Le decimos que sí y mañana que reviente solo el viejo.-
-Por Dios no hables así.-
-Si es que es verdad, ya me dirás tú la broma de esperar a que llegásemos.-
-Cada uno lleva su negocio como quiere, y él cree que éso es lo mejor para su negocio.-
-Ya, pero éso no es parte del negocio. Parte del negocio es pedir un dinero, y ver si cuela, pero no va en el trato ser un desgraciado.-
Y así durante un rato, con lo que se han creado, como dije, dos corrientes de pensamiento alrededor del viejo. Cosas de la vida, vaya. Los dos tártaros están muy contentos, aunque mañana habrá que darle explicaciones al viejo. Y luego a ver en qué se ocupan, porque lo cierto es que han disfrutado de lo lindo con el asunto de la plaza de garaje.
A mi la única duda que me ha quedado es si el viejo, una vez le den calabazas, no se tomará la justicia por su mano y acabará por rayar el coche o tirar la moto al suelo, pero mi hermano ha puesto su particular solución.
-Sé donde vive,- así como suena.-así que voy a su casa y le meto una manguera hasta inundarle la casa. Qué no toque ni la moto ni el coche.-
Y así se han ido a dormir. Locos tártaros. Felices ellos de saberse vencedores. Les ha faltado mirarse y decir: "el profesor Livignstone, supongo", y celebrar el encuentro.



Me ha dicho hoy alguien que no es justo que por lo que a uno le sucedió en el pasado ya no arriesgue más. Decía que no es justo que paguen los que llegan la cuenta de los que se fueron. Tiene razón. De todas maneras creo que aunque uno se cierre si los que llegan merecen la pena no sufrirán nada, y todo será nuevo. He encontrado hoy unos versos del Genio, de Francisco Garzón, que dicen: Ninguno que ama ha amado antes/ sin la frontera de sí/ el amor es siempre inédito/ no lo olvidemos porque el amor/ no nos lo perdonará nunca.

domingo, 20 de julio de 2008

18º. BALAZO.

Llevo varios días llegando tarde a mi cita con el sueño, o pronto, no está claro del todo. Acudo puntual al insomnio, eso sí. Y me da por pensar. Que sé yo. Se conoce que de noche, solo, cuando el resto del mundo duerme, uno no tiene otra cosa que hacer que pensar. En cualquier cosa, no importa en qué. Normalmente, en algo parecido al examen de conciencia católico, repaso lo hecho y me evalúo. Miro a ver qué debería cambiar y qué no. No suelo sacar muchas conclusiones.



Desde hace unos días, concretamente desde un viaje que hice hará ya algo más de una semana, vengo dándole vueltas a las expectativas. Últimamente menos, pero suelo crear expectativas muy elevadas alrededor de la gente que conozco. Esto a menudo hace que uno salga defraudado con lo ocurrido en realidad.
Ayer mismo fui con un amigo a cenar. Me dijo que me notaba más cambiado, que ya no esperaba tanto de los demás, que se me veía más contento con lo que había. Puede que tenga razón. Ando perdido éstos días en éste tipo de cosas. Reflexiones de adolescente, que dirán.



Compré un libro de Cortázar, ya lo dije, pero a raíz de ése libro ahora no puedo dejar de darle vueltas a las palabras cada vez que se me presentan. Exuberante me parece una palabra cínica, que ofrece lo que no habrá, creo que me contagio de un optimismo irrelevante y ésto no me parece banal, y así sucesivamente, o viceversa. Me pierdo, vaya, y me pregunto siempre el significado de las palabras, porqué significan una cosa y no otra.
El panadero de mi barrio, (bueno, uno de ellos) es un tipo majo, solidario, con cuenta abierta en el bar de al lado. El camarero del bar en cuestión es también un tipo majo, pero poco solidario, así que las cuentas abiertas no le hacen excesiva gracia. Pero el panadero es amigo del dueño del bar y se le permite dejar deuda. Así está todo aquí. El otro día, mientras tomaba un café, el panadero entró en el bar, saludó y pidió lo suyo. El camarero le sirvió y anotó la cantidad a deber en la hoja pertinente de su particular libreta amarilla. Luego comenzaron a hablar del tiempo, de fútbol, y el panadero soltó algún que otro maldita vida. Cuando el panadero ya se iba a marchar, el tipo de la barra le despidió y dijo algo así como "Hasta mañana, corlupio". El panadero se giró e hizo ademán de montarle el numerito acerca de lo que le había llamado, pero al ver que el camarero sonreía de manera amistosa se limitó a decir, "mañana nos vemos", y se marchó. Desconozco lo que significa corlupio, pero el camarero me dijo que a él se lo había dicho su hijo, y que viene a ser algo así como "coleguita", pero no me dejó muy convencido. A mi me suena a cornudo, y probablemente al panadero también. En fin, Cortázar, cosas del lenguaje.

sábado, 12 de julio de 2008

17º. BALAZO.

En una biografía de Marilyn Monroe descubro con cierto aire de tristeza que el mito acabó por devorarla. Me queda la sensación de que no sabía ser ella misma. Que necesitaba que todo el mundo viese que era algo más que una rubia platino. No le bastaba con saber que era de otro modo, tenía que demostrárselo al mundo. Quizás por ahí se le fueron las noches sin dormir, los poemas y las cartas a un joven poeta de Rilke. Creo que tras la biografía he querido conocerla. Nunca me había llamado la atención, no me parecía más que una imagen. Pero de pronto he descubierto otra cara en ella. He concluido que mi querencia, es decir, ése pequeño afán por conocerla, es simple curiosidad. Me gustaría preguntarle por los demonios de Goya, saber el tipo de conversación que tenía con Milton, su amigo y fotógrafo, y terminar con la duda de si todo ése envés cultural era también juego de artificio, como la imagen, como el mito.



Me preguntó una amiga por la carta que me enviaron. No supe que contestar. Es una carta llena de años que parecen haberse ido muy lejos. Hay veces que algo se quiebra cuando todo parece estar bien. Supongo que eso fue lo que pasó; que de pronto había nombres que sabían a veneno, llamadas para limpiarnos el alma y la sonrisa. Supongo que se nos ensuciaron los pies de un conformismo insoportable. Así se agotó todo. Y cuando escucho su nombre viene a mí una sombra y me habita. Quedo por completo deshabitado de mí mismo. Es extraño. Por eso su carta paró el tiempo; porque no la esperaba. Ahora quisiera enfocar de otra manera los cuatrocientos quilómetros, pero me queda siempre que hablamos, que nos escribimos, la sensación de que callamos todo lo que deberíamos decir, para bien o para mal. Quizás la solución sería hablar de nada, olvidarnos de lo que no se dice. Disfrutar las palabras que si nos llegan. Así nos sonreiríamos con sinceridad el uno al otro. Me llegó una carta. Me detuvo.



Por casualidad encontré un libro de Julio Cortázar hace unos días y en un acto impulsivo lo compré. Ahora tengo nostalgia de Copenhague, de Viena, de París. Nostalgia de hoteles que no he visitado, de gente que no conozco.



Imagino una historia para dos amantes. Años cuarenta. Gabardinas largas, noche cerrada, el café Store en una calle neoyorquina, una mesa de madera gastada en una esquina del local. Ella fuma nerviosa y el humo del cigarrillo juguetea entre sus largos dedos antes de ascender. Él observa todo en silencio. Esperan el momento preciso. En cuanto rompa a llover, los dos saldrán del café a la carrera, doblarán la esquina, subirán al Dodge Luxury robado y pondrán el pie en el acelerador para no levantarlo nunca. Él, cansado de esperar, se pone en pie. Ella le mira asustada. Él la besa y luego se encamina hacia la puerta. Ella le devuelve el beso y se levanta, dispuesta a acompañarle. Una vez en el umbral de la puerta miran hacia ambos lados de la calle. Está todo demasiado oscuro. Podrían estar esperándoles. Tienen demasiado pasado pendiente, demasiadas cuentas abiertas. "No saldrá bien", piensa él. Ella se muerde el labio inferior, deja caer el cigarrillo al suelo y le toma de la mano. Él siente el apretón y de pronto su carga es más ligera. Y echan a correr. Llegan al coche, entran y arrancan. Espero que les vaya bien donde quiera que acaben instalándose.

martes, 1 de julio de 2008

16º. BALAZO.

Escribo a veces con la sensación de confundirme entre mis palabras, de contar más de lo que debo. Es raro, porque a menudo me veo desnudando partes del alma que no debería dejar ver. Pero tiendo a quedarme mucho más calmado. Y si alguien quiere algo, que lo pida. Que pregunte, vaya, que para eso ideamos el lenguaje. Que nadie saque conclusiones precipitadas.



Dice en unos preciosos versos Alberto Carpio: "A tu alma, tan clara como triste, no le falta la luz, le sobran las ventanas." Resume bien el empeño que tenemos todos por abrir un mar de posibilidades ante nosotros. Tratamos siempre de que todo esté bien cubierto. Que si falla un plan haya otro que lo supla. Pero el plan B nunca es lo mismo. No entiendo porqué no nos desengañamos. Sobran ventanas, hay demasiada corriente. A veces, si hay mucha luz, tampoco se ve.



Hace un par de días, mientras planeaba mentalmente las vacaciones, abrí el buzón y encontré una carta para mí. Alguna que otra vez me llegan detalles numéricos de mis cuentas bancarias, y en estas fechas hay bastante publicidad sin recoger. Pero me llegó una carta. Y sonreí. Que gratitud la del que recibe una carta. Sorprendido me senté a leer. Y releí. Me quedo para mí las palabras contenidas en ésas páginas y, en secreto silencio, prometo contestar. Y luego a mis cosas.
Ése pequeño sobre había logrado interrumpir mi vida. Me detuvo. Recordé. Y luego a mis cosas.



Estaba pensando en qué cosas andará metido Dios, si existe. No sé. Siempre imagino que es un tipo ocupado. Claro que puede dejarlo todo para más tarde, por aquello de que es eterno. Pero no creo. Y no creo que dé abasto. Andará liado. Sus pupilos aquí abajo no están haciendo las cosas muy allá, y a pesar de la crisis inmobiliaria siguen tratando de vender terrenos que no tengo yo muy claro que existan y muchísimo menos que sean suyos. Pero el negocio está como está montado, y haya o no crisis hay demasiada gente en el sector como para dejarlos a todos de patitas en la calle.
Imagino que Dios habrá colgado ya el cartel de "LIQUIDACIÓN POR CIERRE". Pobrecillo. No creo que tenga la culpa del desastre, pero a menudo le toca pagar la cena cuando todos hemos comido. No tardará en desaparecer. Echará el cierre y se irá de gira con alguna compañía de títeres que apreciará y mucho el hecho de que deje a las marionetas al libre albedrío. Y su espectáculo llenará las plazas y los teatros. Y nos maravillaremos de que los muñecos se muevan solos. Y será increíble cuando nos demos cuenta de que no entendemos las decisiones que toman los títeres en su mundo. Y nos miraremos desubicados. Entonces él dirá; Os lo dije. Y a lo mejor vuelve a abrir por ahí arriba. Mientras tanto tendremos que seguir con lo nuestro, que a fin de cuentas es lo que íbamos a hacer de todos modos.



Me estoy haciendo amante del cuento hiperbreve, así que dejaré aquí uno que, creo, tiene algo que ver con mi anterior historia.

COMPETENCIA DESLEAL.
Se traspasa.
Razón; Dios.

lunes, 30 de junio de 2008

15º. BALAZO.

"Algunas veces vuelo y otras veces..." No seguiré la frase de Sabina, por no arrastrarme por el suelo, que creo que hoy no toca. Quiero hablar de lo que falta, de lo que todo el mundo debería tener y, de pronto, sin darse casi cuenta, ha pasado a pensar que no tiene. La vida, vaya, que da unas vueltas a veces innecesarias. "Algunas veces gano y otras veces..." Así está todo. Creo que hoy toca que sea una de ésas veces en las que vuelo. Se ve que no le sucede a todo el mundo y no termino de entender porqué, pero me encantaría que a todos los que yo quiero les sucedieran cosas buenas. Dice Carmelo Guillén que de amigos anda bien y le gusta hacerles coincidir, que se den entre ellos sus números: a mí también. Quiero que se aprecien, que sean amigos entre ellos sin que esté yo de por medio. Yo podría volverme un imbécil, Dios no lo quiera, y ellos seguir siendo grandísimas personas que no deberían perder el contacto. Ruego que llegados al punto de haberme vuelto medio estúpido alguno me avise, sino es mucho pedirle a la vida y a los amigos. Me ocurre como a Carmelo Guillén, que me gusta tener amigos, me gustan los que tengo y quiero que sean amigos. Luego ellos verán, pero yo pongo los medios.



"Algunas veces vivo y otras veces la vida se me va con lo que escribo", por seguir con Sabina. A veces es así, pongo todo lo que tengo aquí, en cada letra, en cada gota de tinta que nunca será imprimida.
Tengo palabras no dichas en la punta de la lengua. Pero voy a decirlas, no quiero que nadie las diga por mí. Creo que a veces el mensajero sí tiene que ver con el mensaje. A veces se debería matar al mensajero.
Al hilo diré que faltan ganas, que falta actitud; que faltan susurros de amor cuando se hace el silencio. Digo que la luna de Madrid sigue aquí cuando casi todos la abandonan al llegar el verano, cuando casi no se ve Orión. Digo vida, paz y cielo. Digo LIBERTAD. Digo que me falta un beso. Que me lo deben. Digo que tus ojos tienen fuerza, que tu nariz acentúa tu sonrisa. Digo playa y aún espero que suba la marea, mirando el agua, casi negra, en esa hora maldita en que la mañana raya el final del horizonte. Digo que espero que quieras verme. Digo silencio; y con esto espero siempre una respuesta. Digo que te queda bien el pelo y doy gracias a voces porque te cuidas cuando no puedo cuidarte yo. Digo que falta tu voz y no lo sabes; que aunque tú no lo sepas he blindado mi puerta y mi cama se queja fría cada noche. Digo que me canso, pero seguiré remando hasta que no pueda más, y no será por cansancio. Digo AMOR y sigo caminando.




Sandra Santana, en una curiosa consideración, escribió: “Entiéndeme, vivir es tan difícil, es un verbo tan frágil, tan inconstante... En cuanto le pones un dedo encima comienza a vibrar, a moverse, a perder su forma.” Se ve que vivir no se le hace difícil sólo a algunos. Se convierte en algo complicado por los deseos que no logramos, por las palabras que callamos, los besos que no damos. Lo malo es que hacer todo esto suele dejar mala imagen.
Me he hecho socio del aire ésta temporada. Creo que éste verano me dará qué hablar. En mi opinión, él me hará bien al volver a casa por las noches, calle abajo, respirando el olor a infinito recuerdo, a playas desiertas, a quince años y colegio, a canciones entre Cádiz y Donosti; y yo le dejaré que se lleve una sonrisa, que me amargue algún recuerdo, que me robe la fe. Seremos socios. Y dueños de la tormenta.

miércoles, 25 de junio de 2008

14º. BALAZO.

Me estoy acostumbrando a que el teléfono suene a eso de las dos de la mañana. Se conoce que existen horas en las que se necesita una voz. Esto no se si lo digo por los que llaman o por mí.



Hay días que son un cúmulo de cosas, semanas que se llenan de detalles, de frases completas. Son titulares en periódicos flacos de verano. Titulares de una vida una semana de Junio.
Como dice la canción, "esto no es Taxi Driver". Dios reparte suerte a las tres de la mañana en un bar casi a oscuras, entre cientos de hilos de nylon, cañas de pescar entre el calor de estos días. España pasa de cuartos. Se instala en el barrio una gaviota divorciada y yo ando saltándome un semáforo casi en sentido literal. No lo ven ni los santos ni la policía. Suerte, que dirán. Asaltan una joyería en Serrano. Quedan en el aire volutas de las cosas que quemamos en San Juan. Y deja de llover. Mañana amaneceré cansado, seguro.
Hay días que no hay nada que ver, pero ahí están.



El fin de semana pasado, en un atípico paseo matutino, vi a dos niños jugando con unas espadas de plástico en el parque que hay junto al quiosco. Recordé la feria de Cáceres. Me ocurre poco, pero a veces me acuerdo de mí siendo niño. La mayoría de ésas ocasiones me recuerdo en casa de mi abuela, en Cáceres, y quizás es por eso que el otro día me situé en su feria.
Recordé cuando, tras pasear por todos los puestos varias veces acompañado de un amigo, nos decidíamos a gastar nuestra pequeña paga en armamento de plástico. Normalmente rehuíamos las armas de fuego. Nos gustaba el cuerpo a cuerpo, el duelo noble. Luego, en casa, inventábamos grandes historias. Podría decirse que estoy mayor, que hace un tiempo yo fui un héroe, que salvé el mundo, que dirigí ejércitos, que enamoré princesas. Recuerdo batallas en las que incluso perdía. Pero siempre volvía al combate. Siempre listo. Nos gustaban los duelos por honor y las muertes de enamorados.
Aquellos dos niños del parque jugaban con las espadas, sonrientes, hasta que a uno de ellos se le fue la mano y su estocada fue a dar en la cara del otro niño. Se quedaron los dos en silencio, mirándose. Uno lamentaba terriblemente haber dado a su amigo y el otro, por su cara, quería venganza; golpear él también para hacer saber a su compañero lo que dolía aquella espada de plástico. Pero en lugar de eso, el agredido rompió a llorar, y su amigo le abrazó. Lo sentía de verdad.
Recordé entonces una vez que compramos mi amigo y yo unas pistolas de juguete que simulaban ser mosquetes en miniatura. Se cargaban con unos dardos rojos de plástico y disparaban con una potencia ridícula. Con nuestras nuevas armas decidimos hacer un duelo estilo "el conde de Montecristo". Nos situamos espalda con espalda y avanzamos diez pasos en sentidos opuestos. Luego, cuando los dos, contando en voz alta, llegamos al diez, dimos la vuelta y disparamos. Los dardos se quedaron a mitad de camino y nosotros nos miramos con bastante frustración. Es verdad que con las espadas a veces nos golpeábamos, pero ver como los dardos rojos caían al suelo como amapolas lanzadas al aire nos hizo comprender porqué no comprábamos ése tipo de armas. Así que volvimos a las espadas y a los abrazos compungidos. Y conquistamos tierra y mar a bordo de la imaginación. Y elegimos las cicatrices por encima de los dardos que nunca llegan.



Este año parecía que no, pero al final ha entrado con fuerza el verano. Repaso los años anteriores como si hubiera llegado la navidad esperando que éste año el verano traiga cosas conocidas y muchas por conocer. Por algún extraño motivo éste me parece tiempo de estrellas fugaces y, como he dicho antes, de titulares en periódicos flacos.
Mañana es para los dioses.

miércoles, 11 de junio de 2008

13º. BALAZO.

Releyendo con cuidado unos versos de Francisco Garzón Céspedes entiendo porqué actuamos como actuamos la mayoría. Dicen: "Uno mide el amor y lo desmide para tomarle el pulso y decidir". A veces, solo a veces, uno encuentra la medida. Después lo difícil es estar a la altura.



Hace unos días estuve en una comunión. Hacía tiempo que no asomaba el sol por Madrid y fue a salir justo ése día. Supongo que es de agradecer. La comunión es la última a la que creo que me queda por asistir por ése lado de la familia. No hay nadie con menos edad que mi prima.
Bien vestiditos, como si fuera día de boda, nos plantamos en una improvisada capilla al aire libre mi hermano y yo, tras las hileras de asientos reservados para familiares más cercanos que nosotros. Uno está acostumbrado a no escuchar al cura en éste tipo de eventos y entretenerse en otras cosas. El otro día entendí porqué. Suele ser un tostón plagado de chascarrillos que al susodicho le parecen grandes descubrimientos en el campo de la ironía. Así les va. Terminamos mi hermano y yo en la cafetería, tranquilos, esperando que acabara la función. Y luego al convite.
De los convites no hay mucho que reseñar. Uno va y espera al menos comer bien. Y quiera Dios que haya alguien con quien hablar. Alguien a quien no se le haya perdido el respeto tras un par de comidas familiares. Es sorprendente la poquita gente que cabe dentro de ése perfil.
Aquel día tenía a mi hermano, así que no me preocupaba en exceso el resto de la comitiva.
Pero hubo un cambio de planes. Resulta que la comunión acabó por convertirse en una reunión familiar allí donde Cristo dio las tres voces y muchos decidieron pasar la noche allí. Esto lo supimos antes del día de la comunión, pero en principio no había que quedarse a dormir. Luego, por circunstancias que son demasiado engorrosas de contar, mi hermano acabó por volver a casa y yo acabé quedándome allí a dormir.
Desconozco el perfil de todas las familias españolas, pero el de la mía no es el más sano seguro. Aunque también seguro que alguno puede presumir de tener uno peor.
Para no ser pesado, citaré solo a uno de los familiares. Un tipo en posesión permanente de la razón por real decreto, (o por uno que él ha debido inventar) y cuya idea de la amabilidad dista mucho de la realidad. Bueno, la de la amabilidad y la de muchas otras cualidades que no posee y que no me parece de recibo enumerar aquí.
Así que con un panorama desalentador me planté en aquel convite con la idea de aguatar día y noche.
Esto de la comunión me sirve para corroborar la teoría de que uno nunca sabe lo que se puede encontrar.
Grabada en la retina de la memoria tenía la imagen de una niña simpática con la que fui a comprar unas bolsas de patatas y ganchitos tras un bautizo. Eso fue hace nueve años. Tiempo suficiente para una comunión.
Las vueltas que da la vida, que suele decirse.
Tengo ahora la sensación de que aquello no fue una comunión, sino una reunión familiar algo extraña en la que encontré un cómplice. Creo que ésa es la palabra exacta. Cómplice.
Escribo esto unos días más tarde, con la sensación de que estaría bien volver a coincidir con ella. Quién sabe. Ahora me limito a sospechar. Y creo que eso también lo he aprendido.
A menudo pienso que la vida es cuestión de actitud. Pero no siempre. A veces depende totalmente de la casualidad. Una breve coincidencia me lleva a escribir éstas líneas, que van cargadas de ella, de ganas de verla de nuevo, de mirarme en sus ojos.
Refiriéndome a la noche que pasé en la comunión tengo que decir que me alegro de haberme quedado. Sólo ocurre algunas veces, pero en ocasiones uno está viviendo algo que sabe que es importante. Todo cambia alrededor y se transforma en algo propio. Da igual el lugar, el tiempo, la gente; importa solo el quién y el cómo. Y las dos cosas suelen volverse algo mágico. Digo suelen pero me refiero solo a momentos puntuales, porque lo cierto es que no suelen darse ése tipo de noches, de momentos.
Ahora me acuerdo de ella con cuidado, como si temiese aún estropear de alguna manera aquel momento, pero no puedo, ni quiero, dejar de pensarla.
Es una noche que agradeceré siempre. Aunque tengo un par de besos de despedida en la mejilla, grabados a fuego, marcando lo que espero que sea un hasta luego.



Quiero acabar éste balazo como ha empezado, con unos versos, aunque en esta ocasión son de Luís García Montero. Dicen: “Sospechan de nosotros. Ha pasado el primer autobús, y nos sorprende en el lugar del crimen, desatados los cuellos y las manos a punto de morir, abandonándose.”

lunes, 26 de mayo de 2008

12º. BALAZO.

"Tu boca roja", dice Drexler en una canción. Resulta una imagen sencilla y sin embargo perfecta. Labios carnosos, boca que muerde, que besa, que rompe el alma. Sin más. Y él solo dice tu boca roja. Y yo imagino.



Una vez, en no recuerdo bien que restaurante de Madrid, vi a un hombre que comía solo disfrutar la comida en silencio. No miraba, como suele suceder en esos casos, a la gente ni a las parejas que tenía alrededor. Él miraba sin ver, en silencio, como si supiera que es mucho más importante lo que él piensa que todo lo que pase a su lado. Pero entonces, cuando ya iba a dejar de prestarle atención, ve a una mujer que termina de hacer su pedido al camarero y algo en sus ojos hace notar que se ha producido un cambio. Se levanta y se acerca a ella con cuidado. Con educación y una frase ingeniosa invita a la mujer a comer junto a él en la mesa. Yo me sonrío. Recuerdo que esto lo normal es que ocurra en una película y que en la realidad ella siempre dice no. Pero ella se ríe con nerviosismo y, tras una respuesta que no alcanzo a escuchar, se levanta y le sigue hasta su mesa. Los dos se sientan y hacen ver al camarero que tiene que llevar la comida allí. Que la mujer no se ha ido del restaurante como pudiera pensar.
Yo seguí a lo mío, comiendo y charlando con quienes había ido a comer, pero de cuando en cuando levantaba la vista y miraba a la extraña pareja, que se reía y debatía acerca de todo cuanto se les ocurría.
Al terminar de comer, me quedo mirándoles con total descaro. No me doy cuenta, pero el hombre sí. Y cuando nos miramos le sonrío, cómplice de su pequeña guerra amorosa. Él devuelve el gesto y sigue a lo suyo.
Terminan de comer unos minutos después. Piden la cuenta, él paga y luego ambos van hacia la puerta. Y salen del restaurante.
Cuando yo salí todavía estaban allí, parados, despidiéndose. Ella se va y él la ve alejarse. Cuando se da la vuelta para irse por el camino opuesto me ve junto al resto de la comitiva y me sonríe haciendo un gesto hacia la mujer.
-Llámala.- le digo.
Él me mira con los ojos como platos y responde.-Mierda, no le he pedido el teléfono.- y echa a correr a por la mujer.
No les volví a ver, pero ojalá dijeran sí más a menudo.



Es curioso lo que uno puede llegar a imaginar con un olor. Ha pasado alguien a mi lado hoy, alguien con olor a recuerdo. No sé quién ha sido, porque al girarme ya no había nadie. Pero me he quedado pensando.
Ahora, en casa, tranquilo, guitarra en mano, me iba acordando del olor a infancia que desprenden algunos libros que guardo, del olor a verano que tiene el aire cuando sopla esa brisa suave los días de sol, del olor a labios, a ése primer beso, quizás de una boca roja, que quedó en mi memoria pegado a tu perfume.

martes, 20 de mayo de 2008

11º. BALAZO.

Es precioso el sonido de las gotas de lluvia al estrellarse contra el suelo.
Las cosas se me hacen hermosas cuando están solas, en silencio. Cuando sorprenden desde cualquier sitio, cuando piensas que están hechas para ti. Supongo que es aplicable a los encuentros, a los amigos, al amor... a los secretos.



Como diría Sabina, "maldita madrugada, y yo que me creía Steve McQueen". Recuerdo que era de día, que es cuando suceden las cosas que no tienen que ver con la brujería sino con la honestidad, con los ojos abiertos. Fui con mi familia a visitar a un socio de mi padre, que nos había invitado a un pueblecito llamado Añora. Curioso nombre. Suena como el imperativo del verbo añorar, como el undécimo balazo cargado de nostalgia. Cuando llegamos descubrimos que el socio había invitado también a una amiga suya, divorciada, que viajó hasta allí acompañada de su hija.
El pueblecito no estaba mal. Cuestas arriba y abajo y viejecitos apostados en las puertas de madera de aquellos caserones que habitaban. Tomaban el poco sol que había y a media tarde recogían su campamento y a cenar. Era entonces cuando nosotros, amigos y familia, salíamos a dar una vuelta y cenar algo en algún restaurante. No contaré toda la historia; sus días, sus risas, pequeños guiños. Siempre invitaba a seguirla, siempre a por el mundo. Siempre.
Salíamos a cenar y, como siempre, los pequeños acababan antes. Hace ya algún tiempo de aquello. Eran aún tiempos buenos de colegio, horarios templados con el atardecer y silencios de complicidad con la abuela cuando ésta te daba dinero para golosinas. Dios, que por aquel entonces era incuestionable, habitaba todos los rincones. Y saltábamos despreocupados.
En esos tiempos salimos a cenar y acabamos antes que los mayores, y recorrimos el pueblo hasta encontrar aquel bar plagado de máquinas recreativas. Y entonces descubrí que en esos sitios los juegos clasificados como "para niñas" son los más entretenidos. Lo descubrí sin querer. Bueno, o queriendo.
Después volvimos a casa. Y por algún motivo que entonces no comprendía del todo bien, me levanté cuando ya estaba todo el mundo acostado y me fui al salón, a esperar. No entendía entonces y tampoco entiendo ahora como es posible que en esas ocasiones las cosas sucedan como uno imagina y no como suelen suceder.
Tom Cruise robaba no se qué lista al gobierno y entonces apareció ella, con su sonrisa y ese gesto robado a alguna diosa con el que se recogía el pelo. Hablamos. Sin más. Sin nada menos.
Debimos tirarnos un rato largo y debimos también ir subiendo el volumen de la conversación porque apareció allí el resto de jóvenes de la casa y acabamos jugando a las cartas.
No recuerdo muy bien porqué nunca logro encontrarla. No es como en las películas, que esperan sin más que la vida la encuentre diez años después. Yo la he buscado más de una vez, pero no recuerdo bien donde debo buscar, no recuerdo un colegio, un lugar; nada.
La recuerdo cuando llueve, aunque no sé muy bien porqué. Llueve contra el asfalto y me quedo a solas. Creo que aún espero que aparezca. Maldita madrugada.