jueves, 27 de noviembre de 2008

34º. BALAZO.

Pasaba por aquí, que dice la canción, y he decidido recargar de nuevo este revólver de palabras para poder volarme luego la tapa de los besos. El fin de semana que viene celebraremos la Navidad con la familia de mi madre, y la verdad es que tengo ganas de agarrar la guitarra y viajar. Y de ver a la familia también. Cada vez que hacemos estas reuniones navideñas anticipadas solemos acabar recorriendo pueblos perdidos en el mapa y caminos que terminan en un sueño dulce. Y luego comemos, o cenamos, depende de la hora. Porque tratamos de emular las navidades y son fechas donde se come mucho.



Esta mañana me he levantado algo asustado. He tenido un sueño raro. Sucedía en una playa.
Yo estaba sentado en la arena, vestido de calle y no con bañador, como se supone va uno a la playa. Estaba descalzo, y miraba el horizonte con firmeza, como si al no apartar los ojos del final del paisaje fuese a divisar claramente una línea separando el cielo y el mar. Me tiraba así un buen rato, aunque no sabría decir con precisión cuanto tiempo pasaba en el mundo real. Yo pertenecía claramente al mundo de Morfeo.
A continuación iban apareciendo, como de la nada, cientos de personas hasta llenar casi la playa. Como Valencia en verano. Y luego un tipo que venía a pedirme los zapatos. Aquí ha venido lo realmente extraño, aunque para ser sinceros a mí ya me tenía mosqueado el hecho de que, siendo un sueño, la playa tuviese que estar hasta arriba de gente, pero eso ha quedado a un lado al aparecer el tipo que me pedía los zapatos. Yo le indicaba amablemente que era imposible que le diese mis zapatos puesto que no tenía (y juro que los busqué por si me los hubiera quitado, pero nada), pero él insistió en que tenía que darle mis zapatos.
Por algún motivo que no acierto a comprender, el hombre se ponía sumamente pesado y yo echaba a correr. Y él me perseguía, claro, como no podía ser de otro modo. Y así uno detrás de otro hasta que yo llegaba a una especie de chamizo en el que entraba para refugiarme. Él se quedó fuera golpeando la puerta y exigiéndome los zapatos. Desconozco si el chamizo era mío, pero lo cierto es que allí estaban mis zapatos. Por no discutir más, y porque en los sueños estas situaciones agobian bastante, abría la puerta y le entregaba al tipo mis zapatos. Aquí llegó lo más extraordinario del sueño. El tipo pasó dentro, se calzó, se quitó la chaqueta y la dejó en el perchero. Y dijo: "Te dejo aquí las alas, ya me toca caminar."
Me he despertado con la sensación de que se me había comunicado algo importante y no me había enterado de nada. Luego me he limpiado los pies de arena. Necesito vacaciones.



Dice en una genialidad Adolfo Bioy Casares; "El mismo lobo tiene momentos de debilidad, en que se pone del lado del cordero, y piensa: Ojalá que huya."
Esta mañana lo he visto venir. Y él me ha visto a mí. Venía él cargado con un carrito lleno de libros y una carpeta cargada de formularios. Una mañana al mes mantenemos una singular conversación acerca de los motivos por los cuales no me hago socio de su revista de lectura. Yo creo que él está más cansado de escucharme que yo de explicarle porque no tengo pensado hacerme miembro de su selecto club. Pero hoy nos hemos saltado el trámite en el que él toca el timbre de mi casa. Casi nos damos de bruces uno contra otro en el portal. Él hace de lobo, y yo de cordero, salvando las distancias morales que la frase de Bioy Casares conlleva, y se ha apiadado de mí. Hace mucho frío como para que andemos los dos tonteando como colegiales en el portal mientras trato de explicarle que lo nuestro es imposible.
Así que nos hemos cruzado. Él me ha mirado, y yo a él; y nos hemos reconocido. Y es entonces cuando él ha debido pensar: "Ojalá que huya". Y yo he mirado para otro lado. Y cuando la puerta del portal casi se cerraba hemos dicho al unísono: "Buenos días". Y lo cierto es que así el día ha empezado bastante bien. Gracias.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

33º. BALAZO.

Debo tener el alma llena de arena, la piel cubierta de sal. Mis calles son tus huellas. Mi casa tiene vistas al mar.

Llamó la mujer de las plazas de garaje otra vez, para decir de nuevo que quería que una de las plazas se desocupara. -Verá señora,-decía mi hermano-tenemos un contrato por el cual esas plazas están alquiladas por un año, y no voy a desocupar nada.-No debió sentarle bien esta respuesta a la señora, que soltó una amenaza velada argumentando que su hijo era abogado.-Mi madre también.- respondió mi hermano.Y aquí paz y después gloria. Y la señora tendrá que buscar otro sitio. Y los tártaros a lo suyo.

Empezó de niño. Mike le descubrió en uno de aquellos combates callejeros. Golpeaba con las manos cubiertas por unas vendas, para no hacerse daño. Destrozaba a sus rivales lanzando una multitud de golpes seguidos. Era imposible esquivarle.Mike se lo llevó al gimnasio Big Bang, junto a la Quinta Avenida. Allí le enseñó a golpear, a defenderse. Y un par de meses después organizaron el primer combate profesional de Billy el rápido. El chico Billy. Tras dos victorias por K.O. le lanzaron directo al campeonato del mundo. Mike pagó su cuota y se convirtió en su padrino.

He pensado en construir una pequeña cajita de madera para guardar los recuerdos. Escribir en pedazos de papel lo que no debo y no quiero olvidar y esconderlo hasta siempre en la caja. Y así escribir: Cóbreces, San Juan, Barcelona; vino rosso y un montadito de salchicha del país. Y Agosto, soledad y mi guitarra. Y te quiero; desde el costado hasta el alma. Y dos de copas, Abril entre las manos, Vélez, mi voz en el tejado, tus labios, mi sed y una pensión derruida a deshoras. Y Cádiz, Huelva y Cáceres. Monedas rodando por el paseo de Cánovas. Y la magia de los cuentos. Y una canción. Y echar de menos el mar.

He pasado esta mañana por la peluquería. Lo tienen todo lleno de botes de laca y productos para el cabello que jamás les he visto usar, y han cambiado las sillas viejas por unos preciosos butacones de cuero negro plagados de palancas cuyo uso aún desconocen. Están felices pese a que, según dicen, la crisis les ha robado a la mitad de la clientela. La mujer del dueño está embarazada, y han contratado a una chica rumana para suplirla mientras esta está de baja. La chica es muy salada. En cuanto te sienta en la silla y te pone el mantel blanco empieza a contarte sus bondades y virtudes, a saber; que si manos suaves, que si ella ya era peluquera en su país, que da mucha conversación y sabe bien el idioma porque lleva aquí cinco años. Ha comenzado a darme un cursillo avanzado de rumano mientras me cortaba el pelo. Hemos quedado en seguir con las clases la próxima vez que vaya. Incluso me ha enseñado fragmentos de un poema que adora y que yo, ahora que no está para corregirme, no sabría repetir. Ha sido una mañana curiosa. Y no ha quedado mal el pelo.

He hablado con mi hermano, por saber como quedo el tema del garaje. Victoria clara de los tártaros. Así que aguantarán al menos un año con las plazas de garaje en su poder. Y que salga el sol por Antequera.