lunes, 21 de abril de 2008

6º. BALAZO.

"Mis calles ya se han vuelto de arena." Recuerdo con éste verso de Fabián el día que dije que echaba de menos el mar. El primer día que lo dije. Ése día no echaba de menos el mar. Según otra de mis teorías, uno no echa de menos los lugares o las cosas, sino a las personas que éstos les recuerdan. Así es como eché de menos el mar. Sin querer, cogiéndole un cierto apego a la sal y a la arena, convirtiendo la distancia que me separaba del mar en kilómetros de ausencia. Y ahora ya no puedo quitarme ésa sensación de encima. No logro no echar de menos el mar. Y debo decir que mi teoría se ha visto modificada con el tiempo. Ahora si echo de menos ciertos lugares y no lo hago por las personas, sino por la magia que tiene cada sitio. Un poco como debían sentirse los pretorianos fuera de Roma; anhelantes, deseosos de regresar a un hogar que nunca llega, que cada vez está más lejos. Creo que es porque mis calles, las de dentro, ya se han vuelto de arena...quizás, como dice en el siguiente verso Fabián, "mi casa tiene vistas al mar". Debe ser algo de eso.



Desde hace tiempo vengo cargando éste revolver con balas cargadas de palabras, llenas de una tinta digital a la que no logro ver ningún romanticismo, pero que sin duda resulta útil. Supongo que es como el resto de las cosas hoy en día; no son muy románticas, pero resultan útiles. Éste es el sexto balazo, así que se me acaban las balas. Lo que sucede es que no le daré ese sentido utilitario extraño, y seguiré escribiendo, de manera metafórica, más balazos. Digo esto para que nadie piense que me quedé sin balas. Digamos que en medio recargué. Me he dado yo mismo esa licencia.



Escuchando una canción de Paco Bello titulada Ella la Reina, entiendo de algún modo cómo es posible que haya tan poquitas historias reales de amor. No es que la canción hable de amores idílicos, ni de situaciones imposibles. Es que la vida es tan sencilla que a veces creemos que se vuelve mundana, que no merece la pena hacer tal o cual cosa, que quedará extraño. Y se pierden ciertos gestos. El lenguaje corporal, que diría un genio. Él le manda un soplo de perlas, metafórico, claro, y se rozan los pies bajo la mesa. Algo natural, un gesto dulce e incluso, según el prisma, cursi. Pero a todos nos queda algo de los catorce años. Todos queremos que nos quieran desde dentro. Como el adolescente que descubre el amor saltando desde su estómago. Cien mil mariposas desbaratando el aula de un colegio repleto de ilusiones infantiles. Todos queremos ser descubiertos, siempre, por primera vez.



Quiere la vida que no siempre salgan las cosas como a uno le gustarían, y además se empeña en dejar constancia de ello. Las llamadas perdidas en los móviles, las miradas furtivas en el metro o el cambio para tabaco en la cafetería son pruebas de ello. Pequeñas cosas que uno descubre tarde, detalles de lo que el mundo podría ser si coges antes el teléfono, te decides a hablar o le pides una moneda al amigo que va contigo. Creo que hay demasiado individualismo. Es bueno que uno sepa que las cosas ocurrirán más veces, que, como he dicho alguna vez, hay otros trenes, pero deberían romperse más lanzas en favor del ahora. Esto es lo que hay y deberías aprovecharlo. Algo así. De todas maneras esto lo digo porque hoy estoy cansado, y con el cansancio y la desgana uno se aventura en pensamientos extraños, casi de autoayuda. Pedazos que uno busca donde sean con tal de verse completo. Últimamente me fijo mucho en las personas que quedan a mi alrededor cuando me detengo, y trato de imaginarles una historia. Hoy ha sido difícil, porque he tratado de imaginarle vida a una señora que fumaba con prisa en la puerta de una biblioteca pública. Luego la he visto tomar café dentro, sola, en la cafetería, y me ha venido la pena. Como a Lorca cuando volvió de New York. Con mi pena ya instalada he pensado en la señora como una moza joven, corriendo por la calle principal de su pueblo durante las fiestas patronales. Imaginaba cómo habría sido su vida. En qué momento decidió que emigraría a la capital con aquel mozo de buen ver hijo de los Martín para hacer fortuna y familia. Luego he pensado en la alegría que se llevó al saber que tendrían una hija, y cómo ahora, viuda y con la hija trabajando en Sevilla, se sentaba sola a tomar café. Me preguntaba si viendo así las cosas, tras el humo de un cigarrillo que no le dejan fumar en interiores, querría cambiar algo.
Luego he tenido que marcharme, pero me quedaba la duda. Pienso que no se arrepiente de nada, porque en ésa generación suelen ser muy constantes y orgullosos, y ése tipo de señoras es de las que las cosas las tiene muy claritas.
Lo mismo todo esto es solo un cuento, pero en días como hoy soy un tipo dramático. Para pensárselo, vaya.

miércoles, 16 de abril de 2008

5º. BALAZO.

"Eres una huida". Llevo un rato esperando que caiga esta frase. Como siempre, es de una canción, de un grupo leonés llamado Gatoidiota. Eres una huida. Me resulta muy concreta, muy descriptiva.



Hoy he recibido una llamada que no esperaba. Para ser sinceros si la esperaba, pero hace unos días. No hoy; hoy no. Y es de esas cosas que por algún motivo alteran el curso normal del día. Te llaman sin pretensiones, y contestas con naturalidad. A mi a veces estas conversaciones telefónicas me saben un poco a pasado, por las personas que las realizan. Normalmente son personas que llevan un tiempo sin aparecer por la vida de uno, y saben bien cómo llenar los espacios que durante algún tiempo han ido quedando vacíos. Algún día entenderé cómo pueden las palabras, desde lejos, tocar el corazón tan de cerca.



Hace un par de días tuve una conversación sobre las técnicas que tenemos unos y otros para hacer las cosas. Una vez llegué tarde y por consiguiente perdí el autobús que pretendía coger. Era un trayecto desde el sur. Quería volver a Madrid. Bueno, no quería, pero me tocaba. Cuando uno pierde un tren o un autobús normalmente se acuerda de muchas cosas, y de ninguna buena. Lo normal es tener que comprar un billete nuevo, pero uno es como es, cabezón, y aquel día intenté que me cambiaran el billete. Y funcionó. - Total,- me dijo la chica de la taquilla.-Iba medio vacío, pongo que lo cambiaste antes y te ahorras un dinero.-
Yo pensé al principio que no podía estar pasando. No había ni levantado la voz, ni gritado a nadie, ni mentido acerca de los motivos por los cuales no iba en ese autobús ya camino de Madrid. Pero se ve que había colado. Y me cambiaron el billete. Mi amiga me explicó que para ella es absolutamente necesario gritarle a todo el mundo y que todo el mundo se entere de qué problema tiene y, por supuesto, cómo prefiere que se lo solucionen.
Al principio no lo pensé, pero con mi tendencia a elaborar teorías encontré esto de los modos de hacer algo curioso. La idea del billete en realidad solemos aplicarla como punto último a todo. Hagas lo que hagas, al final uno elige la manera en la que cambia el billete y es cosa suya. Un poco como aquella idea de los trenes que no dejan de pasar. Solo que esto es más como la toma de decisiones. El momento en el que uno sube a un tren o vuelve al andén maleta en mano,cargado con alguna ilusión menos. Así están las cosas.



"Parece que he vivido lo que viven los que mienten, los que gritan tu nombre entre tanta gente." Así lo siento. Dejo a menudo frases y versos de diferentes artistas. La última frase es de Fabián. Pongo sus versos porque es una forma de ponerle banda sonora a mis palabras, de sentir que llegan de otra manera, no sólo escritas. Es algo torpe y quizá tonto, pero las cosas quedan escritas de otro modo, como en clave de sol. Como rompiéndose en Mi menor. He vivido, decía, lo que viven los que mienten, los que caen del lado en el que las cosas no son como son, sino como se ven. Así es más fácil acostumbrarse a lo que se convierte en rutina, a lo que creemos que no encaja bien. En definitiva, se vuelve fácil acostumbrarse a lo que no deberíamos tener que acostumbrarnos. Pero la vida está hecha de una manera, y tarde o temprano todos nos acomodamos al paso de la corriente, y recorremos ciudades bajo puentes y nos deslizamos por paisajes nocturnos y pretendemos llegar a buen puerto. No sé a quién le oí decir que todos somos barcos y que nadie quiere naufragar, y que por eso todo el mundo acaba remando solo. Yo creo que no va exactamente por ahí. La idea más bien sería que los buenos amigos vinieran en tu barco. Si tienes un barco, y con esto no quiero ofender a ningún pensador, navegar solo es, dicho mal y pronto, un coñazo. Lo bueno es que los amigos, y hablo de los buenos, de los que se cuentan con los dedos de una mano, vayan en el mismo barco. Para empezar remar se hace, y esto no me parece ni discutible, muchísimo más fácil. Y además tendrás más sitios a los que ir.
Creo que hoy escribo desde un poso de amargura, como tocado por algo que debería hacer y no hago. Sé qué es, pero estoy cobarde y no me atrevo. A veces las cosas salen así, como uno las hace y no como uno quisiera hacerlas. La vida, que ya digo, está así hecha.

martes, 15 de abril de 2008

4º. BALAZO.

"Cuando éramos reyes". Escribo éste verso de Quique González y me pregunto cómo no se me ha ocurrido hablar sobre ello antes. Demasiado tiempo a la deriva. Supongo que le pasa a mucha gente, pero ya se sabe que los problemas de uno son los más importantes, por eso de que son los de uno. Cuando éramos reyes...Qué tiempos aquellos. Recuerdo nostálgico tardes enteras de verano en el barrio. Ésa peregrinación diaria a la piscina de Nacho, buen dibujante y mejor amigo, y aquellas charlas interminables sobre las chicas que se sentaban frente a nosotros, al otro lado del agua. Y nos mirábamos con los ojos sonrojados de vergüenza. Y luego cada quién a su casa, y Dios a la de todos. A las cuatro se volvía a quedar, con el sol pegando duro sobre el césped y las cintas de música en los walkman. Me acuerdo con cariño de aquellos días en los que descubríamos el mundo cada mañana; un olor, un color, una sensación nueva.
"Mira el encanto de las cosas, roza la delicia de las hojas que caen."Éste es de Paco Bello. Es verdad que hay cosas que no van a volver, pero también es cierto que a veces, cuando madrugo un día de verano, tengo la misma sensación de aquellos tiempos. La impresión de que saltaré corriendo a la piscina y que allí estarán algunos amigos esperándome. Y luego daremos las fabulosas clases de natación que solo el socorrista sabía dar. Parecía que nos iba la vida en ello. Nos gritaba como a los marines americanos de las películas cuando no movíamos bien las piernas o chapoteabas en un desesperado intento por no ahogarte. Y las tablas azules que hacían de salvavidas. Y las carreras, y los partidos de waterpolo del último año. Parece que fue ayer. Luego tocaba jugar en la hierba un rato al fútbol, y cada uno éramos un personaje de Oliver y Benji. Me encantaban los GI-JOE y jugar a la consola en casa de Nacho. Y reírme en los soportales de Alberto, donde descubrimos que podíamos conocer a más de tres chicas en el mundo. Recuerdo el cumpleaños de Alfonso en el Campo de las Naciones, y esas canciones de los Rhapsody tronando en aquel pequeño radiocasette. Recuerdo a Javi con su karategui y le recuerdo cuando devoró el mundo en la universidad. Me parece ahora que éstos tiempos quedan muy lejos, y entiendo lo que decían cuando esperaban que madurase. Hemos hecho lo que hemos podido, y puede que así haya quedado. Recuerdo, y no tengo ninguna intención de volver a vivir aquellos años, cuando éramos reyes.



Hace unos días fui a una especie de fiesta flamenca. La fiesta en cuestión era en un bar de las afueras, y tenían montado un circo tremendo. La mitad de la gente que había allí debía conocer a la dueña del bar, a la que también tuve yo el gusto de conocer más tarde, porque iban perfectamente bien vestidos, de corto o de flamenca, según el sexo. Habían colgado unas guirnaldas alargando los cordeles entre las sombrillas y unas columnas de ladrillo, e improvisaron una barra fuera del bar, para atender rápido a la gente de la terraza. Como hacía buen tiempo, el bar en seguida se llenó de gente que no iba vestida pero que pasaba por allí y decidió tomar algo. En fin, que se formó un caos en el que quedaron dos equipos claramente diferenciados. Los que sabían a qué iban y los que decidieron pasarse de manera casi accidental.
Dentro del bar se reunían los que no querían saber nada ni del sol ni de la fiesta flamenca, pero su intento por huir de aquel ruido era inútil, porque los camareros y las camareras iban con una indumentaria especial ese día y habían puesto cantos rocieros a todo volumen. Así que allí había de todo.
A mi me habían invitado, y como he dicho antes, me presentaron a la dueña. La mujer es una señora entrada en carnes, y da la impresión de estar muy contenta con todo lo que ocurre a su alrededor aunque por dentro reviente de amargura. Esto último lo sé porque la mujer debió pensar en no sé qué punto del camino que yo era de confianza, y cada vez que nos cruzábamos soltaba la lengua, me agarraba del brazo y ya no paraba hasta que había terminado un nuevo capítulo de lo que a ella le parecen las injusticias de éste mundo. Yo me sentía un poco como debe sentirse un cura en el momento de la confesión; ajeno y con la sensación de que ésos problemas menores no deberías contarlos. Por estúpidos y porque pueden provocar momentos demasiado embarazosos entre dos desconocidos. Yo me agarré a una copa y cuando pude me hice directamente con la botella de vino, para pasar el trago más fácilmente.
Lo único que llamaba la atención era la encargada del bar y una camarera. Ésta conclusión la saqué cuando llevaba allí unas horas, así que no sé hasta que punto es verdad. Lo cierto es que el tipo con el que iba y yo terminamos por hacer migas con la camarera. Mi amigo la conocía de la infancia, del colegio o algo así, y se produjo una curiosa conexión. Estuvimos un rato hablando con ella hasta que nuestro anfitrión decidió que era el momento de charlar con nosotros. La camarera voló un rato a otras mesas y nosotros hicimos de tripas corazón, dispuestos a soportar la avalancha de presentaciones, besos y apretones de manos que se nos venía encima. Pero no hizo falta. Sólo nos presento a dos mujeres, al resto los nombró y nos saludamos por encima. Todo muy raro, pero en ése momento la verdad es que fue de agradecer. Las dos mujeres tenían ya una cierta edad, y estaban empeñadas en agradar, así que se hicieron bastante pesadas. Hasta que vino la camarera. Benditos mileuristas simpáticos que tienen que ganarse la vida en sitios como ése. Nos tomó nota y luego trajo solo lo que mi amigo y yo habíamos pedido. El resto de la comitiva cambiaba una y otra vez el pedido en cada vuelta que la camarera daba para explicarles que eso que habían pedido se había agotado.
Mi amigo y yo disfrutamos de lo lindo. No comimos ni mucho ni bien, pero nos reímos a gusto con el vaivén de la chica, que nos hacía guiños con cada nuevo pedido cancelado. Toda una artista, pensamos nosotros. Ésta bailando a todo el mundo, incluso a los que no van vestidos para la ocasión.
A media tarde en el bar ya no había nadie del bando de los accidentales, y sólo quedaban los que sabían antes de venir que aquello iba a ser una fiesta flamenca. Mi amigo y yo nos marchamos con no recuerdo qué excusa, y nos despedimos amablemente de la camarera, que nos recomendó volver solo los fines de semana, que se conoce que es cuando ella tiene turno.
Yo me quedé pensando que así es la vida, que cada uno se monta la fiesta como quiere, y que mientras nadie se de por ofendido, todo va bien.

3er. BALAZO.

Esta mañana he despertado tarde. Justo a tiempo para tomar el café habitual después de las comidas. En general ha sido un día para dejarlo pasar. Pero que es como todo, hay que vivirlo. He pensado un poco en eso de las relaciones de pareja. En general tengo teorías para todo, pero abundan las que tratan sobre relaciones. Uno piensa, y lo hace en parte movido por las películas del género ya famoso comedia-romántica, que en algún momento va a encontrar a esa mujer con la que cada segundo es fuego. Tengo en la cabeza la frase "nunca me paré a pensar si soy el tipo equivocado", de Fabián, y creo que resume bastante bien el perfil egoísta que se tiene al enfocar una relación. Nadie se detiene nunca a pensar en el otro, salvo para agradarle o evitar un conflicto. Me refiero a que nunca se pone uno en la piel del otro, que suele decirse, y esto ayudaría bastante. Por mucho que ocurra, nadie corta con su pareja porque el otro merece ser feliz, sino porque uno quiere llegar a serlo y le parece que por ése camino no va a ninguna parte. El asunto es complicado. Imagino lo que pasaría si de verdad se pensase en el otro. Le imagino a él, sentado en un banco, esperando que llegue ella. Y ella que tarda, porque tampoco tenía mucho interés en ir. Llevan un par de meses y no es lo que ella esperaba. Demasiadas expectativas. Leí una vez que "las expectativas destruyen nuestra tranquilidad; son decepciones futuras planeadas con antelación". Es verdad. Él, en el caso en que estábamos, le diría a ella que no pueden continuar porque ella espera encontrar llamas cada vez que se tocan, porque no puede cumplir con el guión de la sonrisa perfecta, porque es imposible que se quieran lejos del lugar en que se conocieron, lejos de aquella playa de arena cálida. Y ella lo entendería, y ninguno de los dos se haría preguntas estúpidas de porqué acabo todo. Ambos tendrían todo claro, avanzarían mucho más rápido hasta su siguiente parada.
Pero nos empeñamos en hacerlo complicado. No sé quién fue el primero en decir lo de los trenes que pasan en la vida, pero lo recuerdo muy de colegial. Tengo la sensación de que el asunto de los trenes que sólo pasan una vez, o que hay que coger cuando pasan, estuvo por primera vez escrito en la contraportada de un libro de biología con dudosa calidad gramatical. Cada uno tiene sus experiencias en esto, y las opiniones se forman sobre la experiencia, así que yo tengo también una opinión: los trenes pasan tantas veces que no podemos ni contarlos. Es como el andén de las ilusiones, se pierden tantas como llegan, pero nunca dejan de estar ahí. Eso serían los trenes de la vida. Están constantemente pasando y uno coge los que le vienen bien, los que están en hora o, sencillamente, los que le parece que llevan a mejores lugares. Lo que sucede es que se tiende a echar de menos ciertos trenes.
Personalmente creo que los mejores trenes son esos a los que te subes de pronto sin saber dónde vas. Aquellos que no tenías pensado coger. Creo que son los mejores por el asunto de las expectativas. Si lo coges sin más será un tren sin expectativas, sólo lleno de ilusiones. Pero qué sabré yo.



"Las calles son abismos a cruzar". Ésta frase es de Revolver, no recuerdo bien de qué canción, pero viene bien recordarla a veces, sobre todo cuando el día, como hoy, se pone feo y asoman demasiadas nubes. Me he quedado sin hacer un viaje que pretendía hacer hoy, y alguien me ha dicho que se alegra de que me quede. No sé muy bien como tomármelo, porque pienso que lo lógico sería que, si me quiere bien, hubiera dicho que era una pena, con lo que me apetecía. Pero la gente se toma las cosas como les viene a ellos, no como a uno le gustaría, así que se alegra, y fuera. El caso es que creo que hoy he cruzado un par de calles peligrosas. La primera cuando iba a tomar café, corriendo porque llegaba tarde; la segunda cuando me ha dado por pensar que no sé establecer los límites y que doy pie a que suceda lo que no quiero.
Que la primera de las calles era peligrosa es obvio, por aquello de que circulan coches y correr, en ocasiones, puede no ser sano. Y la segunda calle es peligrosa por lo que implica. Ésa si que es un abismo a cruzar, pero no quiero cruzarlo. Me ocurre que lo hago sin querer, y acabo en callejones bastante complicados.
No quiero seguir con lo de la segunda calle porque puede traer cola.
Espero no tener que seguir cruzando abismos.

2º. BALAZO.

Hoy me viene a la memoria el verso de Raúl Rojas, el de " se creen como gaviotas." Qué lástima. Que se crean como gaviotas. Qué pena. Al principio no lo pensaba, pero veo despegar demasiada gente que acaba pescando sola. Va otra vez la cosa por aquello de la primavera, aunque hoy ha sido día de lluvia. Digo ha sido porque le quedan al día unos minutos, y como ocurre con todo, cuando vemos que algo se acaba, nos hacemos rápido a la idea y antes de que acabe ya lo hemos dado por perdido. Eso le ha pasado al día. Que se ha ido perdiendo, y ya lo doy por desahuciado. En fin, volviendo a lo de las gaviotas. Creo que hoy por hoy todo el mundo va en bandadas y cuando se trata de comer terminan por pasar del de al lado. Viene bien aquello de "lo mío es mío", que suele decirse.



Como soy muy de canciones ahora tocaría el verso de Zahara " no tengo prisa por llegar, estoy a gusto en mi pared". Tranquilo, sin las prisas habituales de Madrid. Hoy me he cruzado en el autobús con una mujer a la que, de pronto, he creído conocer de toda la vida. Me eran familiares sus gestos y sus ojos, y hemos tenido un par de miradas perdidas que se quedaban colgadas de un hilo de voz, como enganchadas a un pasado desconocido. Algo extraño, pero ha sido incluso reconfortante. Luego, tras ese par de miradas, hemos preferido no tentar a la suerte, y no volver a cruzar la vista. Nos engañábamos tras el resto del personal o nos buscábamos en el reflejo de las lunas del autobús. Demasiado irreal, casi perfecto. El resto del viaje ha sido tosco. La gente no termina de entender que hablar a voces y ser más bruto no te convierte en centro de atención por tu valía, sino por tu estupidez, y así he terminado por encontrarme en medio de una discusión entre dos señoras ya mayores que pretendían el mismo asiento. He tenido entonces la sensación de que esto ya había ocurrido en otra ocasión, y he vuelto la vista; buscaba a la chica, y sus ojos me lo han agradecido.
Luego, al bajarme, me he descreído un poco y he pensado que tal vez todo esto me lo había imaginado yo, pero bueno, uno es como es, y ya lo he dicho: estoy a gusto en mi pared.

1er. BALAZO.

Me viene a la cabeza al empezar esto la canción "Discos de Antes", de los Secretos, y aquel verso que decía "y los gatos tiemblan sobre el capó". Últimamente andan las noches así por Madrid. Será que llega el buen tiempo y se respira esa brisilla nocturna de verano, pero se ven más gatos sobre el capó. No de manera literal, sino al acecho. Dicen que en las noches todos los gatos son pardos. Pues llega ese momento en el que es verdad. Todos los gatos son pardos. Y sino lo son tiende a dar lo mismo.
En fin, voy a dejar de dar vueltas. Lo de los gatos y demás viene porque uno sale de fiesta y anda todo revuelto. Pistoleros al acecho y esas cruzadas de miradas perdidas. Hasta se puede ver el hilo de nylon de mi caña de pescar.



Hace un par de días, saliendo de casa a pagar el alquiler del garaje, cosa que hacía por primera vez, llegué hasta la casa del tipo que lo alquilaba y descubrí que era un anciano viudo. Al tipo debían habérsela jugado alguna que otra vez con las copias de la llave, porque antes de realizar la transacción se empeñó en verificar que la llave abría y que todo estaba correctamente. Luego me la dio y dijo. -Pues funciona. Ahora ya con esto os hacéis copias o lo que queráis, sabiendo que funciona. - Puso especial hincapié en lo de "sabiendo que funciona". Al principio pensé en decirle que de qué iba, que no se qué clase de gente se ha encontrado antes que a mi señora madre, pero que si pensaba que íbamos a hacer una copia cutre y decirle que no era la buena para que nos diera otra pues..ni se me había ocurrido, la verdad. Pero me limité a corroborar de forma algo tonta su afirmación.- Sí, se ve que abre bien.-le dije. Y luego salimos del garaje. Ya en plena calle realizamos el trueque moneda-llave y le pregunté que cómo quería que le pagásemos. Me dijo que personalmente, que me podía acercar a su casa entre el 1 y el 5 de cada mes. Dijo que daba igual la hora, porque como él es huésped de su casa, viudo, que no importa, que suele estar allí.
Me hizo gracia aquella expresión de "huésped de mi casa", aunque me hundió un poco en mi pequeño pozo de tristeza. Por algún motivo que desconozco, siento pena de los ancianos solitarios y de las madres solteras. Si veo un anciano solo comiendo en un restaurante se me quitan las ganas de comer. No quiero con esto decir que no puedan los señores mayores salir a comer, ni que deban hacer zonas separadas, sólo que me da pena. Y lo mismo me ocurre con las madres solteras o separadas o, en fin, madres con hijos y sin figura paterna. Últimamente podría achacarlo a mi experiencia vital, pero como viene de antes no sé muy bien qué puede ser, y lo paso fatal cuando veo a los niños elegir un plato caro en la carta. Quizás la madre no piense en ello, pero yo les veo a esas madres siempre un gesto melancólico en el rostro, como si dijesen; cuánto te quiero, hijo mío, y tú no te das cuenta.