martes, 29 de julio de 2008

21º. BALAZO.

Suenan acordes de guitarra en Re menor y con ellos la vida duele, o eso dice la canción. Nunca me ha gustado, pero tengo billete de ida y vuelta. Y vuelta a empezar. Lo bueno es que esta vez empezará de otra manera, lo malo es que no sé qué manera es esa.



El sábado estuve en una boda. Llevábamos un tiempo esperando que llegase la boda, y habíamos hablado en la familia tanto de cómo iba a ser que al final ha pasado casi por descuido. Bueno, por descuido a la hora de controlar el número de copas a ingerir.
Nos ha dejado a todos un sabor agridulce. Era una boda con olor a western, a película del oeste con final a lo John Wayne. Era una boda sabor a verano, a calor en la nuca y besos de damas de honor despechadas en la puerta de los baños.
Y tras quemarse, la boda ha dejado un tierno sabor a familia. Particularmente estoy contento de haberme cruzado con mis primos una vez más, y espero que nos veamos más a menudo.
Casi nos cargamos al novio. Decidimos mantearle, por aquello de dejarnos notar. Le recuerdo subiendo hasta tocar la lámpara, girar la cabeza y medio cuerpo para mirar dónde iba a caer, y nosotros casi le perdemos. Se giró tanto que por poco no le agarramos antes de tocar el suelo. Milagro, que diría más de uno aquel día en la boda.
El novio se rehizo pronto, y cuando logró incorporarse nos miró diciendo; "estáis muy pasaos, tíos, muy pasaos".
Hacía mucho que no comía tanto. Tomamos aperitivos, entrantes, primer plato, segundo plato y postre. Cuando llegó el segundo postre decidí claudicar, más o menos como el resto de la mesa, que nos miramos sabiendo que eso era una boda católica y lo que estábamos haciendo era pecado capital.
Curiosidades al margen, la boda estaba bastante bien organizada. Con sus invitados, su cura, sus padrinos. Tuvo incluso su nota graciosa cuando, al pronunciar lo del "yo, fulanito, te acepto a ti, fulanita, como legítima esposa" y patatín patatán; ella, nerviosa, decidió decir el nombre de él en lugar del suyo. Se ve que no le veía muy seguro y prefirió abordar las dos partes solita. “Digo su nombre”- pensaría.- “que me acepto como esposa y ventilando.” Y hubo risas, claro. Y luego ella se aclaró.
Estuvo bastante bien. Sí. Una bonita boda.



Imprudente, como Marwan en una canción adolescente. Llevo tres días medio solo en Madrid, vigilo que las calles sigan en su sitio y no nos roben las farolas. Bastante nos cuesta pagar al erario público cada año como para que ahora nos anden robando las aceras.
Al estar así, medio tirado y con mucho tiempo libre, he cogido un rato la guitarra y creo que hoy me ha salido algo productivo. En parte es gracias a lo que voy apuntando por aquí, así que me he sentido un poco como Andrés Trapiello antes de escribir "Los amigos del crimen perfecto", cuando dejaba detalles en su particular salón de pasos perdidos. Bueno, falta que me premien por el resultado obtenido, pero hoy estoy humilde, que le den el premio a otro. Mañana a lo mejor reclamo el mío.



Hélène recorriendo todas las calles de Viena. Sara a medio camino entre el amor y la guerra. Locos tártaros a sus cosas, haciendo cuentas y regateando enemistades. El verano viene cargado. Soy socio del aire y hoy me siento como los indios, que soy capaz de escuchar los cascos de caballos que se acercan. Habrá que ir preparándose. Y que venga lo que tenga que venir.

jueves, 24 de julio de 2008

20º. BALAZO.

Andarán los músicos esperando que les paguen para dejar la barra. Los chicos de tu barrio currando para ponerle un turbo al coche cuando lleguen navidades, Dios buscando un sitio donde clavar la sombrilla. Andarán las palomas buscando la sombra, las niñas buenas en el chalet de la playa, yo dándote vueltas en el café del desayuno.



Hoy me he sentado a escribir de buena mañana. Hacía tiempo que no madrugaba un jueves. No hace calor todavía, aunque lo cierto es que estos días las calles están haciendo un sobre esfuerzo para no derretirse al sol.
No era mi intención, pero al salir esta mañana a la calle me he encontrado a una pareja discutiendo. Estaban uno frente al otro, pero ambos se miraban más allá de ellos mismos, fijaban sus ojos al final del paraíso. Cuando yo he llegado hablaba él, que ha dicho que lo sentía, pero que ya no podía más. Ella entonces le ha atravesado con la mirada, el gesto serio.- ¿Y por qué ahora? Podías haber hecho esto hace tiempo, ¿por qué esperar?-
En ese punto los dos se han girado para mirarme, parado frente a ellos. A mí no se me ha ocurrido moverme, con los ojos como platos. Se me han pasado por la cabeza unos versos de Luís Ramiro; "estaré bien, aunque olvidarte me cueste la vida. Y el reloj se nos paró justo a la hora de la despedida".
Afortunadamente, antes de que ambos me gritasen a mí he espabilado y seguido andando, con la suficiente lentitud para escucharle a él decir; "eres tú la que debió frenar esto hace tiempo".
Yo me he subido al coche con la sensación de que eran demasiado literarios, demasiado teatreros los dos. Aún con todo, me he ido recordando a una mujer que conocí, una que siempre creyó que cambió para mal la vida del hombre al que amaba. Recuerdo cuando se preguntaba en qué momento le había contagiado la rutina, esa apatía por todo lo que hacían. En qué momento los besos y las caricias se volvieron una costumbre. Se preguntaba porque él ya no la cogía sin más, porque no rompía su blusa, la tomaba sin pedir permiso. Y luego forzó que él se marchara.
Así veía yo a aquellos dos. A él tomando la decisión ajeno al hecho de que ella lo había empujado, por mucho que ahora ella se empeñase en no comprender. ¿Por qué ahora? - Antes no tenía el valor.



Los dos nautas se abrazaron de alegría, felices de tocar por fin tierra. Luego observaron el lugar al que habían ido a parar. Una playa de piedras que se perdía en el horizonte por ambos lados. Y allá en su frente, donde imaginaron que estaría Estambul (lo leyeron una vez no recuerdan ya dónde) había solo cientos de árboles y un manto de hierbas tropicales que luchaban por un rayo de sol.
Se miraron algo decepcionados. No esperaban esto. Habían oído hablar tanto de los grandes marinos y sus descubrimientos. De lo que había en las tierras extraordinarias, de lo increíble que era encontrar una nueva tierra.
"Si no hay nadie aquí,"- pensó uno- "por algo será. Lo habrán visto y se habrán marchado."
Se miraron de nuevo, desubicados, sin saber muy bien cómo encajar este fracaso. Y se subieron de nuevo al barco. Y levaron anclas. Y se fueron de allí.
De aquella tierra virgen llena de puertas a otros mundos.

martes, 22 de julio de 2008

19º. BALAZO.

Son dos tártaros. Se han vuelto locos y tienen ésas malditas costumbres. Así están mi hermano y mi buena madre estos días. Resulta que la plaza de garaje que le alquilé en su día al buen hombre, a aquel anciano huésped de su casa, ha dado algún que otro quebradero de cabeza y han surgido diferentes corrientes de pensamiento entre mis dos tártaros, como si se tratase de la Ilustración.
Al parecer mi hermano tuvo la idea de meter la moto en la misma plaza de garaje que le alquilamos al tipo y donde mi madre guarda el coche. Hasta aquí todo normal porque ya en su momento advertimos al abuelo que meteríamos una moto pasado un tiempo, cuando se la dieran a mi hermano. Error fatal. De todos es sabido que los viejecitos necesitan un pasatiempo, un hobbie, una manera de pasar la mañana, y resulta que nuestro particular abuelo en vez de ir a pasar la mañana frente a una obra cualquiera o fardar de cartilla de la seguridad social gusta de pasar el día metido en el garaje, deambulando de aquí para allá y verificando que las plazas que alquila están bien ocupadas y no hay problemas con sus ocupantes. He aquí el problema.
Se ve que el abuelo, dando uno de ésos paseos, vio por fin la moto de mi hermano ayer (para un día que la guarda en el garaje) y decidió esperar a que mi madre llegara. Dio la casualidad de que mi hermano y mi madre bajaron a la vez al garaje y entonces, como si fuera Nosferátu acechando a su presa, saltó de entre las sombras profiriendo mil blasfemias y despotricando sobre nuestra jugada de meter una moto en la plaza sin pagarle más dinero.
Mi madre, mujer dada a los razonamientos lógicos, le explicó que ya le advirtieron en su momento y que de cualquier manera no entendía porque debía pagar más por el mismo pedazo de suelo. Es decir, si además del coche me cabe la moto, a usted que más le da.
El tipo montó en cólera y los dos tártaros, desubicados, cedieron a la presión y el precio del garaje aumentó. Pero esto no podía quedar así.
Ésta misma mañana mi hermano ha recorrido todos los garajes de la zona buscando nuevas plazas y tanteando precios, y consultaba con asiduidad a mi madre de forma telefónica. Yo mientras disfrutaba del baile. Uno y otro maldecían al viejito, pero cada uno a su manera. Mi hermano de manera farragosa, mi madre agobiada, sin entender aún cómo era posible que el anciano hubiera sido capaz de un asalto así, repentino, perfecto, maquiavélico.
Tras las diez mil consultas los tártaros se han reunido por fin ésta tarde y se han echado unas risas a costa del anciano.
-No me lo explico,-decía mi madre. -¿de dónde salió el señor?-
Y mi hermano, más dado a la acción que a la reflexión contestaba.-Que es un cabrón y tiene mucho tiempo libre.-
Y los dos se reían.
El caso es que le han lanzado el órdago al anciano y éste ha decidido rebajar el precio, pero aún se sacaba una tajada por moto, ya que el último precio quedaba por encima del acordado al principio de los tiempos.
Aún con todo ésto, los tártaros no podían dejarlo ahí, con lo que estaban disfrutando, y han seguido buscando plaza. Al final han llamado a otro tipo, que ha accedido a enseñarles la plaza en cuanto llegase del trabajo.
Ha ido mi hermano solo, ya que los tártaros pensaban que podía el tipo ser hijo del anciano, (que tiene libres un par de plazas más) y si iba solo mi hermano podían decir que no habían llamado ellos.
El caso es que sale mi hermano, se esconde para verificar quién es el hombre que les va a enseñar la plaza, y resulta que el hombre llega por un lugar no previsto y pilla a mi hermano completamente desprotegido. Por suerte no era el hijo del anciano.
Total, que el tipo enseña a mi hermano la plaza de garaje, mi hermano mide con los pies la anchura de la plaza y decreta que es mejor que la otra. Luego vuelve a casa tras acordar llamar al hombre en quince minutos. -Perfecto,-opina mi madre.-¿Y cuánto pide?-
-Menos que el abuelo, y nos deja meter la moto.-
-¿Entonces?-
-¿Entonces qué? Le decimos que sí y mañana que reviente solo el viejo.-
-Por Dios no hables así.-
-Si es que es verdad, ya me dirás tú la broma de esperar a que llegásemos.-
-Cada uno lleva su negocio como quiere, y él cree que éso es lo mejor para su negocio.-
-Ya, pero éso no es parte del negocio. Parte del negocio es pedir un dinero, y ver si cuela, pero no va en el trato ser un desgraciado.-
Y así durante un rato, con lo que se han creado, como dije, dos corrientes de pensamiento alrededor del viejo. Cosas de la vida, vaya. Los dos tártaros están muy contentos, aunque mañana habrá que darle explicaciones al viejo. Y luego a ver en qué se ocupan, porque lo cierto es que han disfrutado de lo lindo con el asunto de la plaza de garaje.
A mi la única duda que me ha quedado es si el viejo, una vez le den calabazas, no se tomará la justicia por su mano y acabará por rayar el coche o tirar la moto al suelo, pero mi hermano ha puesto su particular solución.
-Sé donde vive,- así como suena.-así que voy a su casa y le meto una manguera hasta inundarle la casa. Qué no toque ni la moto ni el coche.-
Y así se han ido a dormir. Locos tártaros. Felices ellos de saberse vencedores. Les ha faltado mirarse y decir: "el profesor Livignstone, supongo", y celebrar el encuentro.



Me ha dicho hoy alguien que no es justo que por lo que a uno le sucedió en el pasado ya no arriesgue más. Decía que no es justo que paguen los que llegan la cuenta de los que se fueron. Tiene razón. De todas maneras creo que aunque uno se cierre si los que llegan merecen la pena no sufrirán nada, y todo será nuevo. He encontrado hoy unos versos del Genio, de Francisco Garzón, que dicen: Ninguno que ama ha amado antes/ sin la frontera de sí/ el amor es siempre inédito/ no lo olvidemos porque el amor/ no nos lo perdonará nunca.

domingo, 20 de julio de 2008

18º. BALAZO.

Llevo varios días llegando tarde a mi cita con el sueño, o pronto, no está claro del todo. Acudo puntual al insomnio, eso sí. Y me da por pensar. Que sé yo. Se conoce que de noche, solo, cuando el resto del mundo duerme, uno no tiene otra cosa que hacer que pensar. En cualquier cosa, no importa en qué. Normalmente, en algo parecido al examen de conciencia católico, repaso lo hecho y me evalúo. Miro a ver qué debería cambiar y qué no. No suelo sacar muchas conclusiones.



Desde hace unos días, concretamente desde un viaje que hice hará ya algo más de una semana, vengo dándole vueltas a las expectativas. Últimamente menos, pero suelo crear expectativas muy elevadas alrededor de la gente que conozco. Esto a menudo hace que uno salga defraudado con lo ocurrido en realidad.
Ayer mismo fui con un amigo a cenar. Me dijo que me notaba más cambiado, que ya no esperaba tanto de los demás, que se me veía más contento con lo que había. Puede que tenga razón. Ando perdido éstos días en éste tipo de cosas. Reflexiones de adolescente, que dirán.



Compré un libro de Cortázar, ya lo dije, pero a raíz de ése libro ahora no puedo dejar de darle vueltas a las palabras cada vez que se me presentan. Exuberante me parece una palabra cínica, que ofrece lo que no habrá, creo que me contagio de un optimismo irrelevante y ésto no me parece banal, y así sucesivamente, o viceversa. Me pierdo, vaya, y me pregunto siempre el significado de las palabras, porqué significan una cosa y no otra.
El panadero de mi barrio, (bueno, uno de ellos) es un tipo majo, solidario, con cuenta abierta en el bar de al lado. El camarero del bar en cuestión es también un tipo majo, pero poco solidario, así que las cuentas abiertas no le hacen excesiva gracia. Pero el panadero es amigo del dueño del bar y se le permite dejar deuda. Así está todo aquí. El otro día, mientras tomaba un café, el panadero entró en el bar, saludó y pidió lo suyo. El camarero le sirvió y anotó la cantidad a deber en la hoja pertinente de su particular libreta amarilla. Luego comenzaron a hablar del tiempo, de fútbol, y el panadero soltó algún que otro maldita vida. Cuando el panadero ya se iba a marchar, el tipo de la barra le despidió y dijo algo así como "Hasta mañana, corlupio". El panadero se giró e hizo ademán de montarle el numerito acerca de lo que le había llamado, pero al ver que el camarero sonreía de manera amistosa se limitó a decir, "mañana nos vemos", y se marchó. Desconozco lo que significa corlupio, pero el camarero me dijo que a él se lo había dicho su hijo, y que viene a ser algo así como "coleguita", pero no me dejó muy convencido. A mi me suena a cornudo, y probablemente al panadero también. En fin, Cortázar, cosas del lenguaje.

sábado, 12 de julio de 2008

17º. BALAZO.

En una biografía de Marilyn Monroe descubro con cierto aire de tristeza que el mito acabó por devorarla. Me queda la sensación de que no sabía ser ella misma. Que necesitaba que todo el mundo viese que era algo más que una rubia platino. No le bastaba con saber que era de otro modo, tenía que demostrárselo al mundo. Quizás por ahí se le fueron las noches sin dormir, los poemas y las cartas a un joven poeta de Rilke. Creo que tras la biografía he querido conocerla. Nunca me había llamado la atención, no me parecía más que una imagen. Pero de pronto he descubierto otra cara en ella. He concluido que mi querencia, es decir, ése pequeño afán por conocerla, es simple curiosidad. Me gustaría preguntarle por los demonios de Goya, saber el tipo de conversación que tenía con Milton, su amigo y fotógrafo, y terminar con la duda de si todo ése envés cultural era también juego de artificio, como la imagen, como el mito.



Me preguntó una amiga por la carta que me enviaron. No supe que contestar. Es una carta llena de años que parecen haberse ido muy lejos. Hay veces que algo se quiebra cuando todo parece estar bien. Supongo que eso fue lo que pasó; que de pronto había nombres que sabían a veneno, llamadas para limpiarnos el alma y la sonrisa. Supongo que se nos ensuciaron los pies de un conformismo insoportable. Así se agotó todo. Y cuando escucho su nombre viene a mí una sombra y me habita. Quedo por completo deshabitado de mí mismo. Es extraño. Por eso su carta paró el tiempo; porque no la esperaba. Ahora quisiera enfocar de otra manera los cuatrocientos quilómetros, pero me queda siempre que hablamos, que nos escribimos, la sensación de que callamos todo lo que deberíamos decir, para bien o para mal. Quizás la solución sería hablar de nada, olvidarnos de lo que no se dice. Disfrutar las palabras que si nos llegan. Así nos sonreiríamos con sinceridad el uno al otro. Me llegó una carta. Me detuvo.



Por casualidad encontré un libro de Julio Cortázar hace unos días y en un acto impulsivo lo compré. Ahora tengo nostalgia de Copenhague, de Viena, de París. Nostalgia de hoteles que no he visitado, de gente que no conozco.



Imagino una historia para dos amantes. Años cuarenta. Gabardinas largas, noche cerrada, el café Store en una calle neoyorquina, una mesa de madera gastada en una esquina del local. Ella fuma nerviosa y el humo del cigarrillo juguetea entre sus largos dedos antes de ascender. Él observa todo en silencio. Esperan el momento preciso. En cuanto rompa a llover, los dos saldrán del café a la carrera, doblarán la esquina, subirán al Dodge Luxury robado y pondrán el pie en el acelerador para no levantarlo nunca. Él, cansado de esperar, se pone en pie. Ella le mira asustada. Él la besa y luego se encamina hacia la puerta. Ella le devuelve el beso y se levanta, dispuesta a acompañarle. Una vez en el umbral de la puerta miran hacia ambos lados de la calle. Está todo demasiado oscuro. Podrían estar esperándoles. Tienen demasiado pasado pendiente, demasiadas cuentas abiertas. "No saldrá bien", piensa él. Ella se muerde el labio inferior, deja caer el cigarrillo al suelo y le toma de la mano. Él siente el apretón y de pronto su carga es más ligera. Y echan a correr. Llegan al coche, entran y arrancan. Espero que les vaya bien donde quiera que acaben instalándose.

martes, 1 de julio de 2008

16º. BALAZO.

Escribo a veces con la sensación de confundirme entre mis palabras, de contar más de lo que debo. Es raro, porque a menudo me veo desnudando partes del alma que no debería dejar ver. Pero tiendo a quedarme mucho más calmado. Y si alguien quiere algo, que lo pida. Que pregunte, vaya, que para eso ideamos el lenguaje. Que nadie saque conclusiones precipitadas.



Dice en unos preciosos versos Alberto Carpio: "A tu alma, tan clara como triste, no le falta la luz, le sobran las ventanas." Resume bien el empeño que tenemos todos por abrir un mar de posibilidades ante nosotros. Tratamos siempre de que todo esté bien cubierto. Que si falla un plan haya otro que lo supla. Pero el plan B nunca es lo mismo. No entiendo porqué no nos desengañamos. Sobran ventanas, hay demasiada corriente. A veces, si hay mucha luz, tampoco se ve.



Hace un par de días, mientras planeaba mentalmente las vacaciones, abrí el buzón y encontré una carta para mí. Alguna que otra vez me llegan detalles numéricos de mis cuentas bancarias, y en estas fechas hay bastante publicidad sin recoger. Pero me llegó una carta. Y sonreí. Que gratitud la del que recibe una carta. Sorprendido me senté a leer. Y releí. Me quedo para mí las palabras contenidas en ésas páginas y, en secreto silencio, prometo contestar. Y luego a mis cosas.
Ése pequeño sobre había logrado interrumpir mi vida. Me detuvo. Recordé. Y luego a mis cosas.



Estaba pensando en qué cosas andará metido Dios, si existe. No sé. Siempre imagino que es un tipo ocupado. Claro que puede dejarlo todo para más tarde, por aquello de que es eterno. Pero no creo. Y no creo que dé abasto. Andará liado. Sus pupilos aquí abajo no están haciendo las cosas muy allá, y a pesar de la crisis inmobiliaria siguen tratando de vender terrenos que no tengo yo muy claro que existan y muchísimo menos que sean suyos. Pero el negocio está como está montado, y haya o no crisis hay demasiada gente en el sector como para dejarlos a todos de patitas en la calle.
Imagino que Dios habrá colgado ya el cartel de "LIQUIDACIÓN POR CIERRE". Pobrecillo. No creo que tenga la culpa del desastre, pero a menudo le toca pagar la cena cuando todos hemos comido. No tardará en desaparecer. Echará el cierre y se irá de gira con alguna compañía de títeres que apreciará y mucho el hecho de que deje a las marionetas al libre albedrío. Y su espectáculo llenará las plazas y los teatros. Y nos maravillaremos de que los muñecos se muevan solos. Y será increíble cuando nos demos cuenta de que no entendemos las decisiones que toman los títeres en su mundo. Y nos miraremos desubicados. Entonces él dirá; Os lo dije. Y a lo mejor vuelve a abrir por ahí arriba. Mientras tanto tendremos que seguir con lo nuestro, que a fin de cuentas es lo que íbamos a hacer de todos modos.



Me estoy haciendo amante del cuento hiperbreve, así que dejaré aquí uno que, creo, tiene algo que ver con mi anterior historia.

COMPETENCIA DESLEAL.
Se traspasa.
Razón; Dios.