martes, 20 de mayo de 2008

11º. BALAZO.

Es precioso el sonido de las gotas de lluvia al estrellarse contra el suelo.
Las cosas se me hacen hermosas cuando están solas, en silencio. Cuando sorprenden desde cualquier sitio, cuando piensas que están hechas para ti. Supongo que es aplicable a los encuentros, a los amigos, al amor... a los secretos.



Como diría Sabina, "maldita madrugada, y yo que me creía Steve McQueen". Recuerdo que era de día, que es cuando suceden las cosas que no tienen que ver con la brujería sino con la honestidad, con los ojos abiertos. Fui con mi familia a visitar a un socio de mi padre, que nos había invitado a un pueblecito llamado Añora. Curioso nombre. Suena como el imperativo del verbo añorar, como el undécimo balazo cargado de nostalgia. Cuando llegamos descubrimos que el socio había invitado también a una amiga suya, divorciada, que viajó hasta allí acompañada de su hija.
El pueblecito no estaba mal. Cuestas arriba y abajo y viejecitos apostados en las puertas de madera de aquellos caserones que habitaban. Tomaban el poco sol que había y a media tarde recogían su campamento y a cenar. Era entonces cuando nosotros, amigos y familia, salíamos a dar una vuelta y cenar algo en algún restaurante. No contaré toda la historia; sus días, sus risas, pequeños guiños. Siempre invitaba a seguirla, siempre a por el mundo. Siempre.
Salíamos a cenar y, como siempre, los pequeños acababan antes. Hace ya algún tiempo de aquello. Eran aún tiempos buenos de colegio, horarios templados con el atardecer y silencios de complicidad con la abuela cuando ésta te daba dinero para golosinas. Dios, que por aquel entonces era incuestionable, habitaba todos los rincones. Y saltábamos despreocupados.
En esos tiempos salimos a cenar y acabamos antes que los mayores, y recorrimos el pueblo hasta encontrar aquel bar plagado de máquinas recreativas. Y entonces descubrí que en esos sitios los juegos clasificados como "para niñas" son los más entretenidos. Lo descubrí sin querer. Bueno, o queriendo.
Después volvimos a casa. Y por algún motivo que entonces no comprendía del todo bien, me levanté cuando ya estaba todo el mundo acostado y me fui al salón, a esperar. No entendía entonces y tampoco entiendo ahora como es posible que en esas ocasiones las cosas sucedan como uno imagina y no como suelen suceder.
Tom Cruise robaba no se qué lista al gobierno y entonces apareció ella, con su sonrisa y ese gesto robado a alguna diosa con el que se recogía el pelo. Hablamos. Sin más. Sin nada menos.
Debimos tirarnos un rato largo y debimos también ir subiendo el volumen de la conversación porque apareció allí el resto de jóvenes de la casa y acabamos jugando a las cartas.
No recuerdo muy bien porqué nunca logro encontrarla. No es como en las películas, que esperan sin más que la vida la encuentre diez años después. Yo la he buscado más de una vez, pero no recuerdo bien donde debo buscar, no recuerdo un colegio, un lugar; nada.
La recuerdo cuando llueve, aunque no sé muy bien porqué. Llueve contra el asfalto y me quedo a solas. Creo que aún espero que aparezca. Maldita madrugada.

1 comentario:

May dijo...

Si lo quieres, la podrás encontrar. Interesante este blog.