miércoles, 25 de junio de 2008

14º. BALAZO.

Me estoy acostumbrando a que el teléfono suene a eso de las dos de la mañana. Se conoce que existen horas en las que se necesita una voz. Esto no se si lo digo por los que llaman o por mí.



Hay días que son un cúmulo de cosas, semanas que se llenan de detalles, de frases completas. Son titulares en periódicos flacos de verano. Titulares de una vida una semana de Junio.
Como dice la canción, "esto no es Taxi Driver". Dios reparte suerte a las tres de la mañana en un bar casi a oscuras, entre cientos de hilos de nylon, cañas de pescar entre el calor de estos días. España pasa de cuartos. Se instala en el barrio una gaviota divorciada y yo ando saltándome un semáforo casi en sentido literal. No lo ven ni los santos ni la policía. Suerte, que dirán. Asaltan una joyería en Serrano. Quedan en el aire volutas de las cosas que quemamos en San Juan. Y deja de llover. Mañana amaneceré cansado, seguro.
Hay días que no hay nada que ver, pero ahí están.



El fin de semana pasado, en un atípico paseo matutino, vi a dos niños jugando con unas espadas de plástico en el parque que hay junto al quiosco. Recordé la feria de Cáceres. Me ocurre poco, pero a veces me acuerdo de mí siendo niño. La mayoría de ésas ocasiones me recuerdo en casa de mi abuela, en Cáceres, y quizás es por eso que el otro día me situé en su feria.
Recordé cuando, tras pasear por todos los puestos varias veces acompañado de un amigo, nos decidíamos a gastar nuestra pequeña paga en armamento de plástico. Normalmente rehuíamos las armas de fuego. Nos gustaba el cuerpo a cuerpo, el duelo noble. Luego, en casa, inventábamos grandes historias. Podría decirse que estoy mayor, que hace un tiempo yo fui un héroe, que salvé el mundo, que dirigí ejércitos, que enamoré princesas. Recuerdo batallas en las que incluso perdía. Pero siempre volvía al combate. Siempre listo. Nos gustaban los duelos por honor y las muertes de enamorados.
Aquellos dos niños del parque jugaban con las espadas, sonrientes, hasta que a uno de ellos se le fue la mano y su estocada fue a dar en la cara del otro niño. Se quedaron los dos en silencio, mirándose. Uno lamentaba terriblemente haber dado a su amigo y el otro, por su cara, quería venganza; golpear él también para hacer saber a su compañero lo que dolía aquella espada de plástico. Pero en lugar de eso, el agredido rompió a llorar, y su amigo le abrazó. Lo sentía de verdad.
Recordé entonces una vez que compramos mi amigo y yo unas pistolas de juguete que simulaban ser mosquetes en miniatura. Se cargaban con unos dardos rojos de plástico y disparaban con una potencia ridícula. Con nuestras nuevas armas decidimos hacer un duelo estilo "el conde de Montecristo". Nos situamos espalda con espalda y avanzamos diez pasos en sentidos opuestos. Luego, cuando los dos, contando en voz alta, llegamos al diez, dimos la vuelta y disparamos. Los dardos se quedaron a mitad de camino y nosotros nos miramos con bastante frustración. Es verdad que con las espadas a veces nos golpeábamos, pero ver como los dardos rojos caían al suelo como amapolas lanzadas al aire nos hizo comprender porqué no comprábamos ése tipo de armas. Así que volvimos a las espadas y a los abrazos compungidos. Y conquistamos tierra y mar a bordo de la imaginación. Y elegimos las cicatrices por encima de los dardos que nunca llegan.



Este año parecía que no, pero al final ha entrado con fuerza el verano. Repaso los años anteriores como si hubiera llegado la navidad esperando que éste año el verano traiga cosas conocidas y muchas por conocer. Por algún extraño motivo éste me parece tiempo de estrellas fugaces y, como he dicho antes, de titulares en periódicos flacos.
Mañana es para los dioses.

1 comentario:

sarita dijo...

jajaja, yo me he acostumbrado a oir tu voz a media noche para olvidar que cada noche espero recibir un mensaje que nunca llega...jajaja

(ya no podrás decir que no te dejo comentarios) :P