miércoles, 11 de junio de 2008

13º. BALAZO.

Releyendo con cuidado unos versos de Francisco Garzón Céspedes entiendo porqué actuamos como actuamos la mayoría. Dicen: "Uno mide el amor y lo desmide para tomarle el pulso y decidir". A veces, solo a veces, uno encuentra la medida. Después lo difícil es estar a la altura.



Hace unos días estuve en una comunión. Hacía tiempo que no asomaba el sol por Madrid y fue a salir justo ése día. Supongo que es de agradecer. La comunión es la última a la que creo que me queda por asistir por ése lado de la familia. No hay nadie con menos edad que mi prima.
Bien vestiditos, como si fuera día de boda, nos plantamos en una improvisada capilla al aire libre mi hermano y yo, tras las hileras de asientos reservados para familiares más cercanos que nosotros. Uno está acostumbrado a no escuchar al cura en éste tipo de eventos y entretenerse en otras cosas. El otro día entendí porqué. Suele ser un tostón plagado de chascarrillos que al susodicho le parecen grandes descubrimientos en el campo de la ironía. Así les va. Terminamos mi hermano y yo en la cafetería, tranquilos, esperando que acabara la función. Y luego al convite.
De los convites no hay mucho que reseñar. Uno va y espera al menos comer bien. Y quiera Dios que haya alguien con quien hablar. Alguien a quien no se le haya perdido el respeto tras un par de comidas familiares. Es sorprendente la poquita gente que cabe dentro de ése perfil.
Aquel día tenía a mi hermano, así que no me preocupaba en exceso el resto de la comitiva.
Pero hubo un cambio de planes. Resulta que la comunión acabó por convertirse en una reunión familiar allí donde Cristo dio las tres voces y muchos decidieron pasar la noche allí. Esto lo supimos antes del día de la comunión, pero en principio no había que quedarse a dormir. Luego, por circunstancias que son demasiado engorrosas de contar, mi hermano acabó por volver a casa y yo acabé quedándome allí a dormir.
Desconozco el perfil de todas las familias españolas, pero el de la mía no es el más sano seguro. Aunque también seguro que alguno puede presumir de tener uno peor.
Para no ser pesado, citaré solo a uno de los familiares. Un tipo en posesión permanente de la razón por real decreto, (o por uno que él ha debido inventar) y cuya idea de la amabilidad dista mucho de la realidad. Bueno, la de la amabilidad y la de muchas otras cualidades que no posee y que no me parece de recibo enumerar aquí.
Así que con un panorama desalentador me planté en aquel convite con la idea de aguatar día y noche.
Esto de la comunión me sirve para corroborar la teoría de que uno nunca sabe lo que se puede encontrar.
Grabada en la retina de la memoria tenía la imagen de una niña simpática con la que fui a comprar unas bolsas de patatas y ganchitos tras un bautizo. Eso fue hace nueve años. Tiempo suficiente para una comunión.
Las vueltas que da la vida, que suele decirse.
Tengo ahora la sensación de que aquello no fue una comunión, sino una reunión familiar algo extraña en la que encontré un cómplice. Creo que ésa es la palabra exacta. Cómplice.
Escribo esto unos días más tarde, con la sensación de que estaría bien volver a coincidir con ella. Quién sabe. Ahora me limito a sospechar. Y creo que eso también lo he aprendido.
A menudo pienso que la vida es cuestión de actitud. Pero no siempre. A veces depende totalmente de la casualidad. Una breve coincidencia me lleva a escribir éstas líneas, que van cargadas de ella, de ganas de verla de nuevo, de mirarme en sus ojos.
Refiriéndome a la noche que pasé en la comunión tengo que decir que me alegro de haberme quedado. Sólo ocurre algunas veces, pero en ocasiones uno está viviendo algo que sabe que es importante. Todo cambia alrededor y se transforma en algo propio. Da igual el lugar, el tiempo, la gente; importa solo el quién y el cómo. Y las dos cosas suelen volverse algo mágico. Digo suelen pero me refiero solo a momentos puntuales, porque lo cierto es que no suelen darse ése tipo de noches, de momentos.
Ahora me acuerdo de ella con cuidado, como si temiese aún estropear de alguna manera aquel momento, pero no puedo, ni quiero, dejar de pensarla.
Es una noche que agradeceré siempre. Aunque tengo un par de besos de despedida en la mejilla, grabados a fuego, marcando lo que espero que sea un hasta luego.



Quiero acabar éste balazo como ha empezado, con unos versos, aunque en esta ocasión son de Luís García Montero. Dicen: “Sospechan de nosotros. Ha pasado el primer autobús, y nos sorprende en el lugar del crimen, desatados los cuellos y las manos a punto de morir, abandonándose.”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me es difícil hallar las palabras para expresar lo MUCHO que me gusta tu blog, el cómo escribes. Es un placer de los mejores leer tus testimonios por auténticos y de excelencias. Muchas gracias. Un fraternal y grande abrazo

FRANCISCO

Bego dijo...

:')