martes, 14 de octubre de 2008

30º. BALAZO.

Es curioso lo fácil que es crear polémica. Sentados en una habitación, Carlos Marcos, periodista, entrevista a Enrique Bunbury, cantante y músico, aunque esto último no se lo llame mucha gente. Durante un tiempo la entrevista funciona, uno pregunta y otro responde, pero llegan al punto crítico, a un momento al que Bunbury, imagino, sabía que llegarían.
Hace unos días el que fuera cantante de Héroes del Silencio sacó nuevo disco, y en él figura una canción que lleva por título un verso de Pedro Casariego; "soy el hombre delgado que no flaqueará jamás". No es solo ésto, porque a lo largo de la letra de la mencionada canción, Bunbury incluye aún un par de versos más del poeta madrileño. Como era de esperar, la familia de Pedro Casariego ha decidido que quiere una parte del pastel, (lo cual a mi entender es cuestión baladí)y además se ha creado alrededor de Bunbury un rumor que le acusa de plagio y resta valor a su trabajo.
En la entrevista, Carlos Marcos se maneja con soltura hasta llevar al cantante a la pregunta deseada: ¿por qué no adjudicó la frase a Pedro Casariego?
Bunbury esquiva el golpe, dice que tras el disco emitió un comunicado y se remite a él para explicar todo lo relacionado con el poeta. Luego se enfada, y amenaza con marcharse de la entrevista.
No se me ocurre qué, pero apostaría fuerte por el hecho de que de aquella entrevista Carlos Marcos se marchó con las cosas claras y la idea de que había hecho bien su trabajo, y a Bunbury le quedaría para sí la certeza de que le han cogido. A mí, la verdad, no se me ocurre un motivo claro por el cual Bunbury pudiera haber decidido plagiar a Pedro Casariego y no decirlo, más allá de un homenaje. Pero cosas más raras se han visto. Lo que no me imagino es a Bunbury pensando.-Esto solo lo leo yo, y seguro que la familia de Casariego no tiene ni idea de quién soy, así que lo pongo. Y nadie se entera, ya verás.-
No creo. Habrá que esperar que se aclaren las cosas.



Esta tarde llamaron para decirme que van a hacer una fiesta conmemorativa del cuarenta centenario de un colegio al que fui de niño. Al principio me ha hecho bastante ilusión la llamada, y que quien llamaba se acordase de decírmelo. Me agradaba la idea de que se hubiera acordado de mí. Casi diría que hasta me conmovió saber que tenía interés en que fuese al festejo. Hemos charlado un rato sobre los viejos tiempos, sobre los días de carreras en el patio y amores de niño entre clase y clase. Hemos reído.
Y luego, una vez he colgado, me he parado a pensar que no me termina de apetecer eso de la reunión, que tampoco tengo tantas ganas de ver a nadie. Aunque supongo que tampoco tendrá nadie ganas de verme a mí. Si hubiéramos querido habríamos mantenido el contacto. Nos reconoceríamos pese a los años y los cambios y nos llevaríamos bien. Por lo que me consta, algunos lo han hecho. Mantener el contacto, digo. Pero cada río tiene sus afluentes y, para ser sinceros, ahora mismo no recuerdo que me dejé en aquella escuela.



Imagino que la compañía de títeres en la que se enroló Dios debe haber cerrado. Es tiempo de crisis. Supongo que habrá vuelto a su puesto original de trabajo y estará liado. Yo estoy esperando que decida traspasar el negocio. Estando las cosas como están, seguro que lo compro a buen precio y luego, ya instalado en mi nuevo hogar, me sentiré mucho más tranquilo desde mi egoísta posición de gobernante. Un poco como Nerón en Roma. La miraré arder un rato para lamentarme después y convertirme en el mayor mecenas de su historia.

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