lunes, 27 de octubre de 2008

32º. BALAZO.

Tengo solo uno de sus dibujos, de los muchos que ha hecho. Sale en él un espantapájaros y un pequeño gorrión apoyado en su brazo de madera. Hace unos días pude observar de nuevo varios de sus cuadros. Dibuja a trazos, sin contornos, llenando de sombras el dibujo para acabar dándole vida. Lo malo es que la edad no le está tratando bien.
Hace unos días coincidí con él durante una comida en casa de su hijo. Su mujer contaba que ella ya no puede hacer casi nada. Le mantiene ocupado hablándole de esto y lo otro, pero el alzheimer se está llevando poco a poco al genio. Han tenido que contratar a una persona, una muchacha joven, que se encarga de llevarle de acá para allá y de lavarle y medicarle.
Recuerdo que no hace mucho hablaba con cariño de lo que para él fue un tiempo mejor, del cine de Buñuel, de la poesía de Cernuda (del que siempre dijo que era su poeta preferido). Recuerdo cuando dibujó aquel espantapájaros, como su mano, temblorosa, seguía definiendo aún trazos perfectos.
Sé que el otro día, en la comida, no me reconoció. Al principio me trató con desconfianza, hasta que su mujer contó la anécdota de como me conocieron, hace ya mucho tiempo. Entonces se acordó. Asintió con la cabeza y procuró que no se le notara. Yo me sonreí con la anécdota. Su mujer la cuenta siempre.
Luego hablamos de Talavante y de Morante de la Puebla. Recuerda sin problema esos dos nombres y sabe que son toreros que le gustan. Estuvimos viendo algunos dibujos que tiene con motivos taurinos. A mí nunca me ha llamado la atención el toreo, pero lo cierto es que no pude sino sentir una profunda empatía con su afición por el ruedo y las tardes de toros.
Estuvimos hablando un rato. Es un hombre que siempre ha tenido mucho que decir y la mayor parte de las veces ha preferido callar, dejar que hablen otros. Habla su mujer por los codos, y tras una vida juntos es posible que él haya aprendido a elegir con cuidado lo que va a decir, porque tiene poco tiempo para decirlo. Se expresa con elegancia. Nunca levanta la voz.
Después estuve un tiempo charlando con su mujer y su hijo. Él miraba la televisión con aire ausente. Cuando ya me marchaba me despedí con cariño, y noté en él de nuevo el recelo de quien desconoce a quien saluda.
Ha ido regalando cuadros y dibujos a quienes se lo han pedido. Y ha vendido muchos más de los que ha regalado, y esto es decir mucho. Su hijo lo trata con cuidado, como si temiera romperle, y guarda todos los cuadros que le regaló con el mismo celo.
Conozco a muchas personas que tienen algún cuadro o un dibujo de este excepcional pintor, y algunos de ellos deberían ir a casa de su hijo a devolver el regalo, por no haberse hecho merecedores de tanta generosidad. Aunque probablemente el hijo no los aceptaría y les largaría diciendo que su padre nunca habría aceptado que un regalo le fuera devuelto, pasara lo que pasase.



El domingo llamó una amiga de Santander. Hace unos meses le envié algunos poemas que he ido escribiendo este año y llamó para agradecer el envío y alabarme el estilo. Lo hace porque sabe que me sienta bien. Que de cuando en cuando uno necesita saber que quien le lee se conmueve aunque sea solo un poco. Ella dice que no lo hace por eso, que en verdad le han gustado mucho. Al final la he creído.
De cualquier modo, hace ya bastante que no escribo poesía, que no me lanzo al verso para encontrarme. Cuando lo hago suele ser por necesidad. Es curioso que justo se produzca ahora la llamada de mi amiga, porque me pidieron hace unos días que escribiese un poema. Es para una persona en concreto. Cuando le piden a uno que haga eso tiende a quedarse sin palabras. Debe ser parte de mi tendencia a la negativa.



Los tártaros, es decir, mi hermano y mi buena madre, han vuelto a la guerra de las plazas de garaje. Por lo visto la señora que les tiene alquiladas las dos plazas a precio de saldo ha llamado para anular no sé aún muy bien qué, y mi hermano le ha dicho que lamenta muchísimo tener que contrariarla, pero que aquí no se anula nada. Que es por eso que existe un contrato. Discutirán y a ver en que queda. Empieza esto a parecerse a la guerra fría. No se sabe quién atacará ni cuando, pero hay dos grandes bloques dispuestos a todo. Y los tártaros tienen pinta de ser el bloque fuerte.



Hace ya algún tiempo de todo, pero recuerdo las calles, los gestos, la arena y las brasas que nunca vi encenderse. Por eso este réquiem por la estrella de San Juan: "Que la niña de sal te guarde siempre, mientras saltan gaviotas nuestra nocturna hoguera."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Debería haber más gente como "el dibujante" y más gente como tú para recordarlo (ya q él no puede, q duro) de una forma tan especial!

Anónimo dijo...

se han acabado los balazos!?

:'(