martes, 22 de julio de 2008

19º. BALAZO.

Son dos tártaros. Se han vuelto locos y tienen ésas malditas costumbres. Así están mi hermano y mi buena madre estos días. Resulta que la plaza de garaje que le alquilé en su día al buen hombre, a aquel anciano huésped de su casa, ha dado algún que otro quebradero de cabeza y han surgido diferentes corrientes de pensamiento entre mis dos tártaros, como si se tratase de la Ilustración.
Al parecer mi hermano tuvo la idea de meter la moto en la misma plaza de garaje que le alquilamos al tipo y donde mi madre guarda el coche. Hasta aquí todo normal porque ya en su momento advertimos al abuelo que meteríamos una moto pasado un tiempo, cuando se la dieran a mi hermano. Error fatal. De todos es sabido que los viejecitos necesitan un pasatiempo, un hobbie, una manera de pasar la mañana, y resulta que nuestro particular abuelo en vez de ir a pasar la mañana frente a una obra cualquiera o fardar de cartilla de la seguridad social gusta de pasar el día metido en el garaje, deambulando de aquí para allá y verificando que las plazas que alquila están bien ocupadas y no hay problemas con sus ocupantes. He aquí el problema.
Se ve que el abuelo, dando uno de ésos paseos, vio por fin la moto de mi hermano ayer (para un día que la guarda en el garaje) y decidió esperar a que mi madre llegara. Dio la casualidad de que mi hermano y mi madre bajaron a la vez al garaje y entonces, como si fuera Nosferátu acechando a su presa, saltó de entre las sombras profiriendo mil blasfemias y despotricando sobre nuestra jugada de meter una moto en la plaza sin pagarle más dinero.
Mi madre, mujer dada a los razonamientos lógicos, le explicó que ya le advirtieron en su momento y que de cualquier manera no entendía porque debía pagar más por el mismo pedazo de suelo. Es decir, si además del coche me cabe la moto, a usted que más le da.
El tipo montó en cólera y los dos tártaros, desubicados, cedieron a la presión y el precio del garaje aumentó. Pero esto no podía quedar así.
Ésta misma mañana mi hermano ha recorrido todos los garajes de la zona buscando nuevas plazas y tanteando precios, y consultaba con asiduidad a mi madre de forma telefónica. Yo mientras disfrutaba del baile. Uno y otro maldecían al viejito, pero cada uno a su manera. Mi hermano de manera farragosa, mi madre agobiada, sin entender aún cómo era posible que el anciano hubiera sido capaz de un asalto así, repentino, perfecto, maquiavélico.
Tras las diez mil consultas los tártaros se han reunido por fin ésta tarde y se han echado unas risas a costa del anciano.
-No me lo explico,-decía mi madre. -¿de dónde salió el señor?-
Y mi hermano, más dado a la acción que a la reflexión contestaba.-Que es un cabrón y tiene mucho tiempo libre.-
Y los dos se reían.
El caso es que le han lanzado el órdago al anciano y éste ha decidido rebajar el precio, pero aún se sacaba una tajada por moto, ya que el último precio quedaba por encima del acordado al principio de los tiempos.
Aún con todo ésto, los tártaros no podían dejarlo ahí, con lo que estaban disfrutando, y han seguido buscando plaza. Al final han llamado a otro tipo, que ha accedido a enseñarles la plaza en cuanto llegase del trabajo.
Ha ido mi hermano solo, ya que los tártaros pensaban que podía el tipo ser hijo del anciano, (que tiene libres un par de plazas más) y si iba solo mi hermano podían decir que no habían llamado ellos.
El caso es que sale mi hermano, se esconde para verificar quién es el hombre que les va a enseñar la plaza, y resulta que el hombre llega por un lugar no previsto y pilla a mi hermano completamente desprotegido. Por suerte no era el hijo del anciano.
Total, que el tipo enseña a mi hermano la plaza de garaje, mi hermano mide con los pies la anchura de la plaza y decreta que es mejor que la otra. Luego vuelve a casa tras acordar llamar al hombre en quince minutos. -Perfecto,-opina mi madre.-¿Y cuánto pide?-
-Menos que el abuelo, y nos deja meter la moto.-
-¿Entonces?-
-¿Entonces qué? Le decimos que sí y mañana que reviente solo el viejo.-
-Por Dios no hables así.-
-Si es que es verdad, ya me dirás tú la broma de esperar a que llegásemos.-
-Cada uno lleva su negocio como quiere, y él cree que éso es lo mejor para su negocio.-
-Ya, pero éso no es parte del negocio. Parte del negocio es pedir un dinero, y ver si cuela, pero no va en el trato ser un desgraciado.-
Y así durante un rato, con lo que se han creado, como dije, dos corrientes de pensamiento alrededor del viejo. Cosas de la vida, vaya. Los dos tártaros están muy contentos, aunque mañana habrá que darle explicaciones al viejo. Y luego a ver en qué se ocupan, porque lo cierto es que han disfrutado de lo lindo con el asunto de la plaza de garaje.
A mi la única duda que me ha quedado es si el viejo, una vez le den calabazas, no se tomará la justicia por su mano y acabará por rayar el coche o tirar la moto al suelo, pero mi hermano ha puesto su particular solución.
-Sé donde vive,- así como suena.-así que voy a su casa y le meto una manguera hasta inundarle la casa. Qué no toque ni la moto ni el coche.-
Y así se han ido a dormir. Locos tártaros. Felices ellos de saberse vencedores. Les ha faltado mirarse y decir: "el profesor Livignstone, supongo", y celebrar el encuentro.



Me ha dicho hoy alguien que no es justo que por lo que a uno le sucedió en el pasado ya no arriesgue más. Decía que no es justo que paguen los que llegan la cuenta de los que se fueron. Tiene razón. De todas maneras creo que aunque uno se cierre si los que llegan merecen la pena no sufrirán nada, y todo será nuevo. He encontrado hoy unos versos del Genio, de Francisco Garzón, que dicen: Ninguno que ama ha amado antes/ sin la frontera de sí/ el amor es siempre inédito/ no lo olvidemos porque el amor/ no nos lo perdonará nunca.

1 comentario:

Psiweapon dijo...

Que quieres que te diga, yo estoy con tu hermano: que reviente el viejo por intento de especulador. Así funciona el mercado, no? Si te pasas de caro la gente se busca otro, y debería tenerlo en cuenta antes de hacer esas trápalas. Con varias plazas de garaje para alquilar e intentando exprimirle más a una por meter una moto, valiente imbécil.