jueves, 24 de julio de 2008

20º. BALAZO.

Andarán los músicos esperando que les paguen para dejar la barra. Los chicos de tu barrio currando para ponerle un turbo al coche cuando lleguen navidades, Dios buscando un sitio donde clavar la sombrilla. Andarán las palomas buscando la sombra, las niñas buenas en el chalet de la playa, yo dándote vueltas en el café del desayuno.



Hoy me he sentado a escribir de buena mañana. Hacía tiempo que no madrugaba un jueves. No hace calor todavía, aunque lo cierto es que estos días las calles están haciendo un sobre esfuerzo para no derretirse al sol.
No era mi intención, pero al salir esta mañana a la calle me he encontrado a una pareja discutiendo. Estaban uno frente al otro, pero ambos se miraban más allá de ellos mismos, fijaban sus ojos al final del paraíso. Cuando yo he llegado hablaba él, que ha dicho que lo sentía, pero que ya no podía más. Ella entonces le ha atravesado con la mirada, el gesto serio.- ¿Y por qué ahora? Podías haber hecho esto hace tiempo, ¿por qué esperar?-
En ese punto los dos se han girado para mirarme, parado frente a ellos. A mí no se me ha ocurrido moverme, con los ojos como platos. Se me han pasado por la cabeza unos versos de Luís Ramiro; "estaré bien, aunque olvidarte me cueste la vida. Y el reloj se nos paró justo a la hora de la despedida".
Afortunadamente, antes de que ambos me gritasen a mí he espabilado y seguido andando, con la suficiente lentitud para escucharle a él decir; "eres tú la que debió frenar esto hace tiempo".
Yo me he subido al coche con la sensación de que eran demasiado literarios, demasiado teatreros los dos. Aún con todo, me he ido recordando a una mujer que conocí, una que siempre creyó que cambió para mal la vida del hombre al que amaba. Recuerdo cuando se preguntaba en qué momento le había contagiado la rutina, esa apatía por todo lo que hacían. En qué momento los besos y las caricias se volvieron una costumbre. Se preguntaba porque él ya no la cogía sin más, porque no rompía su blusa, la tomaba sin pedir permiso. Y luego forzó que él se marchara.
Así veía yo a aquellos dos. A él tomando la decisión ajeno al hecho de que ella lo había empujado, por mucho que ahora ella se empeñase en no comprender. ¿Por qué ahora? - Antes no tenía el valor.



Los dos nautas se abrazaron de alegría, felices de tocar por fin tierra. Luego observaron el lugar al que habían ido a parar. Una playa de piedras que se perdía en el horizonte por ambos lados. Y allá en su frente, donde imaginaron que estaría Estambul (lo leyeron una vez no recuerdan ya dónde) había solo cientos de árboles y un manto de hierbas tropicales que luchaban por un rayo de sol.
Se miraron algo decepcionados. No esperaban esto. Habían oído hablar tanto de los grandes marinos y sus descubrimientos. De lo que había en las tierras extraordinarias, de lo increíble que era encontrar una nueva tierra.
"Si no hay nadie aquí,"- pensó uno- "por algo será. Lo habrán visto y se habrán marchado."
Se miraron de nuevo, desubicados, sin saber muy bien cómo encajar este fracaso. Y se subieron de nuevo al barco. Y levaron anclas. Y se fueron de allí.
De aquella tierra virgen llena de puertas a otros mundos.

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