martes, 15 de abril de 2008

4º. BALAZO.

"Cuando éramos reyes". Escribo éste verso de Quique González y me pregunto cómo no se me ha ocurrido hablar sobre ello antes. Demasiado tiempo a la deriva. Supongo que le pasa a mucha gente, pero ya se sabe que los problemas de uno son los más importantes, por eso de que son los de uno. Cuando éramos reyes...Qué tiempos aquellos. Recuerdo nostálgico tardes enteras de verano en el barrio. Ésa peregrinación diaria a la piscina de Nacho, buen dibujante y mejor amigo, y aquellas charlas interminables sobre las chicas que se sentaban frente a nosotros, al otro lado del agua. Y nos mirábamos con los ojos sonrojados de vergüenza. Y luego cada quién a su casa, y Dios a la de todos. A las cuatro se volvía a quedar, con el sol pegando duro sobre el césped y las cintas de música en los walkman. Me acuerdo con cariño de aquellos días en los que descubríamos el mundo cada mañana; un olor, un color, una sensación nueva.
"Mira el encanto de las cosas, roza la delicia de las hojas que caen."Éste es de Paco Bello. Es verdad que hay cosas que no van a volver, pero también es cierto que a veces, cuando madrugo un día de verano, tengo la misma sensación de aquellos tiempos. La impresión de que saltaré corriendo a la piscina y que allí estarán algunos amigos esperándome. Y luego daremos las fabulosas clases de natación que solo el socorrista sabía dar. Parecía que nos iba la vida en ello. Nos gritaba como a los marines americanos de las películas cuando no movíamos bien las piernas o chapoteabas en un desesperado intento por no ahogarte. Y las tablas azules que hacían de salvavidas. Y las carreras, y los partidos de waterpolo del último año. Parece que fue ayer. Luego tocaba jugar en la hierba un rato al fútbol, y cada uno éramos un personaje de Oliver y Benji. Me encantaban los GI-JOE y jugar a la consola en casa de Nacho. Y reírme en los soportales de Alberto, donde descubrimos que podíamos conocer a más de tres chicas en el mundo. Recuerdo el cumpleaños de Alfonso en el Campo de las Naciones, y esas canciones de los Rhapsody tronando en aquel pequeño radiocasette. Recuerdo a Javi con su karategui y le recuerdo cuando devoró el mundo en la universidad. Me parece ahora que éstos tiempos quedan muy lejos, y entiendo lo que decían cuando esperaban que madurase. Hemos hecho lo que hemos podido, y puede que así haya quedado. Recuerdo, y no tengo ninguna intención de volver a vivir aquellos años, cuando éramos reyes.



Hace unos días fui a una especie de fiesta flamenca. La fiesta en cuestión era en un bar de las afueras, y tenían montado un circo tremendo. La mitad de la gente que había allí debía conocer a la dueña del bar, a la que también tuve yo el gusto de conocer más tarde, porque iban perfectamente bien vestidos, de corto o de flamenca, según el sexo. Habían colgado unas guirnaldas alargando los cordeles entre las sombrillas y unas columnas de ladrillo, e improvisaron una barra fuera del bar, para atender rápido a la gente de la terraza. Como hacía buen tiempo, el bar en seguida se llenó de gente que no iba vestida pero que pasaba por allí y decidió tomar algo. En fin, que se formó un caos en el que quedaron dos equipos claramente diferenciados. Los que sabían a qué iban y los que decidieron pasarse de manera casi accidental.
Dentro del bar se reunían los que no querían saber nada ni del sol ni de la fiesta flamenca, pero su intento por huir de aquel ruido era inútil, porque los camareros y las camareras iban con una indumentaria especial ese día y habían puesto cantos rocieros a todo volumen. Así que allí había de todo.
A mi me habían invitado, y como he dicho antes, me presentaron a la dueña. La mujer es una señora entrada en carnes, y da la impresión de estar muy contenta con todo lo que ocurre a su alrededor aunque por dentro reviente de amargura. Esto último lo sé porque la mujer debió pensar en no sé qué punto del camino que yo era de confianza, y cada vez que nos cruzábamos soltaba la lengua, me agarraba del brazo y ya no paraba hasta que había terminado un nuevo capítulo de lo que a ella le parecen las injusticias de éste mundo. Yo me sentía un poco como debe sentirse un cura en el momento de la confesión; ajeno y con la sensación de que ésos problemas menores no deberías contarlos. Por estúpidos y porque pueden provocar momentos demasiado embarazosos entre dos desconocidos. Yo me agarré a una copa y cuando pude me hice directamente con la botella de vino, para pasar el trago más fácilmente.
Lo único que llamaba la atención era la encargada del bar y una camarera. Ésta conclusión la saqué cuando llevaba allí unas horas, así que no sé hasta que punto es verdad. Lo cierto es que el tipo con el que iba y yo terminamos por hacer migas con la camarera. Mi amigo la conocía de la infancia, del colegio o algo así, y se produjo una curiosa conexión. Estuvimos un rato hablando con ella hasta que nuestro anfitrión decidió que era el momento de charlar con nosotros. La camarera voló un rato a otras mesas y nosotros hicimos de tripas corazón, dispuestos a soportar la avalancha de presentaciones, besos y apretones de manos que se nos venía encima. Pero no hizo falta. Sólo nos presento a dos mujeres, al resto los nombró y nos saludamos por encima. Todo muy raro, pero en ése momento la verdad es que fue de agradecer. Las dos mujeres tenían ya una cierta edad, y estaban empeñadas en agradar, así que se hicieron bastante pesadas. Hasta que vino la camarera. Benditos mileuristas simpáticos que tienen que ganarse la vida en sitios como ése. Nos tomó nota y luego trajo solo lo que mi amigo y yo habíamos pedido. El resto de la comitiva cambiaba una y otra vez el pedido en cada vuelta que la camarera daba para explicarles que eso que habían pedido se había agotado.
Mi amigo y yo disfrutamos de lo lindo. No comimos ni mucho ni bien, pero nos reímos a gusto con el vaivén de la chica, que nos hacía guiños con cada nuevo pedido cancelado. Toda una artista, pensamos nosotros. Ésta bailando a todo el mundo, incluso a los que no van vestidos para la ocasión.
A media tarde en el bar ya no había nadie del bando de los accidentales, y sólo quedaban los que sabían antes de venir que aquello iba a ser una fiesta flamenca. Mi amigo y yo nos marchamos con no recuerdo qué excusa, y nos despedimos amablemente de la camarera, que nos recomendó volver solo los fines de semana, que se conoce que es cuando ella tiene turno.
Yo me quedé pensando que así es la vida, que cada uno se monta la fiesta como quiere, y que mientras nadie se de por ofendido, todo va bien.

1 comentario:

Nacho Pesquera López dijo...

Acabo de ver un tiroteo rebobinao desde el último balazo al primero y me he quedado con una sensación cojonuda la verdad, Es como si hubiera recuperado algunas horas de las que no he vivido contigo y te doy las gracias, jeje, no dejes de recargar.Oye por cierto cada vez disparas mejor, como siempre.
Te escribo en éste balazo porque creo k es lo suyo no?
bueno quiero recomendar a todo el mundo que no se lea los balazos todos seguidos porque te quedas como enamorado de jose.
cuando eramos reyes...hasta que vinieron las tias y nos convirtieron a todos en ranas jajaja...y en los nenúfares me aposaré...
Bueno nada más que se te quiere tanto como siempre y ya sabes lo que me pedía la noche...pues gracias por éste.

Leon.