domingo, 17 de agosto de 2008

25º. BALAZO.

Lunes noche. Martes de madrugada. Cortázar diría que a estas horas aún hay farolas encendidas en la ciudad. Luces que se encienden y se apagan a conveniencia de un momento mágico que pareciera nunca va a llegar. Huele la mañana a corazones nerviosos, a respiraciones agitadas. La luna baila entre nubes una canción de Cat Stevens. Dos ángeles acaban de descubrir que tienen sexo. Y ahora, mirándose a los ojos, se consideran inmortales por primera vez en su historia.



Llevo un par de días sopesando mis propias decisiones, contraponiéndolas con las de los demás, explicándome a mí mismo los motivos. Alguien me dijo una vez que no exigiera menos de lo que merezco. Ese es el barómetro que uso. Puede parecer altivo, pero cada uno sabe exactamente lo que merece.



Le dije a Ramón, el cartero, que esperaba una carta, y todos los días que hay correo en mi bloque llama a la puerta por ver si me ha llegado la carta. Yo le he preguntado que cómo puede ser posible que me llegue la carta si no la trae él, pero insiste en que cosas más raras se habrán visto y que le pica mucho la curiosidad. Ya le he dicho que no la abra, que me gustaría leerla a mí primero, que luego si quiere la comentamos. Aunque la verdad es que no sé si me apetecerá comentar nada.



Me he pasado la tarde leyendo, recorriendo cada cierto número de páginas los pasillos de esta casa que en verano se me hace inmensa y mezclando los sucesos del libro con los de la vida real. De manera semiinconsciente he dotado a cada personaje del libro de su propio alter-ego en la realidad, y me ha tocado acabar solo, mirando un jardín de hojas secas desde el balcón principal de la Casa de las Constelaciones. Y esperar a que ella volviera.
En vista de que la espera podría resultar ciertamente interminable he cogido otro libro y he redistribuido las personalidades entre mis amigos y conocidos. Este segundo libro es una antología de cuentos breves, así que el baile de personajes ha sido bastante entretenido. He pensado en llamar a los damnificados y explicarles los motivos de ciertos sucesos, en lo divertido que tenía que ser dar todas las noticias yo, y que todas fueran ciertas en mi pequeño universo. Pero he decidido no molestar. Puede que haya gente ocupada. Además, seguro que a más de uno le molesta que le haya asignado tal o cual personaje.
Luego he echado una cabezadita y, al despertar, el dinosaurio todavía estaba aquí. Augusto Monterroso estaría encantado con mi descubrimiento.



Un amigo dice que lo que a mí me gusta es escribir en imágenes. Que me gusta soltar frases como si fuesen fotogramas. Y que a todo le pongo banda sonora. Lo más curioso es que después me ha dicho que no tengo nada que hacer en el cine, pero que siga con el asunto de la palabra escrita, que lo mismo hago una buena película algún día. Le tengo cierto aprecio, nos perdonamos la confianza.



La playa se ha quedado pequeña, no es suficiente ya para salvarte de los recuerdos. Las máquinas que alisan la arena durante la noche aún me obligan a esquivarlas, pero no es lo mismo. Será que no es el mismo mar.
Como breve crónica nocturna: Ha vuelto la familia, y toca remar. Sara espera que el amor le devuelva el favor. La ciudad se me antoja demasiado cercana y Hélène no llama, me estoy volviendo loco. Me ocurre como a Pía Barros, que no me gustan las culturas donde los jóvenes no se besan desesperados en las plazas públicas.

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