domingo, 10 de agosto de 2008

24º. BALAZO.

Una vez de niño, en el segundo colegio al que fui, escribí en un cuaderno lo que decidí llamar "página por lo que falta". Lo he recordado mientras le buscaba una explicación a mi estado de ánimo en el día de hoy. Tras dar trescientas vueltas a mi vida he llegado a alguna que otra conclusión. La primera, que cuando estoy solo en casa esta ciudad se me hace inmensa; la segunda, que faltan un par de detalles que completen mi vida y, desgraciadamente, poco puedo hacer por ellos. Valga este párrafo.


Por circunstancias que no vienen al caso, el cartero acaba pasando más veces de las que uno quisiera con el acuse de recibo y un bolígrafo que ofrece de forma noble, como un samurai que prestase a otro su mejor katana para que el otro se hiciera el harakiri. El cartero es un hombre de bien. Recién casado con una mujer que, según cuenta, es heredera de la belleza de Helena. Y además es abogada,-"como tú chaval"- me dice. A menudo me pregunta porqué nos envía el ministerio tantas cartas, bueno, y porqué los de tráfico le están cogiendo también el truco a poner mi dirección. Yo ya le explicado que no es mi culpa, que las cartas no deberían desde hace algún tiempo enviarlas a esta dirección porque mi padre ya no vive aquí. Él dice que lo agradece, que las mañanas de cartero son un coñazo, y más en verano, que además de estar solo tienes que aguantar un calor del carajo. Cuando empieza con las frases sobre lo que aguanta en su trabajo yo sonrío y le sigo el juego, me entretiene de buena mañana saber las historias de las diferentes comunidades de vecinos.
El viernes decidí interrumpir su desahogo matutino y le pregunté si nunca en su vida como cartero había abierto una carta ajena. Él frenó en seco su discurso y miró con la cabeza gacha hacia todos lados, como un niño que va a robar un caramelo y teme ser descubierto. -Sí,- dijo con voz queda.- Una vez.- Y luego se puso rojo. Como insistí en conocer la historia me dijo que una vez alguien envió un sobre rojo a una dirección de por aquí, pero que no era del todo correcta y se le devolvió. Al parecer el remite tampoco estaba bien, así es que la carta se quedó en Correos. Una semana después llegó otro sobre con las mismas señas y como había ocurrido con el anterior se quedó en Correos. -Cuando llegó el tercero.- dijo susurrando. -María, que ahora es mi mujer, y yo, decidimos quedárnoslo, y lo abrimos al llegar a casa.- Luego me explicó que María trabajaba en Correos antes de acabar la carrera.
Mi expectación en este punto debía ser tremenda, porque Ramón aprovechó el momento para decirme que si le invitaba a un café, que la historia tenía miga. Como a esas alturas no podía dejar la trama así sin más, le invité a pasar, y él siguió con su relato mientras yo preparaba un par de cafés.
Resulta que al abrir el sobre encontraron que además de la carta, el tipo había mandado también un par de fotos de unas playas preciosas. Al parecer retrataban unas calas de Menorca, no sabemos exactamente de qué zona. El tipo había estado allí de viaje y le enviaba a lo que por aquella tercera carta Ramón y María habían deducido que era su amor prohibido unas fotos del lugar, para que ella supiera lo que se había perdido.
No me enteré muy bien de como lo logró, pero se ve que María consiguió que alguien le pasase las dos cartas anteriores y se las llevó a casa. Es así que construyeron la historia.
Romeo (mi tendencia a la literatura hizo que Ramón aceptase tal nombre para el enamorado del sobre rojo) había conocido a Julieta (a ella el nombre le vino por eliminación) en una fiesta que un tercero había dado en un chalet. No la había vuelto a ver, pero estaba convencido de que merecía una oportunidad. Se conoce que en la fiesta él ya le había hablado a ella del viaje que iba a hacer a Menorca, y de ahí las fotos en la tercera carta.
En la primera carta, (por exponer los hechos de manera cronológica) Romeo le decía a Julieta lo maravilloso que había sido conocerla, estar con ella, pasar aquella noche en su compañía. Según Ramón, de haber escrito para ganar el premio Hiperión en vez de para conquistar a Julieta, habría ganado. Un poeta, vaya. (Porque no creo que Ramón se refiriese al tema de los premios de literatura que se amañan)
En la segunda carta, Romeo le pedía a Julieta que le contestase. Que no podía dejar de mirar el buzón, y que no entendía porque no respondía, porque no correspondía sus palabras después de aquella magnífica noche. Llegados a este punto Ramón me explicó los chascarrillos que se les ocurrieron a él y a María cuando estaban leyendo. -No me digas que no es una putada,-decía.- Te enamoras y no escribes bien ni su dirección ni la tuya.- Aquí paró para reírse.
A mí a estas alturas Romeo se me parecía más a don Quijote y Julieta se me antojaba una condesa rusa tras la revolución, dando nombres y direcciones falsas. Pero Ramón vive convencido de que esa historia fue real, que lo único que ocurre es que él apuntó mal la dirección y la mandaba siempre mal. Yo le dije que era estúpido que también apuntase mal el remite entonces, y Ramón me confesó que en la segunda y tercera carta el remite estaba bien puesto, pero que ellos se quedaron la tercera y evitaron que la segunda fuese de vuelta. Toda una aventura postal, vaya.
El caso es que en la tercera carta Romeo adjuntaba las fotos y le imploraba a Julieta que contestase aunque fuera para explicarle porqué no quería verle más ni enviarle cartas. En este punto Ramón volvió a detenerse para reír. -¿Sabes que se le ocurrió a María?.- me preguntó. Yo negué con la cabeza.-Contestar ella.- añadió.
Como tras las tres largas cartas y las fotografías la pareja de carteros conocía bien a Romeo, y sabían que Julieta era un amor prohibido porque había sido novia de un muy buen amigo del enamorado, decidieron contestar con la solemnidad de una esposa cautiva. Le dijeron que dejara de escribir, que por favor cesase de enviarle palabras de cariño, que él ya sabía que su historia era algo imposible, y le agradecieron las fotos y el tiempo y hasta la caligrafía. Muy correctos ellos.
Y Romeo dejó de escribir. Hasta pasados tres meses. Entonces volvió a enviar una carta (que Ramón decidió agenciarse en cuanto vio el sobre y el remite) en la que le explicaba que ella lo era todo, que necesitaba estar junto a ella, que desde que la conoció comparaba a todas las mujeres del mundo con lo que ella era y había significado, y que el amor no tenía sentido de aquel modo. También dijo que si no obtenía respuesta entendería que ella mantenía su postura.
Y los carteros dejaron aquí la historia. María tuvo intención de seguir el juego, pero a Ramón le pareció una crueldad y no escribieron.
Cuando el cartero se fue a mi me quedó la impresión de que Romeo era un pobre hombre. Que había conocido a una mujer fantástica una noche y que no la vería ya más. Ella nunca le daría una oportunidad. Y luego me pregunté por la mujer. Y por las cartas que yo he enviado en mi vida. Pobre de mí. Pobre Romeo. Y pobre Julieta, que en el fondo también se perdió a un magnífico poeta.

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