domingo, 3 de agosto de 2008

22º. BALAZO.

Vinimos a Castejón de Sos. Es un pueblo perdido junto al valle de Benasque. El pueblo tiene una calle larga, principal, que lo cruza de un lado a otro, lo atraviesa, lo corta. Pero quedan a ambos lados edificios y casas de piedra y van de un lado a otro sus habitantes saludándose. Suele pensar uno que en estos pueblos ya no queda mucha gente. Que los años se llevan a casi todos a la ciudad y dejan la tierra casi desierta, descuidando lo que durante tanto tiempo cuidaron. Castejón no es así. Es cierto que la mitad del pueblo no vive durante todo el año aquí, pero se dejan algo por lo que volver siempre, olvidos premeditados. Quizás solo sea el hecho de que se sienten del lugar, de que lo son, y vuelven para sentirse en casa. Igual que aquel poeta que se fue dejando el corazón entre los olivos. Para volver. Para quedarse. Vine con un amigo hace un par de días, y lo cierto es que aunque aún no me he ido, ya tengo ganas de volver. Me viene a la memoria con esto aquel verso de Sabina, "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Uno siempre quiere volver. Llama la atención el trato que tienen unos con otros. Se conoce que llevan demasiados años juntos, recorriendo las mismas calles y encontrándose siempre detrás de las mismas esquinas, al girar cada avenida de su vida. Se tratan con respeto y muchos se miran después con recelo, guardando la conversación que acaban de tener en el archivo de la memoria, esperando que les sea útil a la hora de contar algún cotilleo. Se habla mucho de la vida de los demás, de lo que era, es y parece que será tal o cual tipo, de lo gordo que está mengano, de lo mal que lo pasó fulano cuando fulanita se fue, o del amor que se tienen, de manera casi incompresible, zutanito y zutanita. Pero aún con todo, resulta entrañable porque, por lo general, cuando vienen mal dadas todos arriman el hombro un poco. Y si no todos, sí la mayoría. Estamos alojados en casa de una buena amiga, y lo cierto es que nos están tratando de maravilla. Se desviven por cada detalle, atentos a lo que nos falta o pudiéramos necesitar. Se siente uno profundamente agradecido y no sabe realmente cómo agradecerlo. Ayer vinieron a cenar, a casa de mi amiga, unos allegados de sus padres. Gente con el carácter ya hecho y la edad en la frente. Una bonita pareja, hecha cada uno a las maneras del otro. Él trabaja, no sé en qué a pesar de que le dimos vueltas y vueltas al trabajo que tiene, y ella lleva las cuentas y ve por dónde van los gastos. Entre ella y el padre de mi amiga le hacen al marido todas las gestiones, y él se fía por entero de ellos. Se tienen el marido y el padre de mi amiga una mutua admiración, silenciosa, y se ríen con lo que sucedió mientras le buscan las vueltas a la vida para seguir tirando. No sé por qué la gente se iría a las ciudades. Debe de haber una edad de mucha necesidad.



Como soy socio del aire me entero de muchas cosas, pero me ocurre que pienso demasiado en lo que pasa alrededor, en lo que no pasa. Hace demasiado frío para quedarnos a solas, demasiada gente para pensarte solo a ti. Dije que faltaba un beso; ya no me lo deben. Aunque sigo diciendo que tu nariz acentúa tu sonrisa. A ella no le falta ilusión, y le sobran ganas. Creo que es más una cuestión de valentía, de decidirse rápido y hacer lo que se quiera. Que para eso están las noches cortas de verano. Y los silencios largos. Ayer, un tipo sabio de la zona se acercó, encendió la luz y dijo; "para que os veáis las palabras". Eso quisiera yo, ver las palabras que a veces no se dicen, adivinar porqué a veces te quedas en silencio. O mejor, olvidarme de que quiero adivinar nada, y que lo digas.



En Madrid, los dos tártaros han terminado ya su particular guerra. Ahora se ocupan en remodelar la casa, y les imagino desde aquí debatiendo los pormenores de la delicada operación consistente en desplazar de una habitación a otra los muebles. Están acuchillando y barnizando el parquet. Andan entretenidos. Al final el viejo se quedó sin clientes y los tártaros han logrado encontrar por el mismo precio que pedía el abuelo dos plazas de garaje, con lo que viven tranquilamente sabiendo que entran y salen holgadamente y que ya no tienen que complicarse aparcando para que entre el otro. Cuando vuelva imagino que la casa estará limpia como la patena. Quedamos antes de que viniese a Castejón que ellos se encargaban de lo de los muebles y que yo limpiaba al volver los estropicios del parquetista, pero conociéndoles, cuando yo llegue no quedará nada. Y me lo echarán sutilmente en cara, bromeando.

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