jueves, 28 de agosto de 2008

26º. BALAZO.

Madrid es un buen sitio al que regresar. Volvimos hace varios días de los mares del sur, y lo cierto es que aunque inesperado, este ha sido uno de los mejores viajes del verano. No era mi intención ir, no estaba en el plan. Quizás por eso ha sido el mejor. Puede que tenga que ver con las expectativas. La vida tiene estas cosas.
Estoy tratando de asimilar que en dos días volveré al ritmo de oficina que tiene esta ciudad. Asumiendo que vendrán las mañanas cansadas y las carreras contra el tiempo.



Me convencieron para que me presentase a un concurso de relatos cortos. Al principio me negué en rotundo, pero poco a poco, víctima en parte de mi propio ego, acabaron por engañarme y mandé el relato. El premio no es gran cosa, pero lo cierto es que es suficiente como para animarse a escribir. Lo que ocurre es que también es un premio lo suficientemente deseable para cualquiera, así que supongo que ganará el hijo del que ha convocado el concurso. O su sobrino. Pero lo ganará algún familiar de la ralea del convocante, que seguro es un mal pájaro. El caso es que lo he enviado, y guardo para mí una secreta esperanza de victoria. Quién sabe. No conozco al pájaro, y todo son suposiciones.



Ayer mismo quedé con un buen amigo, uno de esos que llevan ahí desde siempre, de los que escasean. Citados para maldecir la vida terminamos por dedicarle a este asunto menos tiempo del esperado, y luego hablamos de nada, de la risa, del tren de las ocho, del silencio de la luna. Sentí que aún éramos reyes. Luego blasfemamos contra las mujeres y sus desaires, y seguimos rumbo al bar, donde, como dice la canción, "ocho vinos duelen al soñarte equivocada en brazos de otro".



Entró una amiga a trabajar en una tienda de bolsos y zapatos, y está encantada. Debe ser la única persona en este país que madruga feliz para ir a trabajar. Es como una niña que se levantara deseando ir a ver a sus amigos del colegio. Además disfruta de lo lindo con el asunto de la moda, así que el hecho de que eso sea un trabajo remunerado le parece un chollo.
Me contó que el otro día entró en la tienda una pareja de abuelitos extranjeros. Eran griegos, y se deslizaban Gran Vía abajo cogidos del brazo, maravillados con el ajetreo madrileño de la zona. Entraron, como decía, en la tienda, y por lo visto no tenían muy claro si comprar por hacer algo de gasto o dedicarse simplemente a mirar. Les atendió, obviamente, mi amiga, y les vendió un par de cosillas. Estuvieron una hora larga eligiendo unas cosas y descartando otras, dejándose llevar por mi amiga que, todo hay que decirlo, les aconsejaba con honestidad y no solo con la mentalidad de un comercial avaricioso. Una vez hubieron pagado, cuando ya iban a marcharse, se despidieron de mi amiga muy efusivamente con besos y abrazos, como si de una nieta perdida se tratase, y luego se fueron. Fue entonces que ella me llamó para decirme que acababan de venir unos griegos simpatiquísimos que habían comprado mucho y que le habían dicho que era muy buena niña y que tenía muy buen gusto y cien mil cosas más. Y con eso ella tiene para tirar otra semana con una sonrisa pintada en la cara.
Después me dediqué a darle vueltas a los trabajos que he tenido, a los que tendré. Ojalá me baste un detallito para sonreír una semana.



Las mariposas de azúcar se deshacen cuando llueve. Por suerte no llueve siempre.



Es inútil. Se irá el sol, dejaré de ser socio del aire. Los tártaros se perderán entre los libros y ella seguirá con su vida de acento andaluz. Hélène no llamará, y ya no sé si quiero que lo haga. Sara maldecirá su suerte y la luna se pondrá el abrigo de nubes. Incluso Leon mirará con desconfianza el futuro. Espero que nos perdone el amor.

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